Correcciones borjianas

Sobre corrección y traducción, sobre el oficio y la profesión, sobre la materia prima con la que trabajamos y sobre lo que conviene saber para corregir llevo un tiempo reflexionando. El resultado es un artículo que Ace-Traductores ha tenido la generosidad de aceptar para publicar en su magnífica revista Vasos Comunicantes. Se lee, dividido en dos partes, aquí:

Primera parte

Segunda parte

De verdad: el nivel usuario no basta para ser buen corrector, sino que hace que los textos queden hechos un eccehomo.

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Reduflación editorial

El mercado, que se las sabe todas, se ha inventado una triquiñuela bautizada como reduflación, un tecnicismo pretencioso para denominar un timo. Consiste en vender un poco menos de lo que parece que compras; o sea, quitar una miajita de ColaCao del bote, que mantiene el tamaño y el precio. Pues bien, las editoriales descubrieron hace tiempo su particular reduflación: si subo los precios, compran menos libros; si bajo un poco la calidad de alguno de sus componentes, nadie lo nota. El sistema más eficaz para ello es que sean menos los profesionales que participan en la producción del libro y que cobren menos (o que cobren lo mismo que hace 10 años, que es lo mismo que cobrar bastante menos).

En esa dinámica, uno de los eslabones que más hachazos ha recibido ha sido la corrección, es decir, el mecanismo de control de calidad de la lengua. Si hace tiempo se hacían tres correcciones de cada libro y con profesionales bien entrenados y formados no era porque a las editoriales les gustara perder tiempo y dinero, sino porque se sabe que así se optimiza la calidad lingüística del libro; por tanto, es fácil colegir qué pasa cuando un libro solo pasa por una o dos correcciones; o ninguna. Si, además, el libro lo corrige un profesional que acepta una tarifa con la que no se puede mantener una dedicación laboral de calidad o alguien que no es un solvente (acepción 5 del DLE) corrector profesional, lógicamente, se resentirá el texto que le llega al lector. Es decir, si se mantiene el precio del libro, pero se rebajan la calidad de una de sus materias primas (la lengua) y el cuidado que se pone en la edición, entonces ya tenemos el equivalente editorial de la reduflación: parece que compras lo mismo y que quien le ha puesto precio es generoso con el comprador y el lector, pero no.

Eso es una realidad ya hace tiempo, lo que me lleva a escudriñar un libro antes de comprarlo. Para ello ayudan los fragmentos de muestra que facilitan en línea algunas editoriales, como el que vi recientemente anunciado en las redes: autor prestigioso (con todo merecimiento), traductora prestigiada y empresa editorial que dice cuidar mucho sus ediciones (bueno, eso lo dicen todas): debía de ser canela en rama. El fragmento para catar tiene ocho páginas y en ellas hay bastantes errores de puntuación, que harán que no compre el libro.

Pero como aquí lo que hacemos es aplicar una dosis de atutía a los males de los textos, veamos los errores y su solución. He mantenido las estructuras del libro de marras, pero he cambiado las palabras. ¡Ah!, van algunos párrafos de alto contenido gramatical, que pueden herir la sensibilidad del lector; están en morado, de manera que, al llegar a ese color, quien quiera, puede saltárselos en vez de salir huyendo.

Siempre me alegraron, y estoy muy apremiado por los admiradores.
Siempre me alegraron y estoy muy apremiado por los admiradores.
No va coma ante conjunción copulativa salvo contadas excepciones, bien descritas en la OLE. Esto…, un asuntillo que quizá alguien pase por alto: para ser corrector, hay que conocer la OLE al dedillo; para ser buen corrector, hay que sabérsela y consultarla una docena de veces en cada trabajo. Y yo diría que en este libro… reduflación.

Sabía que no era bonito, aunque si Olegario lo había querido, yo no iba a ir en contra de su decisión.
Sabía que no era bonito, aunque, si Olegario lo había querido, yo no iba a ir en contra de su decisión.

Bastaría con que la angustia se le detuviera un minuto o dos, y llegaría la calma.
Bastaría con que la angustia se le detuviera un minuto o dos y llegaría la calma.
Esta puede ser una de las contadas excepciones (la b), pero por los pelos; lo cierto es que esa coma entorpece la integridad semántica y sintáctica de la oración.

Vamos con un poco de análisis sintáctico. Ahí hay una oración subordinada que es la prótasis de una estructura condicional y que está incrustada en una oración adversativa. El caso es que una subordinada incrustada en otra estructura debe ir acotada entre comas. Y, si se considera que es un inciso, con más razón.

Es posible que muchos lectores (en general y de este blog) no hayan entendido ni una palabra del párrafo anterior. Claro, porque quien debe entenderlo, conocerlo y aplicarlo es el corrector del libro para que el lector o comprador reciba un producto de la calidad que se le supone. En este caso no es así y, ¡uy, otra vez!, de ahí la reduflación.

Sigo aludiendo a él como mi marido, aunque en realidad estamos divorciados.
Sigo aludiendo a él como mi marido aunque, en realidad, estamos divorciados.

Resulta que este aunque no es igual al del ejemplo anterior; este es una conjunción concesiva y el otro era una conjunción adversativa; por eso y porque la prótasis de esta oración compuesta concesiva va después de su apódosis, no va coma antes de la conjunción. Lo que sí debe ir entre comas es el conector del discurso (en realidad) porque está en posición medial.

Es posible que… Sí, vuelve al último párrafo negro, que aquí va igual: la reduflación.

Se aguantaba, y yo notaba que le molestaba todo.
Se aguantaba y yo notaba que le molestaba todo.
Quizá ya sepamos todos que no va coma ante conjunción copulativa salvo contadas excepciones bien descritas en la OLE. Pues no, parece ser que todos no lo sabemos.

Sus primos me sonrieron, y yo intenté consolarlos, cantando jotas.
Sus primos me sonrieron y yo intenté consolarlos cantando jotas.
Que nooo, que no va coma ante conjunción copulativa y esta tampoco es una de las excepciones bien descritas en la OLE. Además, no se separa el complemento circunstancial (CC) de su verbo y del resto de elementos esenciales de la oración; sí, ese cantando jotas es un CC de modo.

Por raro que resulte, no me impedía comer, y hallaba la manera de silenciar mi hambre.
Por raro que resulte, no me impedía comer y hallaba la manera de silenciar mi hambre.
¡Y vuelta la burra al trigo!

Y cuando ya estaba hasta el moño de comas que rompen oraciones coordinadas copulativas, para que me sangren más los ojos, el horrorismo del plural distributivo.
Tanto mi abuela como mi prima eran personas que estaban al final de sus vidas.
Tanto mi abuela como mi prima eran personas que estaban al final de su vida.

Todo eso en las ocho primeras páginas de un libro editado por una editorial que presume de tener varios premios dice mucho. Así que yo no voy a pagar los 20,95 euros que cuesta porque cada vez me quitan más ColaCao del bote.

Ver, oír y no creérselo

En las obras literarias, sean escritas o audiovisuales, los anacronismos léxicos afean el texto y restan verosimilitud; los sintácticos, también, pero se notan menos.

Así, es una pena que en una obra audiovisual ―original o traducida― en la que se ha gastado un dineral en vestuario y maquillaje, tras un enorme esfuerzo de localización de exteriores, con un trabajo ímprobo de reproducción de mobiliario y con un estudio profundo de las armas y los animales, aparezca un tipo del siglo XVII y suelte un «y punto». Ya no se ven las flechas ni el caballo ni el castillo; parece que el pavo esté acodado en la barra de un bar con un botellín en la mano.

Resulta que me dio por ver la serie Isabel sin más ánimo que verla. Los hechos históricos parecen bien documentados, lo mismo que toda la ambientación; sí, claro, Isabel y Fernando debían de ser más feos, pero esto es una serie de televisión. O sea, que todo parece creíble y muy bien hecho… hasta que se oye en boca del rey Fernando de Aragón: «Lo más difícil está por llegar». Entonces el cerebro de un hablante entrado en años empieza a rebotar en el cráneo porque, sin saber desde cuándo se usa esa expresión, juraría que es bastante moderna y que, de hecho, es un calco que ha triunfado y que no le cuadra a un rey en una escena que ocurre antes de 1470. A partir de ahí, ya es imposible ver la serie sin más ánimo que verla: me pongo ante la pantalla con las orejas más enveladas que las de un podenco tras una liebre.

Vaya por delante que esto no es un análisis de uso histórico adecuado de la lengua en la serie (no tengo capacidad para hacerlo y seguro que hay errores que no detecto). Tampoco es una crítica de la simplificación de la lengua y otros trucos del medio audiovisual, que genera productos de ficción y debe usar todo lo que los haga atractivos. Ahora bien, la verosimilitud no puede perderla. A eso vamos.

