Reduflación editorial

El mercado, que se las sabe todas, se ha inventado una triquiñuela bautizada como reduflación, un tecnicismo pretencioso para denominar un timo. Consiste en vender un poco menos de lo que parece que compras; o sea, quitar una miajita de ColaCao del bote, que mantiene el tamaño y el precio. Pues bien, las editoriales descubrieron hace tiempo su particular reduflación: si subo los precios, compran menos libros; si bajo un poco la calidad de alguno de sus componentes, nadie lo nota. El sistema más eficaz para ello es que sean menos los profesionales que participan en la producción del libro y que cobren menos (o que cobren lo mismo que hace 10 años, que es lo mismo que cobrar bastante menos).

En esa dinámica, uno de los eslabones que más hachazos ha recibido ha sido la corrección, es decir, el mecanismo de control de calidad de la lengua. Si hace tiempo se hacían tres correcciones de cada libro y con profesionales bien entrenados y formados no era porque a las editoriales les gustara perder tiempo y dinero, sino porque se sabe que así se optimiza la calidad lingüística del libro; por tanto, es fácil colegir qué pasa cuando un libro solo pasa por una o dos correcciones; o ninguna. Si, además, el libro lo corrige un profesional que acepta una tarifa con la que no se puede mantener una dedicación laboral de calidad o alguien que no es un solvente (acepción 5 del DLE) corrector profesional, lógicamente, se resentirá el texto que le llega al lector. Es decir, si se mantiene el precio del libro, pero se rebajan la calidad de una de sus materias primas (la lengua) y el cuidado que se pone en la edición, entonces ya tenemos el equivalente editorial de la reduflación: parece que compras lo mismo y que quien le ha puesto precio es generoso con el comprador y el lector, pero no.

Eso es una realidad ya hace tiempo, lo que me lleva a escudriñar un libro antes de comprarlo. Para ello ayudan los fragmentos de muestra que facilitan en línea algunas editoriales, como el que vi recientemente anunciado en las redes: autor prestigioso (con todo merecimiento), traductora prestigiada y empresa editorial que dice cuidar mucho sus ediciones (bueno, eso lo dicen todas): debía de ser canela en rama. El fragmento para catar tiene ocho páginas y en ellas hay bastantes errores de puntuación, que harán que no compre el libro.

Pero como aquí lo que hacemos es aplicar una dosis de atutía a los males de los textos, veamos los errores y su solución. He mantenido las estructuras del libro de marras, pero he cambiado las palabras. ¡Ah!, van algunos párrafos de alto contenido gramatical, que pueden herir la sensibilidad del lector; están en morado, de manera que, al llegar a ese color, quien quiera, puede saltárselos en vez de salir huyendo.

Siempre me alegraron, y estoy muy apremiado por los admiradores.
Siempre me alegraron y estoy muy apremiado por los admiradores.
No va coma ante conjunción copulativa salvo contadas excepciones, bien descritas en la OLE. Esto…, un asuntillo que quizá alguien pase por alto: para ser corrector, hay que conocer la OLE al dedillo; para ser buen corrector, hay que sabérsela y consultarla una docena de veces en cada trabajo. Y yo diría que en este libro… reduflación.

Sabía que no era bonito, aunque si Olegario lo había querido, yo no iba a ir en contra de su decisión.
Sabía que no era bonito, aunque, si Olegario lo había querido, yo no iba a ir en contra de su decisión.

Bastaría con que la angustia se le detuviera un minuto o dos, y llegaría la calma.
Bastaría con que la angustia se le detuviera un minuto o dos y llegaría la calma.
Esta puede ser una de las contadas excepciones (la b), pero por los pelos; lo cierto es que esa coma entorpece la integridad semántica y sintáctica de la oración.

Vamos con un poco de análisis sintáctico. Ahí hay una oración subordinada que es la prótasis de una estructura condicional y que está incrustada en una oración adversativa. El caso es que una subordinada incrustada en otra estructura debe ir acotada entre comas. Y, si se considera que es un inciso, con más razón.

Es posible que muchos lectores (en general y de este blog) no hayan entendido ni una palabra del párrafo anterior. Claro, porque quien debe entenderlo, conocerlo y aplicarlo es el corrector del libro para que el lector o comprador reciba un producto de la calidad que se le supone. En este caso no es así y, ¡uy, otra vez!, de ahí la reduflación.

Sigo aludiendo a él como mi marido, aunque en realidad estamos divorciados.
Sigo aludiendo a él como mi marido aunque, en realidad, estamos divorciados.

Resulta que este aunque no es igual al del ejemplo anterior; este es una conjunción concesiva y el otro era una conjunción adversativa; por eso y porque la prótasis de esta oración compuesta concesiva va después de su apódosis, no va coma antes de la conjunción. Lo que sí debe ir entre comas es el conector del discurso (en realidad) porque está en posición medial.

Es posible que… Sí, vuelve al último párrafo negro, que aquí va igual: la reduflación.

Se aguantaba, y yo notaba que le molestaba todo.
Se aguantaba y yo notaba que le molestaba todo.
Quizá ya sepamos todos que no va coma ante conjunción copulativa salvo contadas excepciones bien descritas en la OLE. Pues no, parece ser que todos no lo sabemos.

Sus primos me sonrieron, y yo intenté consolarlos, cantando jotas.
Sus primos me sonrieron y yo intenté consolarlos cantando jotas.
Que nooo, que no va coma ante conjunción copulativa y esta tampoco es una de las excepciones bien descritas en la OLE. Además, no se separa el complemento circunstancial (CC) de su verbo y del resto de elementos esenciales de la oración; sí, ese cantando jotas es un CC de modo.

Por raro que resulte, no me impedía comer, y hallaba la manera de silenciar mi hambre.
Por raro que resulte, no me impedía comer y hallaba la manera de silenciar mi hambre.
¡Y vuelta la burra al trigo!

Y cuando ya estaba hasta el moño de comas que rompen oraciones coordinadas copulativas, para que me sangren más los ojos, el horrorismo del plural distributivo.
Tanto mi abuela como mi prima eran personas que estaban al final de sus vidas.
Tanto mi abuela como mi prima eran personas que estaban al final de su vida.

Todo eso en las ocho primeras páginas de un libro editado por una editorial que presume de tener varios premios dice mucho. Así que yo no voy a pagar los 20,95 euros que cuesta porque cada vez me quitan más ColaCao del bote.

Concordancia con el antecedente

Te pones a escribir que Fulano ha hecho no sé qué, metes un inciso, se cuela una subordinada y, cuando vas a contar lo que ha pasado después del no sé qué, Fulano está representado por el pronombre las o es el sujeto de cantábamos. Es decir, el antecedente se ha perdido y la concordancia de género y número está a la virulé.

El antecedente puede ser un sustantivo, un pronombre, un adjetivo o, incluso, estar contenido en un verbo (porque en español la persona y el número identifican el  sustantivo —o el pronombre— que el verbo ha dejado atrás); y ese antecedente puede desempeñar diversas funciones sintácticas. Sea como sea, entre él y su representante (juntos forman una anáfora) hay que mantener el género y el número.

Hay una expresión que es un socavón en el que resulta muy fácil caerse.
Yo soy de las que pienso que las anáforas te cambian la vida.
Yo soy de los que piensa que las anáforas te cambian la vida.
Yo soy de los/las que piensan que las anáforas te cambian la vida.

Es frecuente —y un horrorismo— concordar el verbo con el pronombre que abre la frase, no tanto por equivocación en la relación sintáctica como porque el hablante quiere decir que piensa que las anáforas cambian la vida; así que podía formularlo así:
[Yo] Pienso que las anáforas te cambian la vida.
Pero al usar esa fórmula (que ayuda a no sentirse solo en una opinión o una experiencia) se introduce un relativo (que) y ya tenemos formada la anáfora, que exige que las piezas a un lado y otro del relativo tienen que concordar en número:
Soy de los que viven la sintaxis como quien consagra su vida al encaje de bolillos.

Las faltas de concordancia son como las cerezas: tiras de una y…
Yo soy de los que escribo una subordinada sin pensármelo y luego me arrepiento.
Yo soy de los que escriben una subordinada sin pensárselo y luego se arrepienten.
El sujeto de los verbos escribir y arrepentirse es los que (no yo), que también es el antecedente del pronombre se; este unido al verbo pensar identifica la persona gramatical que no piensa antes de actuar.

