Tu amigo el dativo

Quien haya estudiado latín alguna vez se acordará de que uno de los casos de las declinaciones es el dativo. Por si no suena lo de rosa rosae, eso del dativo es (entre otras cosas) el complemento indirecto (CI); y para quien no tenga ni idea de qué hace el CI en una oración, es la parte de una oración que expresa a quién le pasa lo que dice el verbo o para quién va (el turrón duro le gusta a mi cuñada y el mazapán es para mi abuela); eso, en general y con poca precisión, pues no siempre es así (a  menudo ese a quién es el complemento directo).

Pues bien, resulta que el CI es esquivo y contorsionista; puede aparecer en la oración aunque no sea imprescindible; otras veces no está y se le echa de menos para que el texto suene natural; y cuando parece que sobra, aporta expresividad.

Eso es justo lo que hace el dativo de interés: señala a quien resulta beneficiado o perjudicado por la acción; y, si bien el verbo no lo necesita, hay que ver lo redondas que quedan las frases si está.
—Mamá, que Rodrigo se me ha subido a las barbas —le dijo Alfonso a doña Sancha.
—Y a mí con el relente de León no se me seca la ropa —replicó ella desolada.

El beneficio o el daño hay que interpretarlos en sentido laxo porque seguro que doña Sancha no se quedaba sin camisetas si no se le secaba la colada. Más directo se ve el perjuicio cuando el dativo de interés se lo aplica Yúsuf ibn Tashufín a Alfonso.
—Alfonso se me ha subido a las barbas y me ha hecho un agujero en la línea de defensa de Aledo.
—No te quejes, Yúsuf; en Zalaca se te apareció la Virgen y le diste sopas con honda.
—Es que cuando se nos enciende la luz a los almorávides…
—Sin presumir, que a los ziríes y los aftasíes les robasteis las respectivas taifas.
Ese último les, además de ser dativo de interés, duplica el CI, lo cual casi siempre es posible y a veces, obligatorio, como explica otra dosis de atutía.

Por otra parte, que el dativo de interés sea un CI no exigido por el verbo no significa que no sea necesario. Sin él, queda claro que Alfonso es un gorrón:
—Se ha presentado Alfonso en Toledo; a mesa y mantel, ya verás —dijo al-Mamún.
Ahora bien, un dativo de interés da más información y aporta matices expresivos.
—Se me ha presentado Alfonso en Toledo; a mesa y mantel, ya verás —dijo al-Mamún.

El dativo de interés tiene una prolongación: el dativo ético, que señala el sujeto al que le afecta la acción, pero cuando esa afectación es menos material y más afectiva.
¡Qué mayor se está haciendo el niño! Le dejas unas tropas y asedia Zamora en un pispás. Ya se lo dijo a García: «No te vas a escapar; a Sevilla que vas».

Sin duda, doña Sancha está contenta de Alfonsito, pero la frase habría sugerido más orgullo materno así:
¡Qué mayor se me está haciendo el niño! Me le dejas unas tropas y asedia Zamora en un pispás. Ya se lo dijo a García: «No te nos vas a escapar; a Sevilla que te me vas».

Por cierto, ese dativo ético tuvo su momento mediático de gloria en un anuncio. Lo repitió mucha gente sin saber que estaba usando un aderezo gramatical tan elegante.

Además, el dativo ético tiene una variante: el dativo aspectual o concordado (este no tiene el nombre bonito, no), que concuerda en persona con el sujeto de la acción y sirve para requetenfatizar y dar intención.
No se conocía bien el percal y nos invitó. Nos bebimos hasta el agua de los floreros.

Y luego está el dativo simpatético, un invento del español al que asedian los posesivos calcados del inglés. Y mira que solo por el nombre ya vale la pena ese dativo: ¿¡o no es preferible un simpatético que un posesivo!? Vale, casi cualquier adjetivo suena mejor que posesivo; Y, sin embargo, eso es lo que hace este dativo: identifica el poseedor del sujeto de la oración. Ahí va el ejemplo:
Me tiemblan las piernas cada vez que tengo que dar una explicación gramatical.
A ver si no suena más natural eso que esto:
Mis piernas tiemblan cada vez que tengo que dar una explicación gramatical.

Desde luego doña Sancha le hablaba a Alfonso con dativos simpatéticos.
—Alfonso, el corazón de al-Muatamid se ha parado cuando ha visto que no vas a frenar a los almorávides.
—Madre, es que se había cariado mi muela y mi perro se comió mi espada y el corazón del caballo se paró y no llegué a tiempo de evitarle a él su exilio.
—Alfonso, a al-Muatamid se le ha parado el corazón cuando ha visto que no vas a frenar a los almorávides.

—Madre, es que se me había cariado una muela y el perro se me comió la espada y al caballo se le paró el corazón y no llegué a tiempo de evitármele el exilio.

Yo diría que el segundo y el tercero me son a la vez simpatéticos y de interés, que para unos simples pronombres es mucho ser. Pero vamos a lo importante: la gracia de esos dativos es que hacen que el texto suene natural y que esté mucho mejor que ese engendro lleno de posesivos que parece inglés aljamiado.

La utilidad del dativo simpatético es muy clara cuando se habla de partes del cuerpo, pero no es exclusiva y conviene estar atento a usarlo siempre que aligere el texto.
Se han muerto todos sus geranios y se ha escapado nuestro loro.
Se le han muerto todos los geranios y [a nosotros] se nos ha escapado el loro.