De a día de hoy, decía yo que era un calco no aceptado, pero que no pasaría mucho tiempo antes de que se incorporara al elenco de locuciones adverbiales. Así es, pero, aunque incorporada y de uso masivo, no cuela que sonara a finales del siglo XV.
Torquemada (t2 e7): … hago saber que a día de hoy el tribunal de la Santa Inquisición comienza su labor en Sevilla.
Gonzalo de Córdoba (t2 e9): Las murallas de las plazas árabes a día de hoy son insuperables.
Luis de Tremoille (t3 e8): A día de hoy, nada os pedimos. (Este era francés; se lo podemos perdonar).

Las locuciones adverbiales en el pasado y en el futuro también son calcos impropios del castellano, más aún del medieval, y, por lo general, innecesarios. Ahí suenan:
Isabel (t2 e3; a Fernando): [Inglaterra] Ya fue invadida en el pasado…
Gutierre Gómez de Fuensalida (t3 e12; a Felipe el Hermoso): En el pasado, el rey Alfonso de Portugal invadió…
Gutierre Gómez de Fuensalida (t3 e12;  a Isabel): ¿Cómo esperar que no haga lo mismo en el futuro?

El verbo ostentar tenía un significado muy preciso, que se ve en el adjetivo ostentoso. El uso lo ha llevado a significar, también, ‘ejercer un cargo’, pero en boca de los personajes de la serie su significado debería ser el original, no el recién adquirido.
Isabel (t3 e2; se dirige a Cisneros, que de ostentoso tenía poco): Desde hoy ostentáis el cargo de provincial de la Orden Franciscana.

Peor es el mal uso del verbo detentar, que, de momento, no ha aumentado sus acepciones. Desde luego, Talavera nunca diría que Isabel hacía algo ilegítimo.
Hernando de Talavera (t2 e3; habla de Isabel): Ahora el poder lo detenta una mujer cuya rectitud y devoción el mismo san Jerónimo alabaría.

Y hablando de verbos anacrónicos, resulta que incautar no está en el Diccionario de autoridades (1726-1739) y su primera aparición en el corpus del actual Diccionario histórico de la lengua española (CHE, s. XII-1975) es de 1877. Sin embargo, en el episodio 11 de la primera temporada se oye tres veces:
Alfonso Carrillo (a Chacón): Las fuerzas del rey han entrado en Toledo y han incautado mis bienes.
Fernando de Aragón (a un prisionero): Y no incautaré vuestros bienes.
Enrique IV: Mandad soldados a todos los lugares, que incauten la carta…

Por lo visto, Enrique IV era un adelantado a su tiempo, pues en el mismo capítulo exclama: «Es dura de pelar mi hermana». Muy pertinente para referirse a Isabel; ¡lástima que la primera aparición de esa expresión ocurra en 1849! (cf. CHE).

El plural distributivo también es frecuente. Puede que ese calco del inglés se asiente en castellano, pero en esta serie, sobre todo acompañado de un posesivo, le da un aire moderno que, probablemente, refleja el habla del guionista:
Isabel (t2 e3; a su hija Juana): Ese día comprenderéis… cuán diferentes serían vuestras vidas de no haber nacido del vientre de una reina…
Fernando (t3 e3; a Isabel): Son muchos los que han cruzado la mar océana arriesgando sus vidas por Castilla. (Curiosamente, en la transcripción arregla: … arriesgando la vida).
Isabel(t1 e11): Y no les culpo […] Que los soldados abrillanten sus espadas. […] Nadie ha de notar preocupación en nuestras caras.

Ese leísmo podría ser un rasgo incorporado a propósito para caracterizar el habla del personaje (¡ojalá!). Quizá esa era también la idea al hacerle decir al desabrido Carrillo: «Que mováis pieza de una puta vez». ¿Suena a finales del siglo XIV?

La serie no escapó a la moda de calcar expresiones molonas; solo que su calco ha empezado a molar en el siglo XXI.
☢ Isabel (t2 e9): Habéis hecho lo correcto.
Peralta (t2 e9; a Fernando): Lo supe por un emisario francés que está de camino.
No parece probable que la católica reina estuviera influida por la expresión the right thing y el emisario estaba camino de algún sitio, pero no de camino.

Y Muley Hasan quizá no tenía claro que se equivoca quien decide, pero que no yerran las cosas ni las decisiones; o tal vez era un visionario y vislumbraba que este calco léxico también iba a ponerse de moda más de quinientos años después:
☢ Muley Hasan (t2 e8): Una vez más habéis tomado la decisión equivocada.

Entre los anacronismos que más me irritan está el uso adocenado y bobalicón de la preposición desde.
☢ Riudecanyes (t3 e1; a Andrés de Cabrera): Desde el Consejo de Ciento haremos todo lo posible para que los reyes lo encuentren todo a su gusto.
☢ Luis de Tremoille (t3 e3; al papa): Desde la sensatez os sugiero que reconozcáis a su majestad como rey de Nápoles cuanto antes.

Parece ser que quien escribió los diálogos de Luis de Tremoille se tomó muy en serio que se notara que era francés y su castellano tenía sus cosillas; y, sin embargo, la estructura galicada, que tan bien le hubiera cuadrado, se la puso al rey de Portugal:
Manuel I de Portugal (t3 e8): Es por eso que os tiendo la mano… (En la transcripción, mejora: Os tiendo la mano).

Y, como no podía ser de otra manera aunque era fácil evitarlo, aparece uno de los anacronismos léxicos más comunes en los textos de ficción:
Isabel (t1 e11): Traedme pergamino y pluma… Responderé lo menos deshonesta y más templada que pueda.
La reina Isabel podía ser muchas cosas, pero ¡¿deshonesta?! Probablemente querían decir ‘insincera, poco veraz, falta de honradez…’, pues la honestidad tenía su significado propio y exclusivo hasta hace muy poco y no aludía a la honradez ni, mucho menos, a la sinceridad).

En otro orden de cosas, resulta curioso que, a lo largo de toda la serie, los musulmanes llaman Alá a Dios. Se puede argüir que muchos musulmanes usan esa palabra árabe, que designa al dios abrahámico, como si fuera distinto en su religión que en las otras dos; venga, sí, pero es que, en esta ficción, los judíos usan el nombre Yahvé, que un judío no pronuncia nunca (una sola vez se emplea la denominación más usual Adonai). ¡Uy!, otro descuido relacionado con la lengua: claro que, si no se ha cuidado mucho el castellano, ¡cómo iban a pensar que alguien se fijaría en los detalles relacionados con el hebreo y con el árabe! También es un detalle, sí, pero un texto árabe con las letras sueltas es tan irreal que hace daño a la vista. Provoca cierta ternura pensar en la persona a la que le endilgaron la tarea de generar un texto en árabe con un «busca algún programa en Internet que lo traduzca». (Al Ayuntamiento de Barcelona le colaron el mismo gol en las luces de Navidad que colgaban por toda la ciudad en el 2012).

Cierto, es una obra de ficción; por tanto, los diálogos no son reales, como no lo son los muebles ni los vestidos ni los castillos, pero los muebles, los vestidos y los castillos lo parecen; es decir, son verosímiles, que es lo que debe ser la ficción. Sin embargo, a veces, los diálogos no lo son. Por otra parte, todos los personajes hablan igual: reyes, damas, soldados, Colón, Cisneros, viejos, jóvenes, moros, cristianos, judíos… De nuevo, se trata de verosimilitud.

Seguro que algún tipo de asesoría hubo, porque nadie se atrevería a usar a lo largo de tres temporadas el tratamiento «su alteza» sin estar seguro de que ese era el que se daba a los reyes. No obstante, a mis oídos, no fue suficiente para pensar que la serie estaba cuidada en todos sus aspectos.

Dicho de otra manera, se entiende todo y casi nada es incorrecto, pero eso no basta para crear un buen texto y ofrecerle al lector o al espectador un buen producto. Es una serie de televisión y su elemento principal es la imagen; ¿el principal o solo uno de ellos? ¿Tendría el mismo tirón si fuera muda? ¡Ah!, entonces, el texto es fundamental también; de hecho, en esa serie apenas hay momentos sin diálogo.

El hecho de que una palabra ya esté en el diccionario con un significado concreto no la hace idónea para cualquier uso y que una construcción sintáctica sea de pleno uso no implica que sea adecuada para todos los personajes ni para todos los textos. Así que los guionistas, los escritores y los traductores deberían poner un cuidado exquisito en que cada obra y cada personaje se caractericen lingüísticamente; y los productores y los editores tendrían que velar por ello.

Iba a escribir que los correctores también deben estar atentos a esas circunstancias, pero para eso tendrían que contar con correctores en las producciones audiovisuales (no revisores de la traducción, sino correctores profesionales y, a ser posible, buenos). En los créditos finales de la serie Isabel aparecen más de 150 personas, entre ellas, ayudantes, refuerzos y becarios de aspectos muy diversos. Es, por tanto, admirable el cuidado que han puesto en los detalles. ¿En todos? No; entre esos nombres no hay ni un solo corrector, asesor lingüístico ni revisor de textos… y seguro que el coste de una persona que hiciera ese trabajo sería una minucia en el monto total. Por qué poquito se pierde lustre y prestigio a ojos y oídos de algunos que nos fijamos en la lengua.