Ahora bien, como el sentido de toda la frase es que yo escribo sin pensármelo y luego yo me arrepiento, la gramática le da cuartelillo al sentido y en la segunda parte se admite el paso a la primera persona. La explicación de tal desenfreno sintáctico es que se puede considerar que las oraciones coordinadas son yo soy y yo me arrepiento.
Yo soy de los que escriben una subordinada sin pensárselo y luego me arrepiento.

Cuanto más se alarga una oración, más fácil es perder la concordancia. En el ejemplo siguiente, hay dos verbos en tercera persona del singular (resulta, conviene), pero sus subordinados se cuelan en primera del plural (liarnos, enfrentarnos).
Lo que resulta más habitual en estos casos es liarnos con las concordancias. Lo que conviene más es enfrentarnos a la sintaxis. 

La concordancia exige que en la segunda parte de cada oración se mantengan la persona y el número gramatical del antecedente. Hay, por tanto, dos opciones.
♦ Lo que resulta más habitual en estos casos es liarse con las concordancias. Lo que conviene más es enfrentarse a la sintaxis.
♦ Lo que nos pasa más a menudo es que nos liamos con las concordancias. Lo que nos conviene más es enfrentarnos a la sintaxis. 

La misma irregularidad se da en perífrasis verbales.
Habrá que comernos todos los torreznos, que para mañana se resecan.
♦ Habrá que comerse todos los torreznos, que para mañana se resecan.
♦ Tendremos que comernos todos los torreznos, que para mañana se resecan.

Se dan a menudo errores de concordancia cuando aparecen pronombres reflexivos.
A los dragones de Komodo nos gusta mantener las distancias entre sí. 
El pronombre recíproco es de tercera persona, mientras que el antecedente es de primera (nos gusta). Hay dos formas de concordar el complemento con su antecedente.
♦ A los dragones de Komodo les gusta guardar las distancias entre sí.
♦ A los dragones de Komodo nos gusta mantener las distancias entre uno y otro/ entre los unos a los otros/ entre nosotros.

Es muy pero que muy frecuente perder la concordancia de número cuando hay un complemento en plural y se duplica mediante pronombre átono.
Al morder a sus presas, los dragones de Komodo le inoculan bacterias infecciosas. 
El referente es sus presas y, por tanto, el pronombre debe ir en plural.
Al morder a sus presas, los dragones de Komodo les inoculan bacterias infecciosas.

Por su parte, el cuantificador cuanto es un adjetivo y pronombre relativo, por lo que si su referente es un sustantivo, debe concordar con él en género y número; o sea, no es invariable:
Cuanto más solecismos tiene el texto, más dudas le entran al corrector. Y cuanto más dudas le entran, más tendrían que pagarle.
Cuantos más solecismos tiene el texto, más dudas le entran al corrector. Y cuantas más dudas le entran, más tendrían que pagarle. 

También es fácil no identificar con qué va un adjetivo acompañado del artículo neutro:
Las birras tienen que estar lo más frías posibles.
El adjetivo posibles está mal concordado, pues va con lo, no con birras ni con frías:
Las birras tienen que estar lo más frías posible.
Aunque, si no estuviera el artículo antes del adverbio más, el adjetivo sí acompañaría al sustantivo y al adjetivo:
Busca las birras más frías posibles.

Con esta dosis de atutía, la de la concordancia de género y la de la concordancia de número, los textos ya deben quedar bastante pintureros. Claro que está el asunto de la concordancia temporal de los verbos…

Locuciones buldócer

Cuando se pone de moda una expresión, se convierte en un buldócer léxico que pasa por encima de todas las que significan algo similar o lo parece. Lo mismo ocurre con los adverbios y las preposiciones; ahí están los ejemplos de la pluriempleada donde, de la ya cansina desde y de la inflacionada hasta. Con las locuciones adverbiales y preposicionales el efecto se acerca al de la canción del verano: como no podía ser de otra manera, preparamos una barbacoa despacito, no, lo siguiente, en base a la gozadera que es lo que viene siendo una booomba colgando en las manos de redactores y políticos. Aquí van cuatro de esas locuciones; la primera, que es repe, al ritmo que va, pronto habrá incorporado el significado que, de momento, no tiene.

MÁS ALLÁ

La locución adverbial más allá está formada por dos adverbios: más y allá, y sumarlos no los metamorfosea; más bien es una roca sedimentaria. El caso es que significa ʽpasado alláʼ y el allá puede ser espacial o temporal.
Más allá de la calidad del texto, se ve enseguida si ha tenido una corrección buena por las locuciones adverbiales; y por las comas.

Si alguien se siente tentado de usar ese más allá con el sentido que se le quiere dar en el ejemplo anterior, puede tirar de al margen de, sin tener en cuenta, dejando de lado, aparte de, diferente de, independientemente de, sea cual sea, que no sea.
Sea cual sea la calidad del texto, se ve enseguida si ha tenido una corrección buena por las locuciones adverbiales; y por las comas.

Esas pobres locuciones adverbiales marginadas y arrinconadas deberían despertar oleadas de solidaridad.
Más allá de Sin tener en cuenta los 20 euros que me costó el botijo, lo que voy a gastarme este año en sandías me desequilibrará el presupuesto de todo el año.
Más allá de Dejando de lado alguna que otra lipotimia, tener una galbana de campeonato es lo que toca en verano, ¿no? Es que parece que nadie se lo esperaba.
Más allá de Además del interés por la paella y la sangría de los chiringuitos, no sé qué gracia le ven los guiris a andar por la solana a mediodía.

También hay quien cree que más allá significa ʽsinʼ.
El valor intrínseco de la morcilla está más allá de toda discusión.
♦ El valor intrínseco de la morcilla no ofrece/admite ninguna posibilidad de discusión.
♦ No es posible cuestionar el valor intrínseco de la morcilla.
♦ La morcilla presenta un valor intrínseco sin posibilidad de discusión.

No obstante, más allá alberga más de un significado. Puede significar ʽmás lejosʼ, en el espacio o en el tiempo.
No veo nada más allá de la primera línea de sombrillas. Y no hago planes para más allá de este fin de semana.

Y cuando se convierte en sustantivo significa ʽtan requetelejos que nadie ha vuelto a contar lo que hayʼ.
No me veo en el más allá. Que igual el sitio es chulo, pero eso de tener que morirse para llegar…

POR ORDEN DE / DE ORDEN DE

Los comunicados de los alcaldes tienen otro tono desde que no existen pregoneros, pero nos siguen llegando los mandatos de orden (ʽpor mandato deʼ) del señor alcalde y no por su orden, que sería otra cosa.
De orden del camarero del chiringuito, que te tomes la caña y el gazpacho por su orden, es decir, primero la una y luego el otro.

O sea, de orden de significa ʽpor mandato deʼ y por orden significa ʽsucesivamenteʼ. Además, en orden a significa ʽrespecto aʼ y ʽcon el fin deʼ ʽparaʼ. Y todo eso más allá de al margen de la locución del orden de, que indica estimación o aproximación.
Había del orden de 300 hormigas en la cocina. Las fui contemplando por orden de llegada a medida que entraban en orden, o sea, bien formada la fila, en orden a ir dándoles con la mano del almirez, una por una, de orden de la señora de la limpieza.

A RESULTAS DE / DE RESULTAS DE

Pues resulta que a resultas no es una locución de primera; o no lo era. La buena era de resultas, que significa ʽpor efectoʼ o ʽpor consecuenciaʼ. (María Moliner y el DLE no recogen a resultas, pero Seco, Andrés y Ramos, sí).
A resultas del uso, las locuciones se van retorciendo y modificando. Más allá de su forma, algunas también cambian de significado.
De resultas del uso, las locuciones se van retorciendo y modificando. Independientemente de su forma, algunas también cambian de significado.

EN TANTO / EN CUANTO

La locución en tanto significa ʽdurante el tiempo que ocurre algoʼ y también puede ser entre tanto, entretanto y mientras tanto.
En tanto sea verano, gazpacho todos los días de aperitivo.

No sirve para decir qué papel desempeña alguien o algo; para eso esta en cuanto.
En tanto refresco veraniego, las sopas de ajo son poco apreciadas.
En cuanto que refresco veraniego, las sopas de ajo son poco apreciadas.