Incluso cuando no se expresa, en realidad, posesión.
Urraca, sube al jubón su bajo, que tu hermano Alfonso va hecho un adefesio.
Urraca, súbele el bajo al jubón, que tu hermano Alfonso me va hecho un adefesio.
Sí, el bajo es del jubón, pero no acaba de ser una posesión.

Así que poned dativos a discreción; mejor que sobren que no que falten.

Y, por si en este recorrido por los dativos con apellido no ha quedado claro, aquí va un aviso para laístas y loístas: los pronombres de tercera persona para escribir un dativo de interés fetén son los mismos que los del CI: le, les (nada de la, lo, las, los) y hay que concordarlos en número (singular, plural) con su antecedente.

De la tirita en las comas al bisturí en las subordinadas

Esta dosis de atutía va destinada a remediar afecciones distintas de las que este sanatorio acostumbra a tratar. A los profesionales de la lengua (que no somos gente que charre sin parar, sino traductores, correctores, redactores y otros humanos que tratamos con textos) nos gusta, de vez en cuando, hablar de lo que hacemos en vez de hacerlo; entonces organizamos un tradusarao, un partycorrijo, una lingüijarana, un verb&roll, un rock&teclas… La última ocasión ha sido el SELM 2018, un [¿lo diré?] evento que se había dedicado en exclusiva a la traducción hasta que los organizadores le abrieron las puertas de par en par a la corrección. Así que, solo por darles las gracias, tenía que preparar una cataplasma especial.

Para tal ocasión intenté ordenar algunas ideas que me rondan hace tiempo sobre la práctica de la corrección; no sobre el trabajo en sí, que consiste en ponerse delante del texto y corregirlo, chimpún, como sabe cualquier corrector profesional, sino sobre por qué decido cambiar una palabra pero no otra menos común y clara; y qué me lleva a darle la vuelta a una pasiva en un texto pero no en otro; y a santo de qué hoy pongo comas a diestro y siniestro mientras que ayer parecía que tuviera que pagarlas. Porque lo cierto es que unas veces toco el texto con las puntas de los dedos, otras les doy un par de vueltas a los puños de la camisa, otras me arremango hasta más arriba del codo y otras me quito la camisa y me enfrento a los anacolutos con camiseta imperio, pañuelo de cuatro nudos en la cabeza y un botijo a mano.

¡Ea!, pues ya he acabado,  ya que esto va de grados de intervención en un texto y acabo de definir cuatro. No, claro, esos grados pueden servir para entendernos entre gallinas viejas de la corrección, pero lo que rebota en mi cabeza —y no deja de darse morrones de los parietales al frontal, de allí a un occipital y vuelta hacia el esfenoides—  es cómo sistematizar el grado de intervención en un texto y cómo proporcionarles herramientas de procedimiento a los pollitos que empiezan a picotear sus primeros deleátures (ya me he metido en un jardín: ¿alguien había escrito el plural de deleátur?).

Lo que hay que saber para corregir es lengua, más lengua y toda la lengua posible; eso comprende lo que tenga norma y lo que responda a usos y costumbres asentados (el melón de los cambios en la norma y cuándo un uso ya está asentado no voy a abrirlo yo). Pero, además, ante un encargo de corrección, hay que valorar qué grado de intervención necesita el texto y qué grado espera el cliente, y no siempre coinciden. Para cualquier corrector experimentado esa valoración es intuitiva y no se explicita. Además, a menudo es proporcional a la tarifa y al plazo de entrega, y con frecuencia responde a órdenes del cliente tales como «toca lo mínimo», «que no nos estrellemos», «déjalo bien sin más», «mejóramelo lo que puedas», «que quede impoluto»; lo bueno es que nos entendemos, y muchos clientes, y no pocos correctores, quedan contentos. Ahora bien, eso no obsta para que intentemos levantar un andamio teórico sobre el que se construya el aprendizaje (y la enseñanza) de la corrección, así como la práctica profesional. No creo haber llegado a la sistematización óptima (y puede que ni siquiera a una buena), pero a muchos de los asistentes a mi ponencia les gustó lo que dije y me comprometí a dejar aquí algunas pistas. Así que esta inyección de atutía no sirve para curar ningún texto, pero a lo mejor sí para que los futuros sanadores vayan madurando el saber hacer del oficio.

Pues bien, definida ya la escala de arremangamiento y no viéndole mucha precisión, veamos otra a cuyos grados les adjudiqué, en la ponencia, sus respectivas características a partir de algunos ejemplos de textos reales.
Grado 1 = Toco los ¡p’habernos matao!
–Compruebo que no hay faltas de ortografía.
–Quito comas incorrectas y pongo comas obligatorias.
–Elimino accidentes (duplicaciones, erratas…).
–Estoy tentada de evitar alguna repetición léxica, pero que se repitan palabras no provoca un maremoto, así que las dejo.  
Grado 2 = Toco los ¡madre mía!
–Posesivos, en español, los justos.
–Evito repeticiones léxicas (con un par de líneas en medio ya no parece repetición).
–Esa frase no se entiende ni iluminada por el Espíritu Santo; le pongo un relativo que le hace un apaño.
–Elimino adjetivos absurdos y, encima, repetidos.
–Doy con algunos sustantivos más precisos.
–Me cargo expresiones calcadas que no hay quien entienda.
–Las preposiciones son elásticas, pero todo tiene un límite.
Grado 3 = Toco los ¡que el lector no sufra!
–Pongo las cursivas y las comillas indiscutibles.
–Sustituyo dos oraciones ínfimas, que parecen pronunciadas por un estudiante del curso introductorio de español en el Cervantes de Kuala Lumpur, por una compuesta, con su subordinada de relativo.
–Me cargo expresiones calcadas a pesar de que se entienden.
–Doy con algunos calificativos más pertinentes que los que venían de serie.
–Muevo palabras y sintagmas para que queden las frases ordenaditas y elegantes.
–No sobrevive ni una cacofonía.
–Afino, pero que mucho, con preposiciones y adverbios.
Grado 4 = ¡Pero si ya lo he dejado como una patena!
–Igual me he pasado en el grado 3.
–Quizá no he establecido bien los grados.
–¿Y si no he entendido el encargo?
Probablemente tengo que pensar más.
–Puede que no sepa hacer esto que me he propuesto.