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Rayas para no rayarse

Por petición popular masiva y reiterada (tres personas un par de veces; cada uno tiene su público), aquí va un tratamiento de atutía para curar los trastornos de la puntuación de los diálogos en narrativa.

La raya

El sistema más habitual para marcar los diálogos en narrativa es el que usa el signo raya, que no es el guion ni recibe ese nombre (ni siquiera guion largo); y no, no está en el teclado. Para ponerla hay varias opciones. La primera es buscar em dash en los símbolos e insertarlo; o, mejor aún, adjudicarle un atajo de teclado. También se puede usar una de  las combinaciones siguientes: <AltGr ->, <Alt 0151> o <Alt 8212>. En Mac, me chiva el magnífico compositor y corrector de textos Fran Sánchez Mazo que se pone con <opción (alt) mayúsculas guion> o con insertar carácter especial em dash. Y para saber mucho sobre la raya y cómo convertir guiones en rayas, nada mejor que acudir al estupendo blog de la gran hacedora de libros Mariana Eguaras. Aparte de toda esa sabiduría, para darle apariencia de bien compuesto a un texto en Word, es útil el signo horizontal bar, que se pone con <Alt 8213>, ya que no se separa de la letra a la que vaya pegada.

Y ahora que ya sabemos poner la raya, solo hay que tener claro dónde colocarla. No puede ser más fácil:
• Al empezar una intervención en estilo directo (cuando habla un personaje).
Dentro de las intervenciones, al principio de cada acotación del narrador.
Al final de cada acotación si la intervención sigue.

Sí, muy fácil, pero, además de las rayas, están las comas, el punto final, la interrogación y las mayúsculas para amargarle la vida al inventor de historias más imaginativo, al traductor que mejor amaestre las palabras y al corrector con el boli rojo más afilado. Veamos, pues, caso por caso cómo evitar que sangren los ojos.

Habla uno, habla otro

Interviene el narrador con verbo de habla

Puede ocurrir que el narrador quiera contarle al lector quién acaba de expresarse. ¡Hala!, una raya más, pero solo una: la que marca el inicio de la acotación del narrador.
      —Hartita me tienes —le advirtió Petronila a Jerónimo.
      —Pues no me parece para tanto —le contestó él.

Dos son los detalles cuando la explicación del narrador contiene un verbo de habla: el primero, que el punto final de la frase que dice el personaje se desplaza al final de la acotación del narrador; el segundo, que la acotación empieza en minúscula. El narrador siente a menudo la necesidad de describir cómo es ese acto de habla (aunque sea obvio), así que la lista de verbos de habla es larga: decir, murmurar, afirmar, gritar, recriminar, replicar, interrogar, apostillar, implorar, repetir, admitir, responder, objetar

Interviene el narrador sin verbo de habla

Si en la acotación del narrador no hay verbo de habla, tal vez tenga más interés lo que cuenta y, desde luego, modifica la puntuación. ¡Ah! y empieza con mayúscula.
      —Hartita me tienes. —Ni siquiera lo miró.
     
—Pues no me parece para tanto. —Él regaba las mustias petunias.

El narrador interrumpe a un personaje

A veces al narrador se le ocurre interrumpir al personaje y luego dejarle seguir (preguntas para escritores: ¿por qué?, ¿aporta algo?, ¿molesta al lector?). Puede interrumpir con un verbo de habla porque, definitivamente, piensa que el lector es corto de entendederas; entonces, que la intervención se retome con mayúscula o con minúscula dependerá de la puntuación.
      —Yo sí tengo motivos para estar harto —le advirtió—. Hasta aquí hemos llegado.
     
—¡Uy! —exclamó ella—, el discursito de costumbre.

Si la interrupción no tiene verbo de habla, hay que atender a la sintaxis (y, por tanto, a la puntuación) del texto que dice el personaje.
      —Estoy hasta la coronilla. —Contemplaba las petunias—. No para de llover.
     
—Entonces no es tan grave —ni siquiera lo miraba— que no haya regado.
Cabe decir que en la primera intervención algunos autores de manuales de estilo ponen el punto antes de la raya de cierre de la intervención (entre petunias y la raya).

Por otra parte, la segunda intervención se podía haber resuelto de otras dos maneras:
     ♦ —Entonces no es tan grave —dijo sin ni siquiera mirarlo— que no haya regado.
     
♦ —Entonces no es tan grave que no haya regado —dijo sin ni siquiera mirarlo.

 El narrador quizá se empeñe en anunciar que el personaje va a seguir hablando y eso hará que aparezca el signo de dos puntos.
     ♦ —Me voy —anunció. Sin esperar respuesta, gritó—: ¡Quédate las petunias!
     
♦ —Me voy —anunció y, sin esperar respuesta, gritó—: ¡Quédate las petunias!
En la primera de esas dos soluciones, algunos libros de estilo tienen el criterio (menos seguido) de que los dos puntos deben ir antes de la raya.

A veces el narrador anuncia que el personaje va a seguir hablando sin decirlo del todo; se hace el interesante y no pone verbo de habla, pero el verbo está por ahí, así que los dos puntos también deben aparecer.
      —Peludín tiene hambre —anunció él—, que no te fijas en nada. —Y sin intención de dar tregua—: No podemos seguir así, hace tiempo que no te fijas en el gato.

Una particularidad de la narrativa es que, por lo general, las intervenciones de los personajes son cortas. No obstante, a algunos autores se les ocurre que su personaje se largue una intervención extensa y que, en su transcurso, algo requiera un cambio de párrafo. Para eso están las comillas de seguir, que son las de cierre latinas.
      —Hice el esfuerzo de ir a buscar esa planta que tanto te gusta. No sé si sabes que el vivero está en casa Dios y que tuve que coger tres autobuses para llegar. No, claro, ¡qué vas a saber!
     
»La tabla de planchar no la toques. A mí me gusta que esté en medio del comedor y me da lo mismo si te tropiezas cada vez que entras.

¡Ojo!, que las comillas de seguir no sirven si sigue hablando un personaje tras la intervención del narrador. Eso tiene otra solución.
      —¡Has ahogado los cactus! —gritó antes de encararse con ella.
     
»Es que no piensas antes de regar las plantas.
     
—¡Has ahogado los cactus! —gritó antes de encararse con ella—. Es que no piensas antes de regar las plantas.

Un personaje narra un diálogo

¿Te suenan esas conversaciones en las que alguien cuenta una conversación y lo hace en estilo directo? Pocos diálogos más naturales («y la charla fue así…», «y entonces me contestó…»). Sin embargo, ¡qué pocas veces se ve en una novela! Y la ortotipografía viene en ayuda del escritor para que pueda reflejarlo.
      —El perro se ha largado. Ha hecho lo mismo que aquella vez que tus padres se enzarzaron en una discusión —le recordó Petronila.
                         [Ahora Petronila va a contar un diálogo que presenció].
     
»—No vuelvas a decirme que me calle —dijo tu madre.
     
»—Es que no parabas y estaba todo el mundo aburrido —se justificó tu padre.
     
»Aquella conversación me mostró lo mucho que te pareces a tu padre ―remató Petronila mientras a Jerónimo se lo comía la ira.
      —Sí, ya sé que me quedaré calvo y no tardaré mucho ―dijo, imprudente, Jerónimo, a quien le costaba entender los subtextos.

Los personajes no dicen todo lo que piensan

Para esas ocasiones están las comillas, ahora con apertura y cierre.
      —Lo que pasa es que no tienes paciencia.
     
Los dos pensaron lo mismo: «Esto no va a acabar bien». Ella no dijo ni mu; él fue capaz de verbalizarlo:
     
—No sé si va a tener remedio lo nuestro, por si no lo sabías.
     
Ella se acordó de su madre. «Fíate de la Virgen —decía— y no corras».

Avisos varios

A veces los diálogos no se marcan con rayas, sino con comillas. Es más frecuente en otros idiomas, pero en español también se da, por ejemplo, en La saga/fuga de J. B., de Gonzalo Torrente Ballester.

Como las comillas en la narrativa ya tienen algunos usos claros, hay que buscar otro recurso para la ironía, el énfasis y el metalenguaje: nada como una cursiva.
      Hans oía ruidos.
     
—No veo el momento de que se aburra de estudiar trompeta —le dijo a su mujer, que pensó: «Yo lo prefiero a oírte a ti».

Y, como la raya ya hace un montón de cosas en narrativa, mejor no atribuirle, además, la función parentética (tan anglófila, por otra parte). ¿Quieres hacer un paréntesis? Pues usa el paréntesis (o comas si el inciso no se aparta mucho del texto).

Quizá el narrador aproveche que tiene voz para describir lo que hace el personaje al tiempo que habla. Nada como un gerundio de simultaneidad (el de Jero); eso sí, con su coma para que no sea un CC de modo (el de Petro).
      —Voy a estrenar las zapas que me compré justo antes de que apareciera el puto virus —anunció Jero, calzándose unas Quechua que aún tenían el precio.
     