Ahora bien, esta, versátil y volandera, puede hacer más cosas. Seguida de un verbo, marca el momento en el que empieza a ocurrir algo.
En cuanto empieza el verano, las sopas de ajo son poco apreciadas.
(También tiene de duración, como si fuera un mientras, pero es de poco uso).

Efectivamente, las locuciones y su significado cambian con el uso; a fin de cuentas, los hablantes hacen de sus locuciones un sayo y se lo quitan si quieren aunque no sea 40 de mayo. Pero, de momento, no dejo ni un más allá con cabeza en los textos que pasan por mis manos. Uníos a mí en la LLLLL: Liga por unas Locuciones Lustrosas, Lapidarias y Leales. Eso o que los diccionarios registren de una vez más allá con el significado que le da todo el mundo, ¡coñe ya!

Elogio, o no, del pleonasmo

El pleonasmo consiste en usar palabras que dentro de la oración repiten información aportada por otras. Por lo general, se considera feo, hasta el punto de que, en su segunda acepción, el DLE dice que es «demasía o redundancia viciosa de palabras». Pero lo cierto es que todos nosotros hablamos y escribimos con pleonasmos continuamente; sin ir más lejos, en la oración anterior al punto y coma hay un par, pues la terminación de los verbos ya expresa un nosotros y, en vista de que no hay restricción alguna, ese todos repite la información del nosotros.

Hay casos de pleonasmo que resultan palmarios.
Echaron a volar en dirección hacia el norte.
La locución en dirección a significa exactamente lo mismo que la preposición hacia. (¿Todo el mundo ha visto el pleonasmo de la oración anterior?; ¿o exactamente lo mismo no es pleonástico?). El texto queda más simple así:
♦ Echaron a volar hacia el norte.
♦ Echaron a volar en dirección al norte.

Y aquí, un pleonasmo de doble tirabuzón:
El timador, dirigiéndose a los incautos, les dijo: «La homeopatía ha demostrado su efectividad».
Ahí, dirigiéndose repite la información del verbo dijo; además, el pronombre les repite el destinatario. La oración sería más sencilla así:
♦ El timador, dirigiéndose a los incautos, dijo: «La homeopatía ha demostrado su efectividad».
♦ El timador dijo a los incautos: «La homeopatía ha demostrado su efectividad».

Claro que la duplicación del complemento indirecto e, incluso, del directo, es una estructura pleonástica que resulta natural en español y es obligatoria a veces.

Hay pleonasmos feos cuya única intención parece ser alargar una frase; o quizá quien la redactó no dedicó un rato a pulirla y hacerla más elegante.
Se sintió totalmente desorientado al ver las diferentes opciones que se le ofrecían.
Se sintió desorientado al ver las opciones que se le ofrecían.
No parece que totalmente y diferentes añadan nada a la oración.

Y requetehorrorosos son esos pleonasmos tan típicos de los libros de autoayuda y de textos que pretenden pasar por megaenrollados, superamigables e hiperimpactantes.
Autocompadécete de ti mismo y siéntete autocomplacido por autoayudarte a salir de dentro de la profundidad del hondo pozo de la tristeza.
Compadécete de ti mismo y siéntete complacido por ayudarte a salir del pozo de la tristeza.
Una vez escardado el léxico (el contenido no hay quien lo adecente), todavía queda ese compadécete de ti mismo, pero esa redundancia es conveniente para evitar la ambigüedad a que da pie el uso pronominal del verbo compadecer.

Cabe decir que con mucha frecuencia los adverbios y algunos adjetivos son bastante pleonásticos; como acaba de ocurrir en la frase anterior: ¿qué diferencia hay entre frecuencia y mucha frecuencia?; ¿y entre bastante innecesario e innecesario? Ninguna.

En realidad, no hay ninguna diferencia cuantificable, pero sí la hay desde el punto de vista estilístico y expresivo. Las dos formulaciones siguientes dicen lo mismo:
♦ Mira, hija, con la nieve puedes hacer pequeñas bolitas redondas —dijo, modelando con las dos manos una porción de la blanca agua helada.
♦ Mira, hija, con la nieve puedes hacer bolitas —dijo, modelando con las manos una porción de la blanca agua helada.

Cierto, se puede prescindir de pequeñas y de redondas porque ambas ideas están en la palabra bolitas, pero el efecto que produce en el lector la forma sin pleonasmos no es el mismo (ni, probablemente, el que produciría el padre en la niña). Y el numeral dos no aporta información a las manos; de hecho, se podría reducir más: modelando una porción de agua helada, ya que las cosas se suelen modelar con las manos; si hubiera hecho las bolas de nieve con las orejas, sí convendría explicitarlo.

El uso de esos pleonasmos puede ser una elección del autor y, en ese caso, poco hay que decirle. Menos pertinente serían esos mismos pleonasmos en un recetario de cocina para describir la elaboración de los buñuelos de bacalao.
Haz con las dos manos pequeñas bolitas redondas de la masa que has preparado previamente.
Haz bolitas de la masa que has preparado.

La segunda frase no impele a hacer bolas grandes ni cuadradas y la conjugación (pretérito perfecto compuesto) del verbo preparar encierra un previamente. Por tanto, a no ser que haya que rellenar páginas, la segunda forma es más adecuada, ya que la información concisa se asimila mejor. Si estás en la cocina, con el libro de recetas y metido en harina (literal y metafóricamente), lo que menos necesitas son circunloquios y despistes; por tanto, en ciertos tipos de texto, cuantos menos pleonasmos, mejor.

Pero el pleonasmo no es el mal. Hay algunos que explican más de lo que parece.
Solo se atiende con cita previa.
¿Que toda cita es previa? Sí, pero lo que dice es que no te presentes en la oficina o la consulta esperando que te atiendan media hora más tarde; debes pedir la cita con cierta antelación. A buen entendedor, un pleonasmo basta.

Por otra parte, en español la negación es a menudo obligatoriamente redundante y a los hablantes no nos da ningún problema. De eso hablaba aquí.

Es más, hay pleonasmos incontestables, insustituibles, inevitables. Esa madre que le dice a su hijo:
Pasa palante. Entra adentro y no vuelvas a salir afuera sin mi permiso.
Al niño no le va a parecer que los adverbios adelante, adentro y afuera sean pleonásticos de sus verbos respectivos. Por el contrario, añaden información, sobre todo si la madre los pronuncia con cierto tono; es más, los tres significan lo mismo: ‘que no te lo tenga que repetir, que me tienes hasta el moño’. Esa acepción no figura en los diccionarios, pero la comprenden todos los hablantes de la lengua.

O esa adolescente que pilla a su novio espiándole el móvil y le suelta:
No quiero volver a verte nunca jamás de los jamases en toda mi vida.
Para mi gusto, pocos pleonasmos tiene esa oración.

Así que, antes de borrar o evitar un pleonasmo, vale la pena pensar si cumple alguna función, si ayuda o estorba, si alarga y enmaraña o refuerza y matiza: no es lo mismo haber visto un fantasma que haberlo visto con mis propios ojos. Claro que verlo en la noche oscura, con una suave brisa moviendo las volátiles cortinas, durante breves instantes, mientras te quedas aterido de frío, pensando en las consecuencias derivadas de que las opiniones personales del protagonista principal usen falsos pretextos para lograr el resultado final… es otra cosa; otra cosa muy distinta.

río hozgargantaa

Que la vida es un pleonasmo uno lo empieza a comprender más tarde. Y todo eso lo cuenta y lo explica mucho mejor el gran gramático Ignacio Bosque en el artículo «Sobre la redundancia y las formas de interpretarla».

Vamos a contar… mentiras

No solo de letras vive el corrector/escribano. Hoy va una de aritmética.

Los ermitaños arrastran sus conchas asomando sus patitas y vigilando con sus ojitos.
La pregunta es cuántas conchas arrastra un ermitaño, cuántas patitas tiene y con cuántos ojos vigila. Y la respuesta es que tiene diez patitas (más tres pares de piezas bucales) y dos ojos —compuestos, eso sí—; pero concha solo arrastra una cada uno, por lo que la redacción tendría que ser así:
Los ermitaños arrastran la concha asomando las patitas y vigilando con los ojitos.