Pues parece que soy capaz de enumerar lo que he hecho en cada grado, pero eso no es sistematizar, sino oírme pensar a medida que corrijo; así que tenía que seguir analizando ejemplos y poniendo nombres cada vez más serios a lo que hago.
Grado 0: Que no haya faltas ni errores garrafales ortográficos y de puntuación. (Insuficiente como grado mínimo de intervención profesional).
Grado 1: Sin faltas ni errores garrafales ortográficos ni de puntuación, léxico y sintaxis.
Grado 2: Evito repeticiones léxicas y cacofonías; busco precisión léxica.
Grado 3: Hay que depurar el texto y aligerarlo. (Salvo que sea un texto deliberadamente farragoso y espeso).

Como definición no está mal, pero hay que hacer esos grados más descriptivos; y así llego a algunos mojones (lo pongo fácil para los denostadores [los modernos los llaman haters]) que, seguramente, no serán definitivos, pero que pueden servir para seguir pensando en cómo aprender y enseñar este hermosísimo oficio de mimar el texto y cuidar del lector. Y para que además de sistematizados y caracterizados los grados de intervención queden ordenados y monos, hago un cuadro.

grados corr2

Y aquí lo dejo para uso y disfrute de quien pueda tener interés en el asunto.

Las apariencias leístas engañan

Una vez superada la adicción al leísmo y remontadas las recaídas traicioneras, hay que hacerse con un arsenal terapéutico para lidiar con el leísmo aparente, un fenómeno sintáctico que puede provocar alucinaciones y abandono de las teclas por pura desesperación de no saber si escribir un les o un las. Ahora bien, como es aparente no acaba de ser leísmo del todo y a lo mejor no está requetemal; o sí. Aquí va una dosis reconcentrada de atutía para mitigar sus efectos.

Verbos trans (que antes eran intrans)

A algunos verbos que eran intransitivos los hablantes han ido cambiándoles los pronombres de los complementos y así han pasado a ser usados como transitivos. Eso ocurre con ayudar, obedecer, llamar y cesar (quizá alguno más). Y si ahora son transitivos, ¿está enganchado al leísmo quien sigue usando le/les como pronombre del complemento? Pues algunos gramáticos dicen que eso es leísmo aparente y es aceptable, sobre todo en personas que se cayeron de pequeñas en la marmita del le.
La gorgonia está harta de que la llamen coral. El pulpo, que ya la conoce, la obedece y ella lo ayuda a encontrar piedras para que haga su guarida al tiempo que a la estrella la cesa del cargo de administradora de granos de arena.
La gorgonia está harta de que le llamen coral. El pulpo, que ya la conoce, le obedece y ella le ayuda a encontrar piedras para que haga su guarida al tiempo que a la estrella la cesa del cargo de administradora de granos de arena.

Ninguna de esas dos versiones es censurable, aunque la segunda no es aceptable en (buena parte de) América, donde el leísmo es bastante infrecuente.

Verbos de afección o de sentimiento

Para usar estos verbos no hace falta ponerse tremendo ni sentirlos mucho, sino que se trata de una categoría relacionada con su significado. Son ofender, asustar, molestar horrorizar, perjudicar, divertir, convencer, asombrar, preocupar y decepcionar, entre otros, y tienen la peculiaridad de hacer que el leísmo sea difuso y voluble, que es lo que ocurre cuando la sintaxis depende de la semántica.

Lo primero es observar si el sujeto de la oración es un ser animado o no. Si lo es, el ente afectado es CD y sus pronombres son lo/la/los/las; pero si no hay un ser que haga algo, lo que recibe la acción es CI y los pronombres que le corresponden son le/les.
♦ Está claro que las medusas lanzaron los tentáculos para molestarla e impresionarla.
♦ La picadura de las medusas le molestó; además le impresionó que hubiera tantas.

Un detallito: los tratados y los estudiosos que abordan este asunto entienden por sujeto animado una persona y no se lanzan a ver si las cosas funcionan igual cuando, en vez de Rita la Cantaora, el agente es el Pájaro Loco, Padina pavonica o un rabdovirus. No es un asunto baladí, porque hay textos que tratan de seres mitológicos, de los fondos marinos o de la necrosis amarilla de la lechuga, por ejemplo, y quizá sus autores, traductores y correctores tienen interés en que el texto les quede impecable.

No se acaban ahí las complicaciones. Un ser animado puede actuar intencionadamente o no. Así que, para dilucidar qué pronombre toca, además de saber gramática, hay que hacer de psicólogo y adivinar si existe voluntariedad en la acción, ya que, si lo ha hecho aposta, el ente afectado es CD y le corresponden lo/la/los/las.
Cuando la sepia cambia de color y emprende la carrera tras los camarones, los asusta.