—¿Zapas nuevas para una caminata de cuatro horas? ―preguntó Petro enfatizando la cantidad de horas.

Para resumir: ¿tienes una historia? Vale, cuéntanosla, pero puntúala bien y, sobre todo, piensa si el narrador puede estarse callado la mitad de las veces que lo haces hablar. Y, si quieres que tu texto quede lo mejor posible, nada como contratar un corrector profesional; los diálogos se pueden complicar mucho.
      —¡Amanciaaa! —grité, oteando por encima de la superficie del agua. Las últimas letras resonaron en el aire y se oyó: «Aaa». Volví a gritar aún con más fuerza, como si llamara a la última persona viva del mundo―: Amanciaaa… Amanci… aaa. ―Pero en mi cabeza había otras palabras: «Que no esté muerta, que no esté muerta». Entonces, mirando al cielo, imploré en voz alta―: Ya sé que sin ella no se altera el equilibro del ecosistema, pero en esta charca hay pocas ranas y me hace mucha compañía.
      —Croac. Croac. Croac ―se oyó; tres veces, cada una contundente y separada de la otra. ¿Era un grito de socorro? No, porque luego siguió―: Croac, croac, croac. ―Recordaba que esa secuencia respondía a ciertas ganas de jugar.
      —Croac, Amancia, croac ―canturreé intentando imitar su voz―. Vuelve, que te prepararé el mejor sitio entre las carófitas ―dije, ahuecando los tallitos de Chara que poblaban tupidos la charca y tanto le gustaban a Amancia para tomar el sol del mediodía.

¿Que las ranas no son personajes de un texto narrativo? ¿Que ningún diálogo se complica tanto? Hola, bienvenidos a mi mundo ortotipográfico y al de la imaginación de la gente que tiene ganas de contar una historia.

Concordancia con el antecedente

Te pones a escribir que Fulano ha hecho no sé qué, metes un inciso, se cuela una subordinada y, cuando vas a contar lo que ha pasado después del no sé qué, Fulano está representado por el pronombre las o es el sujeto de cantábamos. Es decir, el antecedente se ha perdido y la concordancia de género y número está a la virulé.

El antecedente puede ser un sustantivo, un pronombre, un adjetivo o, incluso, estar contenido en un verbo (porque en español la persona y el número identifican el  sustantivo —o el pronombre— que el verbo ha dejado atrás); y ese antecedente puede desempeñar diversas funciones sintácticas. Sea como sea, entre él y su representante (juntos forman una anáfora) hay que mantener el género y el número.

Hay una expresión que es un socavón en el que resulta muy fácil caerse.
Yo soy de las que pienso que las anáforas te cambian la vida.
Yo soy de los que piensa que las anáforas te cambian la vida.
Yo soy de los/las que piensan que las anáforas te cambian la vida.

Es frecuente —y un horrorismo— concordar el verbo con el pronombre que abre la frase, no tanto por equivocación en la relación sintáctica como porque el hablante quiere decir que piensa que las anáforas cambian la vida; así que podía formularlo así:
[Yo] Pienso que las anáforas te cambian la vida.
Pero al usar esa fórmula (que ayuda a no sentirse solo en una opinión o una experiencia) se introduce un relativo (que) y ya tenemos formada la anáfora, que exige que las piezas a un lado y otro del relativo tienen que concordar en número:
Soy de los que viven la sintaxis como quien consagra su vida al encaje de bolillos.

Las faltas de concordancia son como las cerezas: tiras de una y…
Yo soy de los que escribo una subordinada sin pensármelo y luego me arrepiento.
Yo soy de los que escriben una subordinada sin pensárselo y luego se arrepienten.
El sujeto de los verbos escribir y arrepentirse es los que (no yo), que también es el antecedente del pronombre se; este unido al verbo pensar identifica la persona gramatical que no piensa antes de actuar.

Ahora bien, como el sentido de toda la frase es que yo escribo sin pensármelo y luego yo me arrepiento, la gramática le da cuartelillo al sentido y en la segunda parte se admite el paso a la primera persona. La explicación de tal desenfreno sintáctico es que se puede considerar que las oraciones coordinadas son yo soy y yo me arrepiento.
Yo soy de los que escriben una subordinada sin pensárselo y luego me arrepiento.

Cuanto más se alarga una oración, más fácil es perder la concordancia. En el ejemplo siguiente, hay dos verbos en tercera persona del singular (resulta, conviene), pero sus subordinados se cuelan en primera del plural (liarnos, enfrentarnos).
Lo que resulta más habitual en estos casos es liarnos con las concordancias. Lo que conviene más es enfrentarnos a la sintaxis. 

La concordancia exige que en la segunda parte de cada oración se mantengan la persona y el número gramatical del antecedente. Hay, por tanto, dos opciones.
♦ Lo que resulta más habitual en estos casos es liarse con las concordancias. Lo que conviene más es enfrentarse a la sintaxis.
♦ Lo que nos pasa más a menudo es que nos liamos con las concordancias. Lo que nos conviene más es enfrentarnos a la sintaxis. 

La misma irregularidad se da en perífrasis verbales.
Habrá que comernos todos los torreznos, que para mañana se resecan.
♦ Habrá que comerse todos los torreznos, que para mañana se resecan.
♦ Tendremos que comernos todos los torreznos, que para mañana se resecan.

Se dan a menudo errores de concordancia cuando aparecen pronombres reflexivos.
A los dragones de Komodo nos gusta mantener las distancias entre sí. 
El pronombre recíproco es de tercera persona, mientras que el antecedente es de primera (nos gusta). Hay dos formas de concordar el complemento con su antecedente.
♦ A los dragones de Komodo les gusta guardar las distancias entre sí.
♦ A los dragones de Komodo nos gusta mantener las distancias entre uno y otro/ entre los unos a los otros/ entre nosotros.

Es muy pero que muy frecuente perder la concordancia de número cuando hay un complemento en plural y se duplica mediante pronombre átono.
Al morder a sus presas, los dragones de Komodo le inoculan bacterias infecciosas. 
El referente es sus presas y, por tanto, el pronombre debe ir en plural.
Al morder a sus presas, los dragones de Komodo les inoculan bacterias infecciosas.

Por su parte, el cuantificador cuanto es un adjetivo y pronombre relativo, por lo que si su referente es un sustantivo, debe concordar con él en género y número; o sea, no es invariable:
Cuanto más solecismos tiene el texto, más dudas le entran al corrector. Y cuanto más dudas le entran, más tendrían que pagarle.
Cuantos más solecismos tiene el texto, más dudas le entran al corrector. Y cuantas más dudas le entran, más tendrían que pagarle. 

También es fácil no identificar con qué va un adjetivo acompañado del artículo neutro:
Las birras tienen que estar lo más frías posibles.
El adjetivo posibles está mal concordado, pues va con lo, no con birras ni con frías:
Las birras tienen que estar lo más frías posible.
Aunque, si no estuviera el artículo antes del adverbio más, el adjetivo sí acompañaría al sustantivo y al adjetivo:
Busca las birras más frías posibles.

Con esta dosis de atutía, la de la concordancia de género y la de la concordancia de número, los textos ya deben quedar bastante pintureros. Claro que está el asunto de la concordancia temporal de los verbos…

La concordancia de número

En español el número gramatical solo tiene dos casos: singular y plural; o sea, las cosas las hace uno (una persona, un tornado, un dragón de Komodo…) o más de uno (impersonalidades al margen). Tiene pinta de que no pueda haber ningún problema. Pero en cualquier texto sale alguno.

TÉRMINOS COMPUESTOS

El primero es el plural de términos como metomentodo y sacacorchos, o como piso piloto y guardia civil. Los dos primeros ya están fijados como una palabra; cada uno de los dos segundos está formados por dos palabras en aposición y tuvieron su dosis de atutía con explicación del plural. Los primeros hay que mirarlos como una palabra y pluralizarlos sin complicarse (si las palabrejas lo permiten).
Las metomentodo usaban los sacacorchos y pensaban en cómo meter varios sofás cama(s) en los pisos piloto.

Algunos colores son un caso particular de sustantivos en aposición: falda berenjena, lazo rubí, uniforme gris claro. Eso hace que el concepto en plural se pueda expresar en singular: faldas berenjena, lazos rubí, uniformes gris claro; pero, si se perciben como adjetivos, se pueden pluralizar (aunque algunos suenan raros): faldas berenjenas, lazos rubís, uniformes grises claros. Ese claros es ambiguo porque no se sabe si califica a uniformes o a grises. La solución es usarlo en singular. Se puede incurrir en ambigüedades más inconvenientes: Se veían rostros amarillos pálidos (¿los rostros estaban pálidos o el color era amarillo pálido?).

NOMBRES COLECTIVOS

Ante algunos sustantivos, la gramática va por un sitio y la cabeza por otro.
La parentela llegó al convite una hora antes y se jaló las croquetas en un santiamén.