Casi seguro que nadie duda de que la concha solo es una, por lo que se puede conjeturar que tras ese plural y los tres posesivos rondan dos calcos sintácticos del inglés (para hacerlos no hace falta saber inglés). En ese idioma el plural distributivo es obligado y también es natural el posesivo aplicado a las partes del cuerpo. Si juntamos ambos rasgos en una frase en español, el horrorismo es XXL, que significa ‘requetegrande’ en inglés (extra extra large) o ’30’ si lo lees en latín y disculpas la pésima ortografía del redactor romano. Vamos con más ejemplos.

Y allá vamos, un carnaval más, por las calles con los coloretes en nuestras caras y las pelucas en nuestras cabezas.
Cuando alguien dice eso, sale el dios Momo a dejarlo sordo para que no pueda oír ni un cuplé; y si el destrozasintaxis no solo lo dice, sino que, además, lo escribe, entonces el mismísimo Tío de la Tiza se revuelve en la tumba (sí, en su tumba, pero, como está claro que es la suya, no hace falta poner el posesivo) y sale a repartir golpes con el pito de caña. Con sintaxis en español fetén, esa frase va así:
Y allá vamos, un carnaval más, por las calles con los coloretes en la cara y la peluca en la cabeza.

Porque, obviamente, calles hay muchas y coloretes se llevan dos (uno en cada mejilla); sin embargo, como cada uno tenemos una sola cabeza, lo normal es llevar una peluca. Además, a pesar de no usar ni un solo posesivo, nadie dudará de que cada uno lleva los coloretes en su cara y la peluca en su cabeza.

En estos dos asuntos, el plural distributivo y los posesivos asociados a las partes del cuerpo, la sintaxis natural en español raras veces dará lugar a equívocos; si ocurre, entonces hay mecanismos para evitarlos. En el caso de que no se sepa de quién es la parte del cuerpo, se puede recurrir a especificarlo en el sentido que haga falta.
1) Se miraron a los ojos y ella puso la mano en la rodilla.  (¿De quién cada cosa?).
→ La forma más ambigua; es probable que el contexto lo aclare todo. 
2) Se miraron a los ojos y ella le puso la mano en la rodilla. (Mano de ella, rodilla de él).
→ La forma más clara, aunque no lo parezca, y sencilla.
3) Se miraron a los ojos y ella se puso la mano en la rodilla. (Mano y rodilla de ella).
→ También clara como la 2, pero para decir otra cosa. Igual ella tiene reuma.

4) Se miraron a los ojos y ella puso la mano en la rodilla de él. (Rodilla de él, ¿mano?).
→ Puede que antes él le hubiera echado la mano encima a ella; ¡ay, el contexto!

5) Se miraron a los ojos y ella puso la mano en su rodilla. (¿De quién cada cosa?).
→ Vaya usted a saber qué rollo se llevan; ¡ay, el contexto!

Sí, hay unas cuantas opciones más, que el redactor, el traductor y el corrector observarán con atención para resolverlas lo mejor posible. Y aun se complica más si varias personas echan la mano a donde sea.
Todos le echaron sus manos a su hombro para decirle que lo compadecían.
Todos le echaron la mano al hombro para decirle que lo compadecían. 

Cuando el plural parece necesario para evitar extrañezas, también hay soluciones que sortean este horrorismo: Se fueron a sus esquinas a escuchar sus chirigotas.
La sencilla: Cada uno se fue a su esquina a escuchar su chirigota.
Y la rebuscada alargapáginas: Se fueron a sendas esquinas a escuchar sus chirigotas respectivas.

El problema de tirar de plural a troche y moche es que quizá no se diga lo que se quería.
A ellos los preparaban para mantener a sus esposas y a sus hijos. Los emigrantes les mandaban a sus familias remesas de dinero y ropa.
Está claro que hablamos de hombres polígamos y muy responsables, pues se ocupan de la familia que han formado con cada una de las esposas. ¡Ah!, que no; pues entonces, la redacción debe ir así:
A ellos los preparaban para mantener a la esposa y los hijos. Los emigrantes le mandaban a la [su] familia remesas de dinero y ropa.
O bien (más recargadito):
A ellos los preparaban para mantener a su esposa y a sus hijos. Los emigrantes les mandaban a sus respectivas familias remesas de dinero y ropa.

O sea, cada vez que aparezca un plural hay que preguntarse si cabe el singular.
Los óvulos fecundados se transforman en semillas; los ovarios que los rodean se hinchan y maduran.
Los óvulos fecundados se transforman en semilla; el ovario que rodea a cada una se hincha y madura.
Porque no es cierto que un óvulo dé varias semillas ni que cada uno esté rodeado por unos cuantos ovarios.

¿Cuántos destinos sueña una madre para su hija? Puede que varios, pero si la buena mujer solo vislumbra un futuro afortunado, mejor no sugerir que son varios. Y madre no hay más que una; eso ya lo teníamos claro, ¿no?
Las mujeres que no vistieron el tul ilusión tuvieron que buscarse destinos distintos a los que sus madres habían soñado para ellas.
♦ Las mujeres que no vistieron el tul ilusión tuvieron que buscarse un destino distinto al que su madre había soñado.
♦ Las mujeres que no vistieron el tul ilusión tuvieron que buscarse un destino distinto al que sus madres respectivas habían soñado para ellas.

Otras veces el plural describe con precisión los límites.
La mayoría de las tribus se replegaron cuando sus zonas se convirtieron en campos de batalla. (Cada tribu tenía varias zonas y cada zona fue varios campos de batalla).
La mayoría de las tribus se replegaron cuando su zona se convirtió en un campo de batalla. (Cada tribu tenía una zona y cada zona fue un campo de batalla).

Y usar el singular puede servir para bajarle los humos a alguno.
Los hombres que tienen coches grandes necesitan aparcamientos especiales.
♦ Los hombres que tienen un coche grande necesitan un aparcamiento especial.
♦ Los hombres cuyo coche es grande necesitan un aparcamiento especial.

En ocasiones, el plural hace que el relato quede muy raro.
Los soldados levantaron los escudos. Algunos se llevaban las manos a las gargantas.
Ahí te imaginas a cada soldado manejado varios escudos con las manos (con sus dos manos, por supuesto; ambas manos, que sííí). Claro que debía de ser un relato de ciencia ficción cuyos personajes tienen varios cuellos (¿y cabezas?); pero si eran romanos normales y corrientes, la cosa debe ir, por ejemplo, así:
Cada soldado levantó su escudo. Algunos se llevaban las manos a la garganta.
O incluso:
Los soldados levantaron el escudo. Algunos se llevaban las manos a la garganta.

Así que ante la duda, singular; y, ante la duda, sin posesivo.

Nimiedades caniculares

El verano es propicio a la galbana, así que para evitar movimientos innecesarios rebuscando en la alacena un bote de atutía que remedie alguna fruslería textual aquí van cuatro preparados exprés de dosis única. La selección responde a un criterio básico: estoy harta de encontrarme esos errores, tanto en textos que corrijo como en libros que leo por puro placer; un placer que, en cuanto encuentro uno de esos errores, se me corta cual mayonesa preparada con huevo recién sacado de la nevera.

Una tilde que no va

A veces como es una conjunción, no un adverbio; es decir, no introduce la manera en que ocurre algo, sino que anuncia que acontece algo. Pues bien, en ese caso, no lleva tilde. Está explicado con detalle en otra dosis de atutía y para resolverlo rápido basta con sustituir como por que; si dice lo que tenía que decir, es conjunción.
Pudimos oír cómo como [= que] le gritaba a su hermano. […] Me contaba cómo como [= que] durante mucho tiempo no había hecho otra cosa sino leer. […] Me pasé todo el día sentado observando cómo como [= que] iba convirtiéndose en otra persona.

Las tres frases anteriores pertenecen a una novela de un premio nobel publicada en España por un gran grupo editorial. Ninguno de los tres como debe llevar tilde (si bien, sin contexto, el tercero admite cierta discusión). ¿Por qué no ha tenido una buena corrección? Porque como ningún lector se quejará, nos timan: extraordinario autor, buenísimo traductor, excelente maquetación, buenísima impresión, notable mercadotecnia y superlativa distribución, pero nula o pésima corrección; y varias correcciones buenas es el mecanismo de control de calidad de un texto, así que sin ellas el producto que se vende está mal acabado y poco cuidado.