Pero si no hay intención es como si el ser fuera inanimado; entonces, el ente que recibe la acción es CI y los pronombres que le corresponden son le/les.
A los camarones les asusta la sepia incluso cuando está blanquita y quieta.

Y, por si fuera poco, con algunos verbos, la voluntariedad y su ausencia cambian el significado y modifican el papel de quien recibe la acción; ocurre con agradar, alegrar, convencer, disgustar, distraer, entretener, estorbar, fascinar, halagar, inquietar, intrigar, molestar, preocupar y sorprender, entre otros. Como la voluntariedad se refleja en si el complemento es directo o indirecto y, por tanto, en el pronombre que se le adjudica, hay que andar con tiento al elegir el pronombre para no errar en el significado.
♦ Las medusas la sorprendieron cuando nadaba porque estaba observando las hojas de Posidonia.  = Las medusas la pillaron por sorpresa.
♦ Le sorprenden las medusas con su grácil bamboleo y el contundente efecto del filamento lanzado como por azar. = Las medusas le provocan sorpresa.

Quizá la solución es no usar en la misma frase un verbo de afección y un pronombre. Y si no puedes evitar la coincidencia, sigue este protocolo: 1) Recuerda si eres leísta. 2) Identifica si lo que tienes delante es CD o CI. 3) Localiza el antecedente (fem., masc., sing., pl.). 4) Observa si el texto tiene verbos causativos o de percepción o de influencia o de efectos físicos o de afección o que antes eran intransitivos, y busca en las explicaciones de esta dosis de atutía y de la anterior. 5) Respira hondo y recuerda que nueve de cada diez traductores y correctores vacilan en esto del leísmo.

Recaídas en el leísmo

Esto es un testimonio personal: del leísmo se sale; creo que del laísmo y del loísmo, también. Es fácil decir no a un a ellos les oigo bien pero a ella no le atiendo y para ayudar a desengancharse hay una dosis de atutía, pero pocas veces los terapeutas del leísmo dicen que hay casos complicados. Para evitar las recaídas no basta con saberse la teoría básica de qué es un complemento directo (CD) y qué es un indirecto (CI), frases que pasadas a pasiva suenan entre raras y medio bien, y que hacen necesario conocer y utilizar criterios nada intuitivos para decidir si se pone un la o un le.

El sentido causativo de hacer y dejar

A veces hacer significa ‘obligar’ y dejar significa ‘permitir’. Sí, sí; ¿que no? Déjame ilustrarlo con esta misma frase y no me hagas repetirlo. En eso consiste el sentido causativo y cuando hacer y dejar lo tienen los sigue otro verbo que dice, respectivamente, qué se permite y a qué se obliga. Además, muy a menudo hay un ente al que se permite o se obliga lo que dice el segundo verbo; y ahí es donde empiezan los problemas, pues el cerebro vacila entre hacer de ese ente un objeto directo o un indirecto y corremos el riesgo de recaer en la adicción.

Al caballito de mar le dejan agarrarse al coral, pero le hacen quedarse ahí todo el día.
Al caballito de mar lo dejan agarrarse al coral, pero lo hacen quedarse ahí todo el día.
Lo que ocurre en el ejemplo es que los verbos dejar y hacer se comportan como transitivos porque los que los siguen (agarrarse, quedarse) no lo son; por eso el caballito de mar es CD y el pronombre que le corresponde es lo.

A la medusa la corriente la hace dibujar eses, pero la deja lanzar sus nematocistos.
A la medusa la corriente le hace dibujar eses, pero le deja lanzar sus nematocistos.
En cambio, como dibujar y lanzar son transitivos (y llevan sus correspondientes CD: eses, sus nematocistos), los verbos hacer y dejar se comportan como intransitivos y la medusa no es CD, por lo que el pronombre que le corresponde es le.

Es decir, cuando no cabe otro CD, el ente al que se hace o se deja hacer algo es CD (lo, la, los, las); pero si cabe otro CD, el ente es CI (le, les).

Verbos de percepción

No es igual, aunque tiene coincidencias, lo que ocurre con los verbos que expresan percepción: ver, oír, observar, contemplar, escuchar, etc., cuando llevan un complemento que es un ente (que puede incitar al leísmo) y un verbo en infinitivo.

A las elegantes y gráciles medusas se les ve flotar tan tranquilas.
A las elegantes y gráciles medusas se las ve flotar tan tranquilas.
El verbo flotar es intransitivo y el verbo de percepción (ve) necesita un CD, que se identifica fácilmente en las medusas y cuyo pronombre es las.

Cuando el verbo en infinitivo es transitivo y lleva su CD (la ramita de coral en el ejemplo siguiente) es frecuente interpretar que no cabe otro CD y hacer que el ente sea el CI del verbo de percepción y, por tanto, adjudicarle el pronombre le/les. Por eso se admiten las dos opciones, si bien no son igual de recomendables.
A los prudentes y tímidos caballitos de mar no se les oye rascar la ramita de coral.
A los prudentes y tímidos caballitos de mar no se los oye rascar la ramita de coral. 

Si en vez de caballitos de mar fueran tornillos, costaría más interpretarlos como CI, pero con seres vivos y, sobre todo, con personas, el desplazamiento es frecuente, más en el español peninsular, eso es cierto, pues en América no son adictos al leísmo.

Verbos de influencia

Hay verbos que expresan algo que tiene que ver con modificar la conducta y por eso se agrupan bajo el concepto verbos de influencia. Son, por ejemplo, permitir, prohibir, proponer, impedir, mandar y ordenar, y el ser cuya conducta se influye es el CI.
A Galatea la permiten coger las medusas pero la impiden tocar el caballito.
A Galatea le permiten coger las medusas pero le impiden tocar el caballito.