Que la parentela acudiera pronto suena a catástrofe pero no provoca extrañeza lingüística (porque imaginamos que los parientes llegan todos al mismo tiempo como una masa compacta). Ahora bien, cuando te imaginas el asalto a las croquetas, ves unas cuantas personas que se abalanzan sobre las mesas y el singular comió chirría porque las croquetas van a varias bocas. Pero desde el punto de vista gramatical, la concordancia se hace en singular. Otra cosa es el registro oral, que podría ser así:
La parentela llegó al convite una hora antes y se jalaron las croquetas en un santiamén. 

Hay un truco para tratar los nombres colectivos con respeto y que no se cortocircuite la neurona encargada de representar la escena. Consiste en dividir la secuencia con un punto, de manera que en la segunda oración se supone un sujeto plural elidido.
La parentela llegó al convite una hora antes. Se jalaron las croquetas en un santiamén.  

SUJETOS MÚLTIPLES

Que la cigüeña crotora y los elefantes barritan está claro. Pero la vida no siempre es tan sencilla; y no digamos la lengua. En efecto, a menudo el sujeto tiene varias partes unidas por una conjunción coordinante. Veamos unas cuantas posibilidades.

1. Sujeto formado por varios sustantivos unidos por una conjunción copulativa. Por si hace falta recordarlas, las conjunciones copulativas son y, e, ni, y también las compuestas tanto… como…, tanto… cuanto…, así… como…

1.1. El sujeto está antes que el verbo. Como normal general, el verbo va en plural.
La cigüeña, el elefante y el ñu hacen ruidos. Ni la jirafa ni la culebra emiten sonidos.

Pero no pocas son las circunstancias que hacen que el verbo vaya en singular.
— Cuando el conjunto del sujeto se ve como un solo concepto.
♦ La cópula y reproducción de los animales resultan muy difíciles de filmar.
♦ La cópula y reproducción de los animales resulta muy difícil de filmar.
— Si los elementos que forman el sujeto son pronombres neutros.
Esto y eso se llevan mucho este año.
Esto y eso se lleva mucho este año.
— También si son construcciones de infinitivo.
Comer y rascar todo son empezar.
Comer y rascar todo es empezar.
— Y si son oraciones completas.
Que me ponga a comer y suene el teléfono ocurren casi todos los días.
Que me ponga a comer y suene el teléfono ocurre casi todos los días.
— Cuando los elementos empiezan por cada.
Cada melocotón, cada ciruela, cada paraguayo llevan su puñetera etiquetita.

Cada melocotón, cada ciruela, cada paraguayo lleva su puñetera etiquetita.
— O si hay un elemento final en singular que los engloba a todos.
El melocotón, la ciruela, el paraguayo, la fruta llevan su puñetera etiquetita.
El melocotón, la ciruela, el paraguayo, la fruta lleva su puñetera etiquetita.

1.2. Cuando el verbo va delante del sujeto, se puede concordar en singular o en plural. Con sujeto referido a personas es más natural el plural.
Entró Romualdo y sus coleguitas en el bar, y ya no hubo birras para nadie.
♦ Entraron Romualdo y sus coleguitas en el bar, y ya no hubo birras para nadie.
Por otra parte, el singular resulta más natural con la conjunciones ni, o.
♦ Atemorizaban la pose o el gesto o la voz bronca de Romualdo cuando entraba al bar. Pero no causaban admiración ni su peinado a raya ni sus pantalones de pinzas.
♦ Atemorizaba la pose o el gesto o la voz bronca de Romualdo cuando entraba al bar.  Pero no causaba admiración ni su peinado a raya ni sus pantalones de pinzas.
Y también si los sustantivos enlazados no llevan determinante.
♦ Le sobraba chulería y pasado para imponer su ley.
♦ Le sobraban chulería y pasado para imponer su ley.

2. Cuando los elementos del sujeto están unidos por una conjunción disyuntiva, el plural es siempre correcto.

2.1. Si el sujeto va antes que el verbo, se concuerdan en plural.
Aníbal o su lugarteniente pondrá orden.
Aníbal o su lugarteniente pondrán orden.

2.2. Si el verbo va antes que el sujeto, también está bien el singular.
♦ Pondrá orden Aníbal o su lugarteniente.
♦ Pondrán orden Aníbal o su lugarteniente.

3. Cuando los elementos del sujeto están unidos por una preposición, el verbo concuerda en plural.
David con sus amigos os dará sopas con honda. Goliat con los suyos saldrá por patas.
David con sus amigos os darán sopas con honda. Goliat con los suyos saldrán por patas.
Pero si el elemento que lleva preposición va entre comas o después del verbo, se concuerda en singular. Y lo mismo si el inciso empieza con además de, así como, como, junto a, junto con.
David, con sus amigos, os darán sopas con honda. Goliat saldrán por patas con los suyos.
David, con sus amigos, os dará sopas con honda. Goliat saldrá por patas con los suyos.

4. A veces la frase empieza pareciendo singular pero, de repente, se hace plural; la verdad es que el sujeto ha sido plural desde el principio.

Ocurre cuando el sujeto lleva un sustantivo en singular pero con dos adjetivos porque, en realidad, se está hablando de dos cosas.
La misantropía aparente y real la llevó a tener un geranio como socio de tragos.
La misantropía aparente y real la llevaron a tener un geranio como socio de tragos.
Claro que hay formas más claras y elegantes de resolver esa situación.
♦ La misantropía aparente y la real la llevaron a tener un geranio como socio de tragos.
♦ Tanto la misantropía aparente como la real la llevaron a tener un geranio como socio de tragos.

LO QUE NO ES SUJETO

Cuando no es sujeto, las cosas funcionan igual: en principio, si hay varias cosas, la lengua pide plural; por ejemplo, con los adjetivos.
Llevaba casco y escudo negros.

Pero se admite el singular si entre ambos sustantivos hay una relación muy estrecha.
La exposición va de vestimenta y armería medieval.
Aun así, hay que tener cuidado si no existe tal relación o se puede malinterpretar.
♦ La camisa y la cota familiar lo distinguían de sus compañeros.
♦ La camisa y la cota familiares lo distinguían de sus compañeros.
En la primera oración se puede interpretar que la camisa era, por ejemplo, de color naranja y por eso llamaba la atención.

Y debe ir en singular el adjetivo que vaya con dos sustantivos que se refieren a la misma entidad, están en singular y comparten determinante.
Quedo a menudo con mi ex y, sin embargo, amigo austrohúngaros.
Quedo a menudo con mi ex y, sin embargo, amigo austrohúngaro.

Si el adjetivo va delante, suele ir en singular salvo que los sustantivos estén en plural.
¡Qué gran sorpresa y alegría! Nos esperan grandes emociones y novedades.

ESTRUCTURAS COPULATIVAS

Si tanto el sujeto como el predicado de una oración copulativa son sustantivos (o pronombres o sintagmas nominales), la estructura es flexible.
 El mar es el pulmón del planeta.
 El pulmón del planeta es el mar.

Ahora bien, con independencia del orden, si una de las dos partes —sea el sujeto, sea el atributo— es plural, el verbo suele ir en plural.
♦ Lo que me estremece es los ruidos permanentes de la selva.
♦ Lo que me estremece son los ruidos permanentes de la selva.
♦ Los ruidos permanentes de la selva son lo que me estremece.

Hay otras estructuras que provocan vacilación acerca de la concordancia de número del verbo y ya tienen sendas dosis de atutía:
Las estructuras partitivas y pseudopartitivas: La mayoría de los tontos no se dan/da cuenta nunca de que lo son.
Las pasivas reflejas y sus perífrasis: Se regalan seis zambombas bien afinadas. Se iban a alquilar los anillos para ver la cabalgata desde la distancia.
La impersonalidad: Se critica a los poliplacóforos. Amanece (que no es poco) en Brazzaville y llueve a cántaros. Ya hace semanas que hace unos días muy malos.
El verbo haber: Había nueve planetas, pero el pobre Plutón se quedó en enano.

También es habitual patinar en el número cuando hay que mantenerlo en un elemento cuyo referente ya ha salido. Eso es otra dosis de atutía, que esta parece una sobredosis. Con lo sencillito que parecía poner singular con singular y plural con plural.

La concordancia de género

Como en la moda, en la lengua la elegancia está, muy a menudo, en coordinar bien todo el outfit conjunto. Y mira que es simple: masculino con masculino, femenino con femenino, singular con singular y plural con plural. Pues no debe de resultar tan fácil, porque se prodigan unos cuantos errores.

Seguro que la concordancia de género forma parte del currículo de párvulos, porque la complicación es nula. Eso sí, hay que tener cuidado de que todo esté en su sitio para saber con qué va cada complemento.
Me he comprado una extensión para la melena de materia natural nueva.
¿Qué es nuevo: la extensión, la melena o el material? Si cambiamos extensión por postizo, se complica la concordancia de género.
Me he comprado un postizo nuevo para la melena de materia natural nueva.
Y si en vez de materia natural se especifica que era de pelo natural, más aún.
Me he comprado un postizo ¿nuevo? para la melena de pelo natural ¿nuevo?
Eso por no decir que la melena entendemos que es suya y, por tanto, de pelo natural y la aclaración del material iba para el postizo.
Me he comprado un postizo nuevo de pelo natural para la melena.