El verbo haber es impersonal

Hay más detalles en el apartado «Conjunciones capadas» de la dosis de atutía dedicada a la impersonalidad, pero la prueba del nueve para este verbo impersonal no puede ser más sencilla.
Ya de buena mañana hayan hay muchas medusas en la playa.

¿Que eso no lo dice nadie? Claro, eso no lo dice nadie, pero esto otro…
Ya de buena mañana habían muchas medusas en la playa y por la noche habrán muchas muertas en la arena.

Eso es bastante frecuente y es el mismo horrorismo. Así que lo único que hay que hacer es pensarlo en presente para recordar que, cuando denota existencia, el verbo haber solo se conjuga en tercera persona del singular.
Ya de buena mañana había muchas medusas en la playa y por la noche habrá muchas muertas en la arena.
Y juro que han ha habido un montón de personas a las que les he oído esos habían y habrán, entre ellas gente ilustre e ilustrada.

No va coma antes de la conjunción y, salvo excepciones

Esto no es corto, así que para quien quiera la versión completa hay una dosis de puntuación dedicada a ese agujero negro formado por una conjunción y una coma.

Le ofreció la única butaca de la sala, y ella se sentó como si estuviera cómoda.
Esa frase, modificada, sale de un libro de un autor de prestigio, bien traducido, bien editado… y mal corregido. No hay razón que justifique la coma antes de la conjunción; es más, no hay ninguna excepción a la norma general que permita ponerla.

La misma mujer que se había quedado cerca de él en el exterior del teatro, como absorta en una especie de preocupación cotidiana, ahora se alejaba, y utilizaba, una por una, todas las formas de su seguridad.
Esa frase, modificada, sale de un libro de un autor de prestigio, bien traducido, bien editado… y mal corregido. No hay razón que justifique la coma antes de la conjunción; es más, no hay ninguna excepción a la norma general que permita ponerla. Sí, esta última frase es la misma de dos párrafos antes, pero es que en ese libro el dichoso error de la coma aparece una y otra vez, como si respondiera a la necesidad del traductor (o del editor o del corrector) de respirar, de reflexionar o de hacer una inflexión de la voz al leer en voz alta.

Hay (y había y habrá) quien explica como las comas están para respirar en la lectura. Si así fuera, habría que hacer al menos tres ediciones de cada libro: una normal, otra para practicantes de buceo en apnea (con menos comas que especímenes de foca monje) y otra para asmáticos (con comas a troche y moche). A ver si el criterio para ubicar las comas no es respiratorio ni reflexivo ni ornamental; a ver si va a ser sintáctico y resulta que para puntuar hay que analizar la estructura de la oración.

La plaga de realizar

Y una nimiedad léxica: en nombre de Fernando Lázaro Carreter (cada uno le pone altar al santo que quiere), restringid y limitad el verbo realizar. Es que me he encontrado —en un solo y breve texto— realizar un estofado (cocinar, preparar, estofar, elaborar), realizar la suma (sumarcalcular, operar, solucionar, resolver), realizar mediciones (medir), realizar experiencias (experimentar, poner en práctica el experimento), realizar el seguimiento (seguir, vigilar, observar, monitorizar), realizar actividad física (moverse, hacer deporte), entre otros realizares. ¡Ah!, por cierto, el verbo hacer no da calambre.

Pronombres andarines

En español hay palabras que viajan de un lado a otro de la oración sin problema ni de sintaxis ni de comprensión. Por ejemplo, los pronombres que hacen de complemento directo o indirecto tienen una gran libertad de movimientos; grande, sí, pero de ahí a largarse de parranda…
Vanesita díjole a su mamá que no obligárala a se comer los macarrones, que rodaballo mejor. La opinión del pobre rodaballo no conócese; sus sentimientos menosprecian los.

No hace falta un curso de sintaxis para recomponer ese texto con los pronombres en su sitio (cierto, algunos están en su sitio… pero varios siglos atrás, con permiso de los asturianos).
Vanesita le dijo a su mamá que no la obligara a comerse los macarrones, que rodaballo mejor. La opinión del pobre rodaballo no se conoce; sus sentimientos los menosprecian.

Y tristemente famoso es aquel se sienten, ¡coño!, que, salvo que se quiera indicar una variante local de habla propia de ciertas áreas o condiciones (más cerca del cachirulo que del tricornio), debería ser siéntense, ¡coño!

En cambio, para indicar lo contrario, el pronombre va en otra posición.
No siéntense.
No se sienten.  

También produce extrañeza, incluso en un acto de habla muy informal, algo así:
Al se la beber, se le atragantó la horchata y no veas la que montamos en la heladería.
Al bebérsela, se le atragantó la horchata y no veas la que montamos en la heladería.

Sin embargo, otros bailes de pronombres no sobresaltan ni los ojos ni los oídos.
♦ Le tengo que hacer el rodaballo a la niña, nada de macarrones, que me puede montar un pollo si se los vuelvo a poner.
♦ Tengo que hacerle el rodaballo a la niña, nada de macarrones, que puede montarme un pollo si vuelvo a ponérselos.

Aunque algunas danzas exigen demasiadas contorsiones de las ternillas de la lengua.
Pensaba pasar a os explicar esas contorsiones y quería os las empezar a detallar.
♦ Pensaba pasaros a explicar esas contorsiones y os las quería empezar a detallar.
♦ Os pensaba pasar a explicar esas contorsiones y quería empezároslas a detallar.
♦ Pensaba pasar a explicaros esas contorsiones y quería empezar a detallároslas.

De los ejemplos precedentes, el primero le chirriará a cualquiera y, desde luego, no lo escribiría nadie. Sin embargo, estructuras como las de los ejemplos segundo y tercero no les producirán extrañeza a la mayoría de los hablantes y lectores. Ahora bien, quizá pierdan fuste al compararlas con la cuarta forma de expresar lo mismo. La razón es que en la última los pronombres van con el verbo que les corresponde.

El verbo pensar no tiene en esa oración complemento indirecto, tampoco el verbo pasar, pero sí el verbo explicar; por eso el lugar óptimo del pronombre os es detrás de este y unido a él: explicaros; lo mismo ocurre con detallároslas.  Lo que ocurre es que así se forman palabras largas y un poco trabalenguas, de manera que en el habla se tiende a trocearlas y mover los pronombres (y eso es una pista para darle rasgos de oralidad a un texto o quitárselo cuando no le convienen tales rasgos).

Aquí, sin embargo…
Ni rastro de rodaballo en la pescadería. Me lo toca pescar.
Ni rastro del rodaballo en la pescadería. Me toca pescarlo.

Un pronombre que cuesta mantener quieto es el de los verbos pronominales (me escaqueo del asunto del rodaballo) y se mueve mejor que cuando es complemento (me toca = tocar a mí ≠ tocarme). Además, por lo general, el pronombre del verbo subordinado (cocinarlo) puede ir al principal, pero no al revés.
No me quiero escaquear; toca pescármelo. Lo quiero cocinar. 
No quiero escaquearme; me toca pescarlo. Quiero cocinarlo. 

 Por otra parte, mover el pronombre puede cambiar el significado.
♦ Te voy a hacer unas preguntas que ayudarán a comprenderte.
♦ Voy a hacerte unas preguntas que te ayudarán a comprender.
♦ Voy a hacerte unas preguntas que te ayudarán a comprenderte.

A veces entiendes el texto, pero tienes que echar un rato pensándolo. Eso ocurre con algunas perífrasis verbales y está explicado en su sitio, pero aquí va un repasito:
Se fue contemplando que el rodaballo no se prestara a los fines de la familia.
¿Hay alguien que abandona un lugar, pensando en sus cuitas con el rodaballo? ¡Nooo!
Se contemplaba que el rodaballo no se prestara a los fines de la familia.

Y es que en español ir e irse tienen diferente significado y, además, irse no forma perífrasis verbales, pero ir, sí y, en ese caso, no indica desplazamiento, sino que algo va a empezar. Las lenguas —sus hablantes— tienden a economizar recursos, así que usan las mismas piezas para varios significados y funciones; eso no obstaculiza la comunicación, pero sí las explicaciones gramaticales.

Y, una vez más, el registro oral, sobre todo en algunos contextos, es bastante libre…
♦ Mari, Mari, ¡no vas a creértelo! Esos zapatos vas a poder ponértelos para la boda.
♦ Mari, Mari, ¡no te lo vas a creer! Esos zapatos te los vas a poder poner para la boda.
♦ Mari, Mari, ¡no te lo vas a creer! Esos zapatos vas a podértelos poner para la boda.