En estas frases el CD es la oración subordinada y la persona (o lo que sea) siempre es el CI, por lo que usar los pronombres la/lo/las/los es incurrir en laísmo o en loísmo. La construcción puede ser un poco diferente; incluso puede no haber oración subordinada.
A las ninfas las mandan que aparten las medusas y las prohíben la recolección de erizos.
A las ninfas les mandan que aparten las medusas y les prohíben la recolección de erizos.

Ahora bien, hay verbos de influencia que llevan un complemento de régimen, es decir, que exigen una preposición: obligar a, invitar a, incitar a, animar a, forzar a, autorizar a, convencer de; con estos el ente cuya conducta se influye es el CD.
A la tortuga le obligaron a nadar [que nadara] con la ninfa.
A la tortuga la obligaron a nadar [que nadara] con la ninfa.

Entre los verbos de influencia es curioso lo que sucede con autorizar, ya que puede funcionar con CD y con complemento de régimen (CR). Si lo que se autoriza es CR (con su preposición a), las personas autorizadas son el CD; pero si aquello que se puede hacer actúa como CD (no hay preposición a), las personas pasan a ser CI.  
Les autorizaron a recolectar algas. / Los autorizaron que recolectaran algas.
Los autorizaron a recolectar algas. / Les autorizaron que recolectaran algas.

Complementos transformistas

A veces un CI de persona (u otro ser vivo) se transforma en CD; claro que para eso tiene que desaparecer de la oración alguna parte de esa persona que antes era el CD.

El fisio le masajea la pierna a la bailarina.
En esa oración, la pierna es la masajeada, así que es el CD. Ese le es el pronombre que duplica el CI, que es la bailarina. (Hay una dosis de atutía para curar a quien no duplique los complementos mediante pronombres).

Pero es posible omitir qué parte del cuerpo se masajea; entonces, la bailarina es masajeada y, por tanto, es el CD.
El fisio masajea a la bailarina; le masajea para que pueda bailar en la función.
El fisio masajea a la bailarina; la masajea para que pueda bailar en la función.

Ocurre con muchos verbos que significan hacer algo físico: curar, abofetear, acariciar. Son transitivos y exigen un CD, así que si no lo tienen transforman el CI.
Dimitri le peinaba la melena al león; hasta el día que abrió la boca cuando le peinaba.
Dimitri le peinaba la melena al león; hasta el día que abrió la boca cuando lo peinaba.

El transformismo de complementos también sucede con algunos verbos de afección.
A la medusa le censuran que sea arisca. Le censuran porque pica en cuanto le rozan.
A la medusa le censuran que sea arisca. La censuran porque pica en cuanto la rozan.

Y es que dan ganas de dejarse caer en la adicción de leísmo: poner le/les siempre, justificarlo como una enfermedad y así dejar de sentir esa angustia de saber que has dejado pasar la oportunidad de poner un lo redentor en alguna oración del texto. Pues aviso, el siguiente chute de atutía seguirá con el leísmo y provocará alucinaciones.

Nimiedades caniculares

El verano es propicio a la galbana, así que para evitar movimientos innecesarios rebuscando en la alacena un bote de atutía que remedie alguna fruslería textual aquí van cuatro preparados exprés de dosis única. La selección responde a un criterio básico: estoy harta de encontrarme esos errores, tanto en textos que corrijo como en libros que leo por puro placer; un placer que, en cuanto encuentro uno de esos errores, se me corta cual mayonesa preparada con huevo recién sacado de la nevera.

Una tilde que no va

A veces como es una conjunción, no un adverbio; es decir, no introduce la manera en que ocurre algo, sino que anuncia que acontece algo. Pues bien, en ese caso, no lleva tilde. Está explicado con detalle en otra dosis de atutía y para resolverlo rápido basta con sustituir como por que; si dice lo que tenía que decir, es conjunción.
Pudimos oír cómo como [= que] le gritaba a su hermano. […] Me contaba cómo como [= que] durante mucho tiempo no había hecho otra cosa sino leer. […] Me pasé todo el día sentado observando cómo como [= que] iba convirtiéndose en otra persona.

Las tres frases anteriores pertenecen a una novela de un premio nobel publicada en España por un gran grupo editorial. Ninguno de los tres como debe llevar tilde (si bien, sin contexto, el tercero admite cierta discusión). ¿Por qué no ha tenido una buena corrección? Porque como ningún lector se quejará, nos timan: extraordinario autor, buenísimo traductor, excelente maquetación, buenísima impresión, notable mercadotecnia y superlativa distribución, pero nula o pésima corrección; y varias correcciones buenas es el mecanismo de control de calidad de un texto, así que sin ellas el producto que se vende está mal acabado y poco cuidado.

El verbo haber es impersonal

Hay más detalles en el apartado «Conjunciones capadas» de la dosis de atutía dedicada a la impersonalidad, pero la prueba del nueve para este verbo impersonal no puede ser más sencilla.
Ya de buena mañana hayan hay muchas medusas en la playa.

¿Que eso no lo dice nadie? Claro, eso no lo dice nadie, pero esto otro…
Ya de buena mañana habían muchas medusas en la playa y por la noche habrán muchas muertas en la arena.