También nos complican los textos las palabras que tienen género pero son iguales en masculino y en femenino (sustantivos comunes en cuanto al género).
La psiquiatra estaba enamorada del periodista. Era muy buena profesional. Ya no veía en él un paciente, pero estaba preocupada porque él se había obsesionado con una criminal y una psicópata que actuaban juntas.

No es que esas palabras sean un problema, pues, según su referente sea masculino o femenino, se concuerda todo lo que las rodee y ya está. Lo que da lugar a vacilaciones es que a muchas de esas palabras, a medida que designan una realidad que antes no existía, les brota una nueva terminación que cambia el género: dependienta, alcaldesa (pero no consulesa), jueza, bachillera… Por ejemplo, se empezó a plantear si es correcta la palabra cancillera cuando Angela Merkel accedió a ese cargo, pero bachillera se había fijado mucho antes (sí, desde que nos dejaron acabar el bachiller hasta que conseguimos presidir algo pasó mucho —demasiado— tiempo).

Como llegó ese cancillera (Diccionario del español actual, de Andrés, Seco y Ramos), es posible que lleguen miembra, agenta, representanta, testiga e, incluso, portavoza. Y puede que también periodisto y pediatro, como lo hizo modisto, pero, de momento, son invariables y se concuerdan los determinantes y los adjetivos que los acompañen. Además, hay que andarse con ojo.
Mi amiga la poeta me dice que ella y su colega la músico no son ni poetisa ni música. Y a su prima la médico le parece muy bien.

Y con tanto ojo que hay que andarse, porque han pasado a ser palabras de género común algunas que no se movían —pariente, familiar, bebé (esta última va embalada y ya ha dado el salto a desdoblarse: el bebé/la beba; y mejor en diminutivo: el bebito/la bebita)— y que, por tanto, hay que concordar.
Tengo una familiar que acaba de tener una bebita.

Quién sabe en qué momento darán el salto el/la víctima, un/una persona. Esas palabras se dice que son epicenas y tienen género, claro que sí, por eso hay que tener buen cuidado en concordarlas gramaticalmente, no por el sentido.
Atilano es un persona muy sencillo y un víctima resignado de su mujer, Clotilde, que se cree una magnate y es una mangante.
Atilano es una persona muy sencilla y una víctima resignada de su mujer, Clotilde, que se cree un magnate y es una mangante.

Y eso que, a veces, hay que ingeniárselas para que los epicenos sean precisos.
♦El hormigo se puso como un foco de gordo de tanto mordisquear los diminutos floros, que están en los pocos palmeros del oasis.
♦La hormiga macho se puso como una foca de gordo de tanto mordisquear los diminutos flores macho, que están en los pocos palmeros macho del oasis.
La hormiga macho se puso como una foca de gorda de tanto mordisquear las diminutas flores macho, que están en las pocas palmeras macho del oasis.

Luego están los vocablos indecisos; en realidad, los indecisos somos los hablantes, las palabras se dice que son ambiguas en cuanto al género.
♦Atilano, por no oír a Clotilde, atravesó la puente, pasó a la otra margen del río y, tras echarles un poco de azúcar triturada a las ánades, se fue a correr una maratón hasta la mar. Ella se quedó bebiendo el vodka y contemplando ese web de la internet donde aparecen las cobayas con un armazón medieval.
♦Atilano, por no oír a Clotilde, atravesó el puente, pasó al otro margen del río y, tras echarles un poco de azúcar triturado a los ánades, se fue a correr un maratón hasta el mar. Ella se quedó bebiendo la vodka y contemplando esa web del internet donde aparecen los cobayas con una armazón medieval.

Tampoco es que les demos vueltas a muchas palabras, pero, a veces, se las damos a las que no deberíamos; por eso se ponen siempre los mismos ejemplos.
Las tarifas de corrección de muchos editoriales son míseras. Y en los periódicos, quien escribe la editorial no espera que un corrector le anote las correcciones en la margen.
Las tarifas de corrección de muchas editoriales son míseras. Y en los periódicos, quien escribe el editorial no espera que un corrector le anote las correcciones en el margen.

AES TRANSFORMISTAS

También vacilamos cuando un sustantivo femenino empieza por a/ha tónica. Con lo fácil que es recordar que van con el, un, algún, ningún, al, del. La verdad es que una, alguna y ninguna valen, pero no son frecuentes. ¡Eh!, si la primera sílaba no es tónica ―como alacena—, no les pasa nada; y si no son sustantivos, tampoco.
♦Una hada rubia empuña una hacha afilada y se bebe la agua fría con la azúcar. Al entrar en la aula alta, mira la águila disecada con la ala extendida dentro del alacena.
♦Un hada rubio empuña un hacha afilado y se bebe el agua frío con la azúcar. Al entrar en el aula alto, mira el águila disecado con el ala extendido dentro del alacena.
Un hada rubia empuña un hacha afilada y se bebe el agua fría con el azúcar. Al entrar en el aula alta, mira el águila disecada de la alacena.

Resulta que algunas de esas palabras dan otras que ya no empiezan por a/ha tónica; lo que ocurre entonces es que ya no son tónicas y, por tanto, no les pasa nada.
El aguanieve que ha caído se parecía poco al agüita. Se veía en el alita del avión.
La aguanieve que ha caído se parecía poco a la agüita. Se veía en la alita del avión.

Y tampoco les pasa nada en plural ni si hay algo entre el determinante y la palabra.
El solitaria alma del arrebatada águila surge en un silencioso habla, pues en el asamblea animal lee los actas y recorre los áreas de los aulas.
La solitaria alma de la arrebatada águila surge en una silenciosa habla, pues en la asamblea animal lee las actas y recorre las áreas de las aulas.

Claro que hay unas cuantas excepciones que, por mucho que cumplan las condiciones, mantienen el determinante femenino. Ahí van las principales:
— Las palabras comunes en cuanto al género que empiezan por a/ha tónica (el determinante es lo que refleja el género y permite identificar el sexo del referente).
La habitante de aquella casa era una árabe y alojaba a una ácrata.
En este grupo hay una excepción a la excepción (los hablantes y sus cosas): se prefiere la árbitra; por lo visto, como estábamos acostumbrados a la árbitro y la terminación femenina es reciente, no acabamos de acostumbrarnos a el árbitra (que es lo que le tocaría).
— El nombre de las letras.
Me gusta más una hache intercalada que una a monda y lironda.
— Los nombres comerciales.
Vete a cenar a la Alma en Pena, que es una pizzería estupenda.
— Los nombres y apellidos de mujer cuando se les pone artículo.
La Adelaida que sale en la novela es una tipa, no la ciudad.
— Las siglas y los acrónimos cuya primera palabra desarrollada es femenina.
Soy socia de la ARPyC (Asociación Revitalicemos el Punto y Coma).

Y si la concordancia de género resulta singular, la dosis siguiente será para curar las faltas de concordancias en número, que eso sí que es plural.

Locuciones buldócer

Cuando se pone de moda una expresión, se convierte en un buldócer léxico que pasa por encima de todas las que significan algo similar o lo parece. Lo mismo ocurre con los adverbios y las preposiciones; ahí están los ejemplos de la pluriempleada donde, de la ya cansina desde y de la inflacionada hasta. Con las locuciones adverbiales y preposicionales el efecto se acerca al de la canción del verano: como no podía ser de otra manera, preparamos una barbacoa despacito, no, lo siguiente, en base a la gozadera que es lo que viene siendo una booomba colgando en las manos de redactores y políticos. Aquí van cuatro de esas locuciones; la primera, que es repe, al ritmo que va, pronto habrá incorporado el significado que, de momento, no tiene.

MÁS ALLÁ

La locución adverbial más allá está formada por dos adverbios: más y allá, y sumarlos no los metamorfosea; más bien es una roca sedimentaria. El caso es que significa ʽpasado alláʼ y el allá puede ser espacial o temporal.
Más allá de la calidad del texto, se ve enseguida si ha tenido una corrección buena por las locuciones adverbiales; y por las comas.

Si alguien se siente tentado de usar ese más allá con el sentido que se le quiere dar en el ejemplo anterior, puede tirar de al margen de, sin tener en cuenta, dejando de lado, aparte de, diferente de, independientemente de, sea cual sea, que no sea.
Sea cual sea la calidad del texto, se ve enseguida si ha tenido una corrección buena por las locuciones adverbiales; y por las comas.