Pero nada de ¡no vas a te lo creer! ni de ¡no vástelo a creer!

También conviene observar cuál de los dos verbos que van seguidos es impersonal, ya que en algunas posiciones el pronombre se queda raro:
No puede entrarse en la pescadería porque está todo el pescado vendido.
No se puede entrar en la pescadería porque está todo el pescado vendido.

En noviembre empezaba a pensarse en el besugo navideño.
En noviembre se empezaba a pensar ya en el besugo navideño.                                     

Y otras veces no hay quien lo mueva de su sitio.
Si los pulpitos han dejado convivirse con su caldo tres horas, quedarán duros.
Si los pulpitos se han dejado convivir con su caldo tres horas, quedarán duros.

Y para tardes de tedio, nada como hacer que los pronombres bailen por el texto a ver qué efecto expresivo se consigue, porque yo…
… no lo sé explicaros mejor.
… no os sé explicarlo mejor.
… no os lo sé explicar mejor.
… no sé explicároslo mejor.

Verbos con recovecos

Vamos a resolver de entrada el asunto de entendernos: una perífrasis verbal es una unidad formada por dos verbos, uno de los cuales dice qué se hace y el otro cuenta cómo se hace (la clasificación de las perífrasis en función de lo que dicen está muy bien presentada con ejemplos en la Wikilengua); por ejemplo:
Alodia viene observando que Nunilo descuida las tareas domésticas. Nunilo, que lleva fregado mucho en ese castillo, se echa a llorar y, pasado el primer sofoco, se propone sugerirle que tengan servicio, como todos los condes.

Alodia observa desde hace tiempo pero no viene de ningún sitio. Por su parte, Nunilo ha fregado muchas veces el castillo pero no carga con nada. Y no se pone una colonia que se llama a llorar, sino que da comienzo a la acción de verter lágrimas. Además, se propone sugerirle algo, tal cual: proponerse y sugerirle; como el primer verbo no hace una pirueta, no es una perífrasis. Pues ya está, vistas tres perífrasis verbales y, a poco que nos fijemos, de ellas podemos sacar tres conclusiones.

1) Hay un verbo conjugado en forma personal y otro que va en forma no personal (invariable, por tanto). Como viene siendo costumbre en español, el verbo tiene que concordar en número y persona con el sujeto. Eso si naces angloparlante te lo ahorras, pero a cambio tienes un spelling que tela.
♦ Alodia viene observando… / Yo vengo observando…
♦ Nunilo lleva fregado… / Las limpiadoras llevan fregado…
♦ Él se echa a llorar… /Nosotros nos echamos a llorar…

En [Nunilo] se propone sugerirle… también se cumple, así que podría ser una perífrasis verbal si no fuera por la segunda conclusión.

2) El verbo conjugado no significa lo que significa cuando va por su cuenta; resulta que es el verbo auxiliar.
Alodia viene observando a Nunilo. / Alodia viene de la fuente con el cántaro roto.

La primera oración dice que la buena de Alodia hace tiempo que observa a Nunilo, pero nada indica que se desplace. En cambio, en la segunda oración dice que ha ido a por agua y allí se le ha roto el cántaro; y de eso nos damos cuenta cuando se traslada desde allí hasta aquí, o sea, cuando viene.

Sin embargo en [Él] se propone sugerirle que tengan servicio el verbo proponer(se) significa exactamente ‘proponer(se)’; así que eso no es una perífrasis. Como seguro que alguien está en un sinvivir por saber qué es, lo diré ya: es una oración compuesta en la que [Él] se propone es la oración principal; por su parte, sugerirle que tengan servicio es la oración subordinada y le hace de complemento directo a la principal. (A su vez, esa subordinada también es compuesta y tiene una principal y una subordinada en función de complemento directo. Menuda tarde de diversión se puede pasar jugando a poner una subordinada dentro de otra hasta formar una frase de cinco o seis líneas; claro que si eres abogado, tienes las de ganar).

3) El segundo verbo puede estar en una de las tres formas no personales del verbo: infinitivo, participio o gerundio. Es el principal y, por cierto, entre él y el auxiliar puede haber algo aunque no tiene por qué haberlo.

¿Que para qué sirve distinguir una perífrasis verbal de una oración compuesta? Pues para saber cosas, que no está mal. ¡Ah!, y para escribir con más precisión y elegancia, porque resulta que no reconocer bien la naturaleza y la estructura de las perífrasis verbales lleva a un anacoluto y a un horrorismo.

HAY QUE CONCORDAR LOS VERBOS
Para detectar el anacoluto hay que acordarse de la conclusión 1 al componer una perífrasis en pasiva refleja, porque, como se explica en otra dosis de atutía, la pasiva refleja tiene un sujeto, paciente, pero sujeto, que tiene que concordar en número con el verbo. Como en la perífrasis el verbo que cambia de forma es el auxiliar, el peligro es no concordarlo con el sujeto.
Se sigue alquilando las caballerizas de Alodia. Ideal parejas, dicen; de caballo y yegua, claro.
Se siguen alquilando las caballerizas de Alodia. Ideal parejas, dicen; de caballo y yegua, claro.  

Si se necesita el truco, se convierte en pasiva y enseguida se detecta la falta de concordancia:
♦ Se debe analizar las causas de la escasa competitividad de Nunilo en los torneos.
♦ Debe ser analizada las causas de la escasa competitividad de Nunilo en los torneos.

Se deben analizar las causas de la escasa competitividad de Nunilo en los torneos.

LOS PRONOMBRES EN SU SITIO
El horrorismo en el que se puede caer tiene que ver con la posición de los pronombres y admite grados: desde casi-no-es-horrorismo hasta cómo-he-podido-escribir-eso. Además, hay que decir que la lengua hablada ofrece mucho más margen que un texto escrito, incluso en la interpretación de un texto ambiguo.
A mí me sigue sin gustar el pavo de Nunilo.

¿Significa eso que Nunilo me sigue y no me gusta (ni Nunilo ni que me siga)? Pues no y seguro que muchos hablantes entienden que significa algo así:
A mí sigue sin gustarme el pavo de Nunilo.

Si la perífrasis fuera de gerundio se produciría menos ambigüedad, pero el pronombre seguiría teniendo un lugar más adecuado que otro:
A mí me sigue gustando más el apuesto Elpidio que el pavo de Nunilo.
A mí sigue gustándome más el apuesto Elpidio que el pavo de Nunilo.

La primera oración no da ningún problema de comunicación y no es incorrecta; no obstante, entra en la categoría (de dudoso rigor lingüístico pero muy útil a la hora de redactar o corregir textos) de poco elegante. Y como cuesta lo mismo, mejor escribir la segunda para respetar que ahí el verbo pronominal es gustar y no seguir.

Dos perífrasis que pueden ser ambiguas según dónde se ponga el pronombre son volver a + infinitivo e ir a + infinitivo. Imaginemos que Nunilo, harto de los reproches de Alodia, le dice:
Me vuelvo a encontrar mis fantasmas.
—Pues que te vaya bien con tu vuelta a la choza: menos que fregar, pero ya te digo que vas a perder mazo de ringorrango —le contesta Alodia con gesto displicente.
—¡Qué más quisieras tú que que me fuera! Lo que digo es que Sabanito anda otra vez por aquí y cada dos por tres me lo encuentro en el pasillo —le aclara el pavo de Nunilo—. Pero no me voy a rendir.
—¿Que no te vas a dónde? ¿Han abierto otro bar y se llama Rendir?
—Que digo que esta vez insistiré hasta que confiese de qué siglo es.
—Pues a ver si dices bien las cosas: Vuelves a encontrarte tus fantasmas por los pasillos y no vas a rendirte, que ni para poner los clíticos en su sitio sirves —sentencia Alodia, que está hasta el colodrillo de la sintaxis de Nunilo.

Lo mismo ocurre con la partícula se cuando se construye la perífrasis en forma impersonal.
Llegará a celebrarse una fiesta de bienvenida para Sabanito y empezará a construirse una gran bola de discoteca que el pobre arrastra desde hace varios siglos a ver si así se le acaba cambiando el carácter.
Se llegará a celebrar una fiesta de bienvenida para Sabanito y se empezará a construir una gran bola de discoteca que el pobre arrastra desde hace varios siglos a ver si así acaba cambiándosele el carácter.