Eso es bastante frecuente y es el mismo horrorismo. Así que lo único que hay que hacer es pensarlo en presente para recordar que, cuando denota existencia, el verbo haber solo se conjuga en tercera persona del singular.
Ya de buena mañana había muchas medusas en la playa y por la noche habrá muchas muertas en la arena.
Y juro que han ha habido un montón de personas a las que les he oído esos habían y habrán, entre ellas gente ilustre e ilustrada.

No va coma antes de la conjunción y, salvo excepciones

Esto no es corto, así que para quien quiera la versión completa hay una dosis de puntuación dedicada a ese agujero negro formado por una conjunción y una coma.

Le ofreció la única butaca de la sala, y ella se sentó como si estuviera cómoda.
Esa frase, modificada, sale de un libro de un autor de prestigio, bien traducido, bien editado… y mal corregido. No hay razón que justifique la coma antes de la conjunción; es más, no hay ninguna excepción a la norma general que permita ponerla.

La misma mujer que se había quedado cerca de él en el exterior del teatro, como absorta en una especie de preocupación cotidiana, ahora se alejaba, y utilizaba, una por una, todas las formas de su seguridad.
Esa frase, modificada, sale de un libro de un autor de prestigio, bien traducido, bien editado… y mal corregido. No hay razón que justifique la coma antes de la conjunción; es más, no hay ninguna excepción a la norma general que permita ponerla. Sí, esta última frase es la misma de dos párrafos antes, pero es que en ese libro el dichoso error de la coma aparece una y otra vez, como si respondiera a la necesidad del traductor (o del editor o del corrector) de respirar, de reflexionar o de hacer una inflexión de la voz al leer en voz alta.

Hay (y había y habrá) quien explica como las comas están para respirar en la lectura. Si así fuera, habría que hacer al menos tres ediciones de cada libro: una normal, otra para practicantes de buceo en apnea (con menos comas que especímenes de foca monje) y otra para asmáticos (con comas a troche y moche). A ver si el criterio para ubicar las comas no es respiratorio ni reflexivo ni ornamental; a ver si va a ser sintáctico y resulta que para puntuar hay que analizar la estructura de la oración.

La plaga de realizar

Y una nimiedad léxica: en nombre de Fernando Lázaro Carreter (cada uno le pone altar al santo que quiere), restringid y limitad el verbo realizar. Es que me he encontrado —en un solo y breve texto— realizar un estofado (cocinar, preparar, estofar, elaborar), realizar la suma (sumarcalcular, operar, solucionar, resolver), realizar mediciones (medir), realizar experiencias (experimentar, poner en práctica el experimento), realizar el seguimiento (seguir, vigilar, observar, monitorizar), realizar actividad física (moverse, hacer deporte), entre otros realizares. ¡Ah!, por cierto, el verbo hacer no da calambre.

Pronombres andarines

En español hay palabras que viajan de un lado a otro de la oración sin problema ni de sintaxis ni de comprensión. Por ejemplo, los pronombres que hacen de complemento directo o indirecto tienen una gran libertad de movimientos; grande, sí, pero de ahí a largarse de parranda…
Vanesita díjole a su mamá que no obligárala a se comer los macarrones, que rodaballo mejor. La opinión del pobre rodaballo no conócese; sus sentimientos menosprecian los.

No hace falta un curso de sintaxis para recomponer ese texto con los pronombres en su sitio (cierto, algunos están en su sitio… pero varios siglos atrás, con permiso de los asturianos).
Vanesita le dijo a su mamá que no la obligara a comerse los macarrones, que rodaballo mejor. La opinión del pobre rodaballo no se conoce; sus sentimientos los menosprecian.

Y tristemente famoso es aquel se sienten, ¡coño!, que, salvo que se quiera indicar una variante local de habla propia de ciertas áreas o condiciones (más cerca del cachirulo que del tricornio), debería ser siéntense, ¡coño!

En cambio, para indicar lo contrario, el pronombre va en otra posición.
No siéntense.
No se sienten.  

También produce extrañeza, incluso en un acto de habla muy informal, algo así:
Al se la beber, se le atragantó la horchata y no veas la que montamos en la heladería.
Al bebérsela, se le atragantó la horchata y no veas la que montamos en la heladería.

Sin embargo, otros bailes de pronombres no sobresaltan ni los ojos ni los oídos.
♦ Le tengo que hacer el rodaballo a la niña, nada de macarrones, que me puede montar un pollo si se los vuelvo a poner.
♦ Tengo que hacerle el rodaballo a la niña, nada de macarrones, que puede montarme un pollo si vuelvo a ponérselos.

Aunque algunas danzas exigen demasiadas contorsiones de las ternillas de la lengua.
Pensaba pasar a os explicar esas contorsiones y quería os las empezar a detallar.
♦ Pensaba pasaros a explicar esas contorsiones y os las quería empezar a detallar.
♦ Os pensaba pasar a explicar esas contorsiones y quería empezároslas a detallar.
♦ Pensaba pasar a explicaros esas contorsiones y quería empezar a detallároslas.

De los ejemplos precedentes, el primero le chirriará a cualquiera y, desde luego, no lo escribiría nadie. Sin embargo, estructuras como las de los ejemplos segundo y tercero no les producirán extrañeza a la mayoría de los hablantes y lectores. Ahora bien, quizá pierdan fuste al compararlas con la cuarta forma de expresar lo mismo. La razón es que en la última los pronombres van con el verbo que les corresponde.

El verbo pensar no tiene en esa oración complemento indirecto, tampoco el verbo pasar, pero sí el verbo explicar; por eso el lugar óptimo del pronombre os es detrás de este y unido a él: explicaros; lo mismo ocurre con detallároslas.  Lo que ocurre es que así se forman palabras largas y un poco trabalenguas, de manera que en el habla se tiende a trocearlas y mover los pronombres (y eso es una pista para darle rasgos de oralidad a un texto o quitárselo cuando no le convienen tales rasgos).