Esas pobres locuciones adverbiales marginadas y arrinconadas deberían despertar oleadas de solidaridad.
Más allá de Sin tener en cuenta los 20 euros que me costó el botijo, lo que voy a gastarme este año en sandías me desequilibrará el presupuesto de todo el año.
Más allá de Dejando de lado alguna que otra lipotimia, tener una galbana de campeonato es lo que toca en verano, ¿no? Es que parece que nadie se lo esperaba.
Más allá de Además del interés por la paella y la sangría de los chiringuitos, no sé qué gracia le ven los guiris a andar por la solana a mediodía.

También hay quien cree que más allá significa ʽsinʼ.
El valor intrínseco de la morcilla está más allá de toda discusión.
♦ El valor intrínseco de la morcilla no ofrece/admite ninguna posibilidad de discusión.
♦ No es posible cuestionar el valor intrínseco de la morcilla.
♦ La morcilla presenta un valor intrínseco sin posibilidad de discusión.

No obstante, más allá alberga más de un significado. Puede significar ʽmás lejosʼ, en el espacio o en el tiempo.
No veo nada más allá de la primera línea de sombrillas. Y no hago planes para más allá de este fin de semana.

Y cuando se convierte en sustantivo significa ʽtan requetelejos que nadie ha vuelto a contar lo que hayʼ.
No me veo en el más allá. Que igual el sitio es chulo, pero eso de tener que morirse para llegar…

POR ORDEN DE / DE ORDEN DE

Los comunicados de los alcaldes tienen otro tono desde que no existen pregoneros, pero nos siguen llegando los mandatos de orden (ʽpor mandato deʼ) del señor alcalde y no por su orden, que sería otra cosa.
De orden del camarero del chiringuito, que te tomes la caña y el gazpacho por su orden, es decir, primero la una y luego el otro.

O sea, de orden de significa ʽpor mandato deʼ y por orden significa ʽsucesivamenteʼ. Además, en orden a significa ʽrespecto aʼ y ʽcon el fin deʼ ʽparaʼ. Y todo eso más allá de al margen de la locución del orden de, que indica estimación o aproximación.
Había del orden de 300 hormigas en la cocina. Las fui contemplando por orden de llegada a medida que entraban en orden, o sea, bien formada la fila, en orden a ir dándoles con la mano del almirez, una por una, de orden de la señora de la limpieza.

A RESULTAS DE / DE RESULTAS DE

Pues resulta que a resultas no es una locución de primera; o no lo era. La buena era de resultas, que significa ʽpor efectoʼ o ʽpor consecuenciaʼ. (María Moliner y el DLE no recogen a resultas, pero Seco, Andrés y Ramos, sí).
A resultas del uso, las locuciones se van retorciendo y modificando. Más allá de su forma, algunas también cambian de significado.
De resultas del uso, las locuciones se van retorciendo y modificando. Independientemente de su forma, algunas también cambian de significado.

EN TANTO / EN CUANTO

La locución en tanto significa ʽdurante el tiempo que ocurre algoʼ y también puede ser entre tanto, entretanto y mientras tanto.
En tanto sea verano, gazpacho todos los días de aperitivo.

No sirve para decir qué papel desempeña alguien o algo; para eso esta en cuanto.
En tanto refresco veraniego, las sopas de ajo son poco apreciadas.
En cuanto que refresco veraniego, las sopas de ajo son poco apreciadas.

Ahora bien, esta, versátil y volandera, puede hacer más cosas. Seguida de un verbo, marca el momento en el que empieza a ocurrir algo.
En cuanto empieza el verano, las sopas de ajo son poco apreciadas.
(También tiene de duración, como si fuera un mientras, pero es de poco uso).

Efectivamente, las locuciones y su significado cambian con el uso; a fin de cuentas, los hablantes hacen de sus locuciones un sayo y se lo quitan si quieren aunque no sea 40 de mayo. Pero, de momento, no dejo ni un más allá con cabeza en los textos que pasan por mis manos. Uníos a mí en la LLLLL: Liga por unas Locuciones Lustrosas, Lapidarias y Leales. Eso o que los diccionarios registren de una vez más allá con el significado que le da todo el mundo, ¡coñe ya!

Elogio, o no, del pleonasmo

El pleonasmo consiste en usar palabras que dentro de la oración repiten información aportada por otras. Por lo general, se considera feo, hasta el punto de que, en su segunda acepción, el DLE dice que es «demasía o redundancia viciosa de palabras». Pero lo cierto es que todos nosotros hablamos y escribimos con pleonasmos continuamente; sin ir más lejos, en la oración anterior al punto y coma hay un par, pues la terminación de los verbos ya expresa un nosotros y, en vista de que no hay restricción alguna, ese todos repite la información del nosotros.

Hay casos de pleonasmo que resultan palmarios.
Echaron a volar en dirección hacia el norte.
La locución en dirección a significa exactamente lo mismo que la preposición hacia. (¿Todo el mundo ha visto el pleonasmo de la oración anterior?; ¿o exactamente lo mismo no es pleonástico?). El texto queda más simple así:
♦ Echaron a volar hacia el norte.
♦ Echaron a volar en dirección al norte.

Y aquí, un pleonasmo de doble tirabuzón:
El timador, dirigiéndose a los incautos, les dijo: «La homeopatía ha demostrado su efectividad».
Ahí, dirigiéndose repite la información del verbo dijo; además, el pronombre les repite el destinatario. La oración sería más sencilla así:
♦ El timador, dirigiéndose a los incautos, dijo: «La homeopatía ha demostrado su efectividad».
♦ El timador dijo a los incautos: «La homeopatía ha demostrado su efectividad».

Claro que la duplicación del complemento indirecto e, incluso, del directo, es una estructura pleonástica que resulta natural en español y es obligatoria a veces.

Hay pleonasmos feos cuya única intención parece ser alargar una frase; o quizá quien la redactó no dedicó un rato a pulirla y hacerla más elegante.
Se sintió totalmente desorientado al ver las diferentes opciones que se le ofrecían.
Se sintió desorientado al ver las opciones que se le ofrecían.
No parece que totalmente y diferentes añadan nada a la oración.

Y requetehorrorosos son esos pleonasmos tan típicos de los libros de autoayuda y de textos que pretenden pasar por megaenrollados, superamigables e hiperimpactantes.
Autocompadécete de ti mismo y siéntete autocomplacido por autoayudarte a salir de dentro de la profundidad del hondo pozo de la tristeza.
Compadécete de ti mismo y siéntete complacido por ayudarte a salir del pozo de la tristeza.
Una vez escardado el léxico (el contenido no hay quien lo adecente), todavía queda ese compadécete de ti mismo, pero esa redundancia es conveniente para evitar la ambigüedad a que da pie el uso pronominal del verbo compadecer.

Cabe decir que con mucha frecuencia los adverbios y algunos adjetivos son bastante pleonásticos; como acaba de ocurrir en la frase anterior: ¿qué diferencia hay entre frecuencia y mucha frecuencia?; ¿y entre bastante innecesario e innecesario? Ninguna.

En realidad, no hay ninguna diferencia cuantificable, pero sí la hay desde el punto de vista estilístico y expresivo. Las dos formulaciones siguientes dicen lo mismo:
♦ Mira, hija, con la nieve puedes hacer pequeñas bolitas redondas —dijo, modelando con las dos manos una porción de la blanca agua helada.
♦ Mira, hija, con la nieve puedes hacer bolitas —dijo, modelando con las manos una porción de la blanca agua helada.

Cierto, se puede prescindir de pequeñas y de redondas porque ambas ideas están en la palabra bolitas, pero el efecto que produce en el lector la forma sin pleonasmos no es el mismo (ni, probablemente, el que produciría el padre en la niña). Y el numeral dos no aporta información a las manos; de hecho, se podría reducir más: modelando una porción de agua helada, ya que las cosas se suelen modelar con las manos; si hubiera hecho las bolas de nieve con las orejas, sí convendría explicitarlo.

El uso de esos pleonasmos puede ser una elección del autor y, en ese caso, poco hay que decirle. Menos pertinente serían esos mismos pleonasmos en un recetario de cocina para describir la elaboración de los buñuelos de bacalao.
Haz con las dos manos pequeñas bolitas redondas de la masa que has preparado previamente.
Haz bolitas de la masa que has preparado.

La segunda frase no impele a hacer bolas grandes ni cuadradas y la conjugación (pretérito perfecto compuesto) del verbo preparar encierra un previamente. Por tanto, a no ser que haya que rellenar páginas, la segunda forma es más adecuada, ya que la información concisa se asimila mejor. Si estás en la cocina, con el libro de recetas y metido en harina (literal y metafóricamente), lo que menos necesitas son circunloquios y despistes; por tanto, en ciertos tipos de texto, cuantos menos pleonasmos, mejor.

Pero el pleonasmo no es el mal. Hay algunos que explican más de lo que parece.
Solo se atiende con cita previa.
¿Que toda cita es previa? Sí, pero lo que dice es que no te presentes en la oficina o la consulta esperando que te atiendan media hora más tarde; debes pedir la cita con cierta antelación. A buen entendedor, un pleonasmo basta.