Las dos primeras suenan bastante mal con el se fuera de su sitio; en cambio, cuesta decirla con él en su sitio. Cuesta porque van sumándose clíticos al verbo y se hace largo, sobre todo hablando; por eso en el texto oral resulta bastante natural colocar los pronombres o la partícula de impersonalidad allí donde produzcan palabras más cortas (más fáciles de pronunciar). Y es que no se puede partir (mejor que no puede partirse) de una visión monolítica de la cuestión.
Me lo tengo que pensar si voy a la fiesta de Sabanito o no porque lo llevo esperando toda la eternidad. Resulta que soy su prima y se lo tengo que decir. Se lo iba a contar ayer pero estaba por allí Sisebuto y me lo puse a considerar como confidente. No le puedo hablar como si me entendiera: «Sisebuto, esto; Sisebuto, lo otro» y él venga a ladrar, que no puede aguantarse ya tanta incomprensión.
Tengo que pensármelo, si voy a la fiesta de Sabanito o no, porque llevo esperándolo toda la eternidad. Resulta que soy su prima y tengo que decírselo. Iba a contárselo ayer pero estaba por allí Sisebuto y me puse a considerarlo como confidente. No puedo hablarle como si me entendiera: «Sisebuto, esto; Sisebuto, lo otro» y él venga a ladrar, que no se puede aguantar ya tanta incomprensión.

No es que los clíticos y el se vayan atornillados pero, si los hay que poner hay que ponerlos por escrito, mejor pensar dónde quedan más elegantes y sin ambigüedades.

Impersonales (pero con carácter)

Una oración impersonal no es la que no tiene carácter y resulta aséptica. Es una frase que no tiene sujeto. Y ahí está el primer problema: hay oraciones que no tienen sujeto y no tienen sujeto, lo busques donde lo busques, no tienen; son impersonales sintácticas y semánticas. Sin embargo, hay otras que no tienen, pero a poco esfuerzo que hagas te lo imaginas; su impersonalidad es solo sintáctica. No encontrarás las siguientes categorías de oraciones impersonales en ningún libro serio, pero a mí me parece que ayudan a entender esto de la impersonalidad.

Impersonales atmosféricas y de paso del tiempo
♦ Amanece (que no es poco) en Brazzaville y llueve a cántaros. Ya hace semanas que hace unos días muy malos. 
♦ Cada vez nieva menos en El Villarejo de los Olmos. Sin embargo, hace años que no pasa el invierno sin que granice unas cuantas veces.

Que nooo, que no tienen sujeto. Vale, a veces llueven las críticas y algunas personas amanecen de mal humor; las críticas y algunas personas son el sujeto de su oración, pero resulta que son usos metafóricos de los verbos llover y amanecer. Y ni las semanas ni los años hacen nada; es decir, no son el sujeto.

Es lo que hay
Hay otras oraciones que parece que tienen sujeto… pero tampoco; lo que tienen es objeto directo. Son las que se forman con el verbo haber y tienen su dosis de atutía.
Había una vez muchos circos que alegraban el corazón.

Es muy curioso que al sustituir el verbo haber por existir, u otros que indican existencia o presencia, la oración deja de ser impersonal y lo que hay se convierte en sujeto.
Existieron una vez muchos circos que alegraban el corazón.

Con cierto sujeto incierto
Hay algunas estrategias sintácticas que más que impersonalidad expresan apersonalidad (ojo, que eso no es un concepto gramatical).
♦ Uno se cree que las mató el tiempo y la ausencia.
♦ Después el tiempo pasa y te olvidas de aquel barquito de papel.
♦ Vamos subiendo la cuesta que arriba mi calle se vistió de fiesta.

Ni el uno ni el que se olvida ni los que suben la cuesta son sujetos identificados. Esas tres oraciones tienen un sujeto sintáctico claro, pero son impersonales semánticas, porque el sujeto es cualquiera y somos casi todos. Como bien detectó Serrat, la impersonalidad semántica puede expresarse con la segunda persona del singular, con la primera del plural o con el pronombre uno, –a (solo en singular).

El pronombre uno puede estar implícito, como en las oraciones que empiezan con un hay que. En esas es muy fácil cometer un error de concordancia, así que atención porque hay que estar a setas o a Rolex (hay quien no conoce el chiste); o sea, o se mantiene todo en la impersonalidad semántica de la tercera persona del singular o se pasa a identificar un sujeto.
Hay que ponernos el gorro de lana porque hace un frío que pela.
♦ Hay que ponerse el gorro de lana porque hace un frío que pela.
♦ Tenemos que ponernos el gorro de lana porque hace un frío que pela.

Conjugaciones capadas
Los verbos ser, estar, bastar, sobrar, parecer y tratarse usados en tercera persona del singular actúan de encubridores del actor y dan oraciones impersonales. Una manera como otra cualquiera de no mojarse.
Es pronto para conocer la evolución del sector, pero parece que habrá gintónic de lentejas; basta con que digan que es cool para que triunfe. Es invierno y está cerrado pero se trata del local de moda este año; sobra con que sea viernes para verlo.

Y con algunos usos de ser, estar, hacer e ir. Ninguna de las formas destacadas tiene sujeto, ni semántico ni sintáctico.
Era ya de día y hacía un frío de mil demonios. Hace años de eso. Es pronto para saber si estará nublado durante todo el siglo. Así nos va: para un decenio va ya que no sabemos qué hacer con el abrigo.

Con decir, poner y constar; también con doler, picar, escocer, molestar, zumbar (los que indican afecciones más o menos físicas).
En el cartel decía que de allí no se podía pasar. Recuerdo que mientras lo leía me picaba en la mano y me dolía en el pie.

También se expresa cierta impersonalidad con el gerundio y el infinitivo.
Poniéndose la caracola en la oreja se oye el mar, pero es preciso estar callado.

Por su parte, la tercera persona del plural es de lo más útil cuando no se tiene ni idea de quién es el sujeto. Suena el teléfono; quien responde te dice: preguntan por ti. Debe de ser una sola persona la que pregunta por ti, pero como quien ha contestado no sabe quién es, usa una genérica y ambigua tercera persona del plural; incluso puede que sepa quién es pero hace como que no. Ahora bien, de impersonal no tiene nada, al otro lado del teléfono hay alguien que ha preguntado por ti, es de las pocas cosas seguras en esa situación; por eso se dice que es sintácticamente impersonal, pero no lo es semánticamente. Es un tipo de construcción impersonal que se usa mucho y que no da lugar a ningún error.
Me dan el resultado mañana. Si llaman a la puerta y traen una carta cógela que es el aviso. Por teléfono me han avisado de que me hacen el análisis la semana que viene y si está todo bien, me operan dos días después.

La partícula que sirve para un roto y para un descosido
Una forma de impersonalidad sintáctica muy útil para no identificar un sujeto preciso es la de las oraciones impersonales con se.
Se dice que el cartero siempre llama dos veces, por lo menos, ya que nunca contesta nadie al interfono.
Alguien dice que el cartero llama dos veces, pero quien enuncia esa frase no quiere identificar a ese alguien, por el contrario, lo encubre en el se.

Así que, según la importancia que se dé a recuperar el sujeto, se usará una oración impersonal u otras formas sintácticas. En la frase anterior a esta (desde así que hasta el punto y seguido) no he escrito quién tiene que dar más o menos importancia ni quién elige la forma sintáctica. Lo harán un redactor, un hablante, un periodista, un escritor, un publicista o, incluso, Perico el de los palotes, solo que, para simplificar la explicación (y la frase), yo no he identificado el sujeto de las acciones.

En este tipo de oraciones hay un sujeto que hace lo que quiera que se enuncie y la construcción impersonal es, precisamente, una forma de no señalarlo ni especificarlo; de hecho, son estructuras muy usuales para describir situaciones generales. Así, todo lo que se dice en el ejemplo siguiente se podría contar en primera persona, pero quedaría demasiado restringido; o en segunda, pero entonces no se sabría si es la experiencia particular de alguien o si es una descripción general; el socorrido se impersonal permite afirmar en general sin precisar mucho el alcance del enunciado.
Se come bien aquí y se circula con tranquilidad, ya que no se anda con prisas. No se compra barato pero se duerme bien por la noche porque no hace mucho calor.