Aquí, sin embargo…
Ni rastro de rodaballo en la pescadería. Me lo toca pescar.
Ni rastro del rodaballo en la pescadería. Me toca pescarlo.

Un pronombre que cuesta mantener quieto es el de los verbos pronominales (me escaqueo del asunto del rodaballo) y se mueve mejor que cuando es complemento (me toca = tocar a mí ≠ tocarme). Además, por lo general, el pronombre del verbo subordinado (cocinarlo) puede ir al principal, pero no al revés.
No me quiero escaquear; toca pescármelo. Lo quiero cocinar. 
No quiero escaquearme; me toca pescarlo. Quiero cocinarlo. 

 Por otra parte, mover el pronombre puede cambiar el significado.
♦ Te voy a hacer unas preguntas que ayudarán a comprenderte.
♦ Voy a hacerte unas preguntas que te ayudarán a comprender.
♦ Voy a hacerte unas preguntas que te ayudarán a comprenderte.

A veces entiendes el texto, pero tienes que echar un rato pensándolo. Eso ocurre con algunas perífrasis verbales y está explicado en su sitio, pero aquí va un repasito:
Se fue contemplando que el rodaballo no se prestara a los fines de la familia.
¿Hay alguien que abandona un lugar, pensando en sus cuitas con el rodaballo? ¡Nooo!
Se contemplaba que el rodaballo no se prestara a los fines de la familia.

Y es que en español ir e irse tienen diferente significado y, además, irse no forma perífrasis verbales, pero ir, sí y, en ese caso, no indica desplazamiento, sino que algo va a empezar. Las lenguas —sus hablantes— tienden a economizar recursos, así que usan las mismas piezas para varios significados y funciones; eso no obstaculiza la comunicación, pero sí las explicaciones gramaticales.

Y, una vez más, el registro oral, sobre todo en algunos contextos, es bastante libre…
♦ Mari, Mari, ¡no vas a creértelo! Esos zapatos vas a poder ponértelos para la boda.
♦ Mari, Mari, ¡no te lo vas a creer! Esos zapatos te los vas a poder poner para la boda.
♦ Mari, Mari, ¡no te lo vas a creer! Esos zapatos vas a podértelos poner para la boda.

Pero nada de ¡no vas a te lo creer! ni de ¡no vástelo a creer!

También conviene observar cuál de los dos verbos que van seguidos es impersonal, ya que en algunas posiciones el pronombre se queda raro:
No puede entrarse en la pescadería porque está todo el pescado vendido.
No se puede entrar en la pescadería porque está todo el pescado vendido.

En noviembre empezaba a pensarse en el besugo navideño.
En noviembre se empezaba a pensar ya en el besugo navideño.                                     

Y otras veces no hay quien lo mueva de su sitio.
Si los pulpitos han dejado convivirse con su caldo tres horas, quedarán duros.
Si los pulpitos se han dejado convivir con su caldo tres horas, quedarán duros.

Y para tardes de tedio, nada como hacer que los pronombres bailen por el texto a ver qué efecto expresivo se consigue, porque yo…
… no lo sé explicaros mejor.
… no os sé explicarlo mejor.
… no os lo sé explicar mejor.
… no sé explicároslo mejor.

Complementos a pares

Un día cualquiera, en cualquier lugar de la hispanofonía (mayormente de España) puede sonar en boca de hablante.
Le he pegao un viaje al jamón que se ve el hueso.

Sin embargo, si el mismo hablante se pone a escribirlo, es muy probable que la oración se convierta en.
He pegado un viaje al jamón que se ve el hueso.

Habrá quien haya pensado: «Pues es verdad que, cuando se reproduce un texto hablado, incluso si es de registro informal y se pretende ser verosímil, los participios ya no suenan como se dicen». Y siendo eso verdad, esta dosis de atutía sirve para remediar otra dolencia: la desaparición del pronombre que duplica el complemento, indirecto en el ejemplo.

Es frecuente tildar a ese pobre le de pleonasmo (como si pleonasmo fuera el segundo nombre de Belcebú; pero eso es tema para otra dosis) y querer eliminarlo de todos los papeles a este lado del cinturón de Kuiper. Y resulta que está bien y en su sitio.

Para que quede claro: la duplicación del complemento indirecto (CI) mediante un pronombre átono es posible siempre y, en algunos casos, obligatoria. La duplicación del complemento directo (CD) está más limitada. Eso lo dice el DPD y esta humilde dispensadora de remedios lo suscribe.
Dijo a Febe que mejor lo dejaban. No se había atrevido a contar a sus padres que era de Saturno.
Le dijo a Febe que mejor lo dejaban. No se había atrevido a contarles a sus padres que era de Saturno.

Sí, con a Febe queda claro sobre quién recae la acción y el le no añade información, pero es la forma natural de formar esa frase en español y, por si alguien no se había dado cuenta, hay muchas palabras que se dicen o escriben a pesar de que no añaden información (por ejemplo, la mayoría de los adverbios). Así que en un texto elegante, culto y bien construido habrá un pronombre que duplique el CI.
Los marcianos van a recriminar a los terráqueos que el bicing debería ser platilling.
Los marcianos van a recriminarles a los terráqueos que el bicing debería ser platilling.