Por otra parte, en español la negación es a menudo obligatoriamente redundante y a los hablantes no nos da ningún problema. De eso hablaba aquí.

Es más, hay pleonasmos incontestables, insustituibles, inevitables. Esa madre que le dice a su hijo:
Pasa palante. Entra adentro y no vuelvas a salir afuera sin mi permiso.
Al niño no le va a parecer que los adverbios adelante, adentro y afuera sean pleonásticos de sus verbos respectivos. Por el contrario, añaden información, sobre todo si la madre los pronuncia con cierto tono; es más, los tres significan lo mismo: ‘que no te lo tenga que repetir, que me tienes hasta el moño’. Esa acepción no figura en los diccionarios, pero la comprenden todos los hablantes de la lengua.

O esa adolescente que pilla a su novio espiándole el móvil y le suelta:
No quiero volver a verte nunca jamás de los jamases en toda mi vida.
Para mi gusto, pocos pleonasmos tiene esa oración.

Así que, antes de borrar o evitar un pleonasmo, vale la pena pensar si cumple alguna función, si ayuda o estorba, si alarga y enmaraña o refuerza y matiza: no es lo mismo haber visto un fantasma que haberlo visto con mis propios ojos. Claro que verlo en la noche oscura, con una suave brisa moviendo las volátiles cortinas, durante breves instantes, mientras te quedas aterido de frío, pensando en las consecuencias derivadas de que las opiniones personales del protagonista principal usen falsos pretextos para lograr el resultado final… es otra cosa; otra cosa muy distinta.

río hozgargantaa

Que la vida es un pleonasmo uno lo empieza a comprender más tarde. Y todo eso lo cuenta y lo explica mucho mejor el gran gramático Ignacio Bosque en el artículo «Sobre la redundancia y las formas de interpretarla».

Vamos a contar… mentiras

No solo de letras vive el corrector/escribano. Hoy va una de aritmética.

Los ermitaños arrastran sus conchas asomando sus patitas y vigilando con sus ojitos.
La pregunta es cuántas conchas arrastra un ermitaño, cuántas patitas tiene y con cuántos ojos vigila. Y la respuesta es que tiene diez patitas (más tres pares de piezas bucales) y dos ojos —compuestos, eso sí—; pero concha solo arrastra una cada uno, por lo que la redacción tendría que ser así:
Los ermitaños arrastran la concha asomando las patitas y vigilando con los ojitos.

Casi seguro que nadie duda de que la concha solo es una, por lo que se puede conjeturar que tras ese plural y los tres posesivos rondan dos calcos sintácticos del inglés (para hacerlos no hace falta saber inglés). En ese idioma el plural distributivo es obligado y también es natural el posesivo aplicado a las partes del cuerpo. Si juntamos ambos rasgos en una frase en español, el horrorismo es XXL, que significa ‘requetegrande’ en inglés (extra extra large) o ’30’ si lo lees en latín y disculpas la pésima ortografía del redactor romano. Vamos con más ejemplos.

Y allá vamos, un carnaval más, por las calles con los coloretes en nuestras caras y las pelucas en nuestras cabezas.
Cuando alguien dice eso, sale el dios Momo a dejarlo sordo para que no pueda oír ni un cuplé; y si el destrozasintaxis no solo lo dice, sino que, además, lo escribe, entonces el mismísimo Tío de la Tiza se revuelve en la tumba (sí, en su tumba, pero, como está claro que es la suya, no hace falta poner el posesivo) y sale a repartir golpes con el pito de caña. Con sintaxis en español fetén, esa frase va así:
Y allá vamos, un carnaval más, por las calles con los coloretes en la cara y la peluca en la cabeza.

Porque, obviamente, calles hay muchas y coloretes se llevan dos (uno en cada mejilla); sin embargo, como cada uno tenemos una sola cabeza, lo normal es llevar una peluca. Además, a pesar de no usar ni un solo posesivo, nadie dudará de que cada uno lleva los coloretes en su cara y la peluca en su cabeza.

En estos dos asuntos, el plural distributivo y los posesivos asociados a las partes del cuerpo, la sintaxis natural en español raras veces dará lugar a equívocos; si ocurre, entonces hay mecanismos para evitarlos. En el caso de que no se sepa de quién es la parte del cuerpo, se puede recurrir a especificarlo en el sentido que haga falta.
1) Se miraron a los ojos y ella puso la mano en la rodilla.  (¿De quién cada cosa?).
→ La forma más ambigua; es probable que el contexto lo aclare todo. 
2) Se miraron a los ojos y ella le puso la mano en la rodilla. (Mano de ella, rodilla de él).
→ La forma más clara, aunque no lo parezca, y sencilla.
3) Se miraron a los ojos y ella se puso la mano en la rodilla. (Mano y rodilla de ella).
→ También clara como la 2, pero para decir otra cosa. Igual ella tiene reuma.

4) Se miraron a los ojos y ella puso la mano en la rodilla de él. (Rodilla de él, ¿mano?).
→ Puede que antes él le hubiera echado la mano encima a ella; ¡ay, el contexto!

5) Se miraron a los ojos y ella puso la mano en su rodilla. (¿De quién cada cosa?).
→ Vaya usted a saber qué rollo se llevan; ¡ay, el contexto!

Sí, hay unas cuantas opciones más, que el redactor, el traductor y el corrector observarán con atención para resolverlas lo mejor posible. Y aun se complica más si varias personas echan la mano a donde sea.
Todos le echaron sus manos a su hombro para decirle que lo compadecían.
Todos le echaron la mano al hombro para decirle que lo compadecían. 

Cuando el plural parece necesario para evitar extrañezas, también hay soluciones que sortean este horrorismo: Se fueron a sus esquinas a escuchar sus chirigotas.
La sencilla: Cada uno se fue a su esquina a escuchar su chirigota.
Y la rebuscada alargapáginas: Se fueron a sendas esquinas a escuchar sus chirigotas respectivas.

El problema de tirar de plural a troche y moche es que quizá no se diga lo que se quería.
A ellos los preparaban para mantener a sus esposas y a sus hijos. Los emigrantes les mandaban a sus familias remesas de dinero y ropa.
Está claro que hablamos de hombres polígamos y muy responsables, pues se ocupan de la familia que han formado con cada una de las esposas. ¡Ah!, que no; pues entonces, la redacción debe ir así:
A ellos los preparaban para mantener a la esposa y los hijos. Los emigrantes le mandaban a la [su] familia remesas de dinero y ropa.
O bien (más recargadito):
A ellos los preparaban para mantener a su esposa y a sus hijos. Los emigrantes les mandaban a sus respectivas familias remesas de dinero y ropa.

O sea, cada vez que aparezca un plural hay que preguntarse si cabe el singular.
Los óvulos fecundados se transforman en semillas; los ovarios que los rodean se hinchan y maduran.
Los óvulos fecundados se transforman en semilla; el ovario que rodea a cada una se hincha y madura.
Porque no es cierto que un óvulo dé varias semillas ni que cada uno esté rodeado por unos cuantos ovarios.

¿Cuántos destinos sueña una madre para su hija? Puede que varios, pero si la buena mujer solo vislumbra un futuro afortunado, mejor no sugerir que son varios. Y madre no hay más que una; eso ya lo teníamos claro, ¿no?
Las mujeres que no vistieron el tul ilusión tuvieron que buscarse destinos distintos a los que sus madres habían soñado para ellas.
♦ Las mujeres que no vistieron el tul ilusión tuvieron que buscarse un destino distinto al que su madre había soñado.
♦ Las mujeres que no vistieron el tul ilusión tuvieron que buscarse un destino distinto al que sus madres respectivas habían soñado para ellas.

Otras veces el plural describe con precisión los límites.
La mayoría de las tribus se replegaron cuando sus zonas se convirtieron en campos de batalla. (Cada tribu tenía varias zonas y cada zona fue varios campos de batalla).
La mayoría de las tribus se replegaron cuando su zona se convirtió en un campo de batalla. (Cada tribu tenía una zona y cada zona fue un campo de batalla).

Y usar el singular puede servir para bajarle los humos a alguno.
Los hombres que tienen coches grandes necesitan aparcamientos especiales.
♦ Los hombres que tienen un coche grande necesitan un aparcamiento especial.
♦ Los hombres cuyo coche es grande necesitan un aparcamiento especial.

En ocasiones, el plural hace que el relato quede muy raro.
Los soldados levantaron los escudos. Algunos se llevaban las manos a las gargantas.
Ahí te imaginas a cada soldado manejado varios escudos con las manos (con sus dos manos, por supuesto; ambas manos, que sííí). Claro que debía de ser un relato de ciencia ficción cuyos personajes tienen varios cuellos (¿y cabezas?); pero si eran romanos normales y corrientes, la cosa debe ir, por ejemplo, así:
Cada soldado levantó su escudo. Algunos se llevaban las manos a la garganta.
O incluso:
Los soldados levantaron el escudo. Algunos se llevaban las manos a la garganta.

Así que ante la duda, singular; y, ante la duda, sin posesivo.