Lo malo de las impersonales construidas con se es que son estructuras sintácticas de riesgo, ya que se pueden confundir con pasivas reflejas y eso lleva a errores y horrores gramaticales.
Se ha contratado a tres presidentes de Gobierno nuevos, a ver si alguno da buen resultado. >> impersonal.
Se han contratado tres presidentes de Gobierno nuevos, a ver si alguno da buen resultado. >> pasiva refleja.

El caso es que en ninguna de las dos anteriores se conoce el agente, aunque tiene que haberlo porque los contratos no se firman solos, así que semánticamente la impersonalidad es escasa, pero ese se encubre el sujeto.

En cuanto a la sintaxis la diferencia entre ambas es muy sutil. La que lleva la preposición a no tolera bien el verbo en plural (no se puede convertir en han sido contratados a tres presidentes nuevos). Ese detalle es el que importa para hablar y escribir bien: hay que elegir entre preposición o verbo concordado en singular/plural; claro que la concordancia del verbo desaparece si solo se contrata un presidente (o se contrata a un presidente).

Aviso: ahora viene una explicación gramatical; quien quiera puede saltar al párrafo siguiente. Para que sea más fácil recordar cuándo concuerda el verbo, conviene entender por qué lo hace. En la segunda oración, a tres presidentes nuevos no es el sujeto de la oración, sino el complemento directo, y el verbo debe concordar con el sujeto pero no con los complementos. Sin embargo, cuando no está la preposición, tres presidentes nuevos es el sujeto de la oración, paciente, pero sujeto, como en cualquier oración pasiva (no hay problema en convertirla en Han sido contratados tres presidentes nuevos).

Por tanto, la duda y el error se produce si el verbo es transitivo.
Se critican a los poliplacóforos, pobreticos, pero no se observan a los balánidos, que ocupan toda la roca.
Se critican los poliplacóforos, pobreticos, pero no se observan los balánidos, que ocupan toda la roca.
Se critica a los poliplacóforos, pobreticos, pero no se observa a los balánidos, que ocupan toda la roca.

La primera frase es incorrecta, la última es correcta y la del medio es rara porque se puede entender que los poliplacóforos se critican y que los balánidos se miran unos a otros fijamente. Y todo el mundo sabe que los poliplacóforos son poco de criticar y que los balánidos ven mal.

Esto es lo que era (relativos -y 2-)

Al final de la anterior dosis de atutía quedaban sobrevolando unos trastornos relacionados con el uso de los pronombres relativos. Si alguien creía que no hay manera de meter la pata con los relativos, aquí empieza la diversión.

EL RELATIVO donde NECESITA UN ANTECEDENTE DE LUGAR

El uso de donde como relativo da lugar a horrorismos tan frecuentes como inexplicables, así que insistiremos: el relativo donde necesita un antecedente de lugar; por tanto no sirve cuando el antecedente es temporal; ahí va bien un cuando:
La tía Perfecta cenaba crema de zapallo los jueves, donde iba a verla su sobrino.
La tía Perfecta cenaba crema de zapallo los jueves, cuando iba a verla su sobrino.

Además de ese cuando, siempre funciona un relativo general formado con que o cual:
¡Qué pena de época!, donde cuesta más un pantalón roto que un mantón de Manila.
¡Qué pena de época!, en la que cuesta más un pantalón roto que un mantón de Manila.

Tampoco sirve un donde cuando parece que el antecedente es un lugar, pero, en realidad, se refiere a un ente:
Ya no dan acelgas con patata los restaurantes de mi barrio, donde quieren parecer tan modernos que todo lo verde lo pasan por la minipímer y dicen que es un esmuzi.
Ya no dan acelgas con patata los restaurantes de mi barrio, que quieren parecer tan modernos que todo lo verde lo pasan por la minipímer y dicen que es un esmuzi.

O, incluso, un concepto:
Marcel no se acostumbra a esa situación, donde para vender unas magdalenas hay que tener el First Certificate.
Marcel no se acostumbra a esa situación, en la que para vender unas magdalenas hay que tener el First Certificate.

Y, lo que es peor, a veces aparece un donde sin que haya oración de relativo:
Esa casilla de señora o señorita la va a contestar Rito el Cantaor, donde una mujer no tiene por qué dar más explicaciones de su vida que un hombre.
Esa casilla de señora o señorita la va a contestar Rito el Cantaor, ya que una mujer no tiene por qué dar más explicaciones de su vida que un hombre.

Hasta hay quien usa donde para introducir una explicación:
La situación se volvió insostenible donde llovían críticas de todas partes.
La situación se volvió insostenible y por eso llovían críticas de todas partes.

LO QUE DICE UNA COMA ANTES DE UN que

Vamos con la perogrullada: una oración explicativa es la que explica algo del antecedente y una oración especificativa es la que especifica el antecedente. ¿Que cómo se nota por escrito que es una cosa o la otra? Pues con unas comas:
♦ El abuelo, que no se quitaba la boina jamás en público, estaba calvo perdido.
♣ El abuelo que no se quitaba la boina jamás en público estaba calvo perdido.

En la primera frase se habla de un abuelo, el único posible, y de él se dice que no se quitaba nunca la boina. En la segunda frase, se dice que, de entre varios abuelos, uno llevaba boina y no se la quitaba nunca, lo cual no permitía verle la calvorota.

Esa diferencia se marca al hablar con sendas pausas y con una entonación característica. Es algo así como si dijeras: «El abuelo, que, dicho sea de paso, no se quitaba jamás la boina en público…». Y eso mismo se expresa mediante las dos comas que encierran la explicación. Por eso hay que fijarse en si se pone una coma detrás del relativo o no, para así decir lo que se quiere decir, no otra cosa:
♦ Soledad, no quiero que toques la nave intergaláctica nueva que está en el garaje.
♣ Saturio, no quiero que toques la nave intergaláctica nueva, que está en el garaje.

El extraterrestre que le habla a Soledad tiene más de una nave nueva y le da lo mismo lo que hagan con las que están aparcadas en la calle; sin embargo, la que tiene en el garaje debe de ser la niña de sus ojos. En cambio la extraterrestre que le habla a Saturio le advierte de que ni se acerque a la nave nueva, la única nave nueva; para más señas, está en el garaje.

CONDICIONES PARA UN cual

El relativo que es uno de los que da menos problemas y de los que más naturalidad le confiere al texto. Y otro de amplio espectro es cual/cuales; amplio, sí, pero no universal, ya que tiene algunas limitaciones.

Antes de el cual, y sus derivados, tiene que haber una preposición o una coma:
♦ La nave intergaláctica de la que te he hablado solo la tapizan de Vía Láctea.
♣ 
La nave intergaláctica nueva, la cual vamos a coger solo los fines de semana, estará tapizada de agujero negro; y no se hable más.

La segunda frase es explicativa. Si Saturio o Soledad tienen varias naves nuevas y quieren hacer la frase especificativa (quitando la coma) tienen dos soluciones: o cambiar de relativo o poner una preposición:
La nave intergaláctica nueva la cual vamos a coger solo los fines de semana estará tapizada de agujero negro; y no se hable más.
La nave intergaláctica nueva con la cual vamos a viajar solo los fines de semana estará tapizada de agujero negro; y no se hable más.
La nave intergaláctica nueva que vamos a coger solo los fines de semana estará tapizada de agujero negro; y no se hable más.

Nunca es correcto usar el cual sin coma o sin preposición; esa es la norma para escribir. Ahora bien, lo importante es percibir la diferencia de significado según haya una coma antes del relativo o no:
El camarero que tira bien las cañas es un borde. ⊗ El camarero el cual tira bien las cañas es un borde.
El camarero, que tira bien las cañas, es un borde. = El camarero, el cual tira bien las cañas, es un borde.

La suerte es que, ante la duda, el relativo que bien combinado con una preposición, y con unas comas si las necesita, funciona siempre:
Ese jersey, que pica una barbaridad, se lo hizo su suegra, y claro…
La piscina en la que me bañé tenía mucho cloro y demasiadas pirañas.
Las pinzas con las que te depilas las cejas son una porquería.
Va y el concierto es justo la noche en la que me toca guardia.
El pequeño es el geranio al que siempre tengo que quitarle los pulgones.
Esa es la amiga con la que no querría ir de vacaciones.