Y a menudo también habrá un pronombre que duplique el CD, como el la que no sobra aunque ya esté la cabeza en la oración siguiente:
—Yo la cabeza la voy a tener siempre mala —le aclaró Juanita a su amiga cuando les preguntaron a ellas si las pescadillas que quedaban iban a quedárselas o se las ponían a la otra señora.
Pasatiempo: localice en ese fragmento las cuatro repeticiones mediante pronombre de un complemento (directo o indirecto). Las cuatro son correctas, propias del habla culta y de lo más lucidas en un texto escrito.

Esas duplicaciones del complemento, que la mayoría de los hablantes hacen de forma natural si bien sienten la necesidad de evitar por escrito, responden a unas reglas o patrones. Ahí van.

Si el complemento tónico (el principal) va después del verbo, la duplicación del CI es optativa y habitual.
⇒ Es obligatoria con gustar, encantar, complacer, molestar, interesar, divertir, cansar…
⇒ Suelen exigir duplicación los verbos de afección psíquica o física, excepto si el CI es un cuantificador universal: todo, todo el mundo, todos, nadie.
♦ Daba argumentos a sus enemigos. Ellos habían contado a su madre la verdad y eso no interesó a su padre. La decisión gustó a todos, pero molestó a los primos no enterarse los primeros.
Les daba argumentos a sus enemigos. Ellos le habían contado a su madre la verdad y eso no le interesó a su padre. La decisión les gustó a todos, pero les molestó a los primos no enterarse los primeros.

A veces la duplicación del CD es obligatoria (ni te das cuenta de que la haces).
⇒ El CD tónico es todo (-a, -os, -as).
Nada menos que siete planetas nuevos. Ha descubierto todos el mismo astrónomo.
Nada menos que siete planetas nuevos. Los ha descubierto todos el mismo astrónomo.

⇒ El CD tónico es artículo + numeral; y más si el referente es animado.
Los ha descubierto todos el mismo astrónomo y ha bautizado a los siete con el mismo nombre.
Los ha descubierto todos el mismo astrónomo y los ha bautizado a los siete con el mismo nombre.

⇒ En el registro hablado y en Hispanoamérica es frecuente, y correctísma, la duplicación enfática.
Veo un poco rocosos esos planetas para ir a la playa.
Los veo un poco rocosos esos planetas para que sus playas se pongan de moda.

Ahora bien, si el tónico va después del verbo y no es un pronombre, la duplicación del CD casi nunca es posible.
Lo compras un móvil y te lo piensas más que si las fueras a cambiar las gafas.
Compras un móvil y te lo piensas más que si fueras a cambiar las gafas.

En dos casos es obligatorio duplicar el CI y el CD (no necesariamente los dos a la vez) mediante sendos pronombres átonos..
⇒ Si el complemento tónico también es pronombre.
Dio a nosotros las llaves del apartamento de la enana roja, por si queremos ir a pasar el finde.
Nos dio a nosotros las llaves del apartamento de la enana roja, por si queremos ir a pasar el finde.

Sobornaron a él para que les diera permiso de obras en las Nebulosas Alligator.
Lo sobornaron a él para que les diera permiso de obras en las Nebulosas Alligator.

⇒ Si el tónico va antes que el verbo, aunque no sea un pronombre.
A Hidrógenez hemos puesto en control de calidad de meteoritos y en la Tierra a nuestra empresa quitan las condritas de las manos.
A Hidrógenez lo hemos puesto en control de calidad de meteoritos y en la Tierra a nuestra empresa le quitan las condritas de las manos.

Y una derivada importante de la duplicación del CI, puesto que ya es una plaga saltarse la obligada concordancia de los pronombres con su referente.
Yo le doy un golpe a la impresora para desatascarla. Le expliqué esa solución a los técnicos y me dijeron que hacen lo mismo, aunque a los clientes le dicen que la solución es llamar al servicio técnico.
Yo le doy un golpe a la impresora para desatascarla. Les expliqué esa solución a los técnicos y me dijeron que hacen lo mismo, aunque a los clientes les dicen que la solución es llamar al servicio técnico.

La próxima dosis de atutía le proporcionará a los obsesos de los pronombres algunas pistas sobre su ubicación.
La próxima dosis de atutía les proporcionará a los obsesos de los pronombres algunas pistas sobre su ubicación.

Cifras o letras -y 2-

Como incluso quienes dicen ser de letras están rodeados de ciencia y de cifras (por suerte), aquí va una segunda dosis de escritura de números. Esta servirá para curar angustias, vacilaciones y horrores que se producen al escribir fechas, horas y coordenadas, aunque la leyenda del tiempo diga que es un sueño.

ESCRITURA DE LA FECHA

Es muy frecuente escribir las fechas con cifras, incluso en textos narrativos; no obstante, nada impide poner el día y el año en cifras y el mes en palabras, eso sí, siempre en minúscula.
—El  25 de diciembre de 1903 fue Navidad, como todos los veinticinco de diciembre.
—Yo celebro más el veintiséis de septiembre, que soy muy devota de los médicos y mártires san Cosme y san Damián.

Si se pone toda la fecha en cifras, el día, el mes y el año pueden separarse mediante guiones, barras o puntos; las tres formas son igualmente válidas.
El 14/7/1898 es una fecha señalada, pero también es digna de celebración el 14-4-1931. Sobre el 12.10.1492 hay sus más y sus menos.

Como el error todavía es bastante frecuente, repitamos la norma siguiente: nunca se escribe punto ni ninguna otra separación en los años.
Todos los nacidos antes del año 1.970 guardamos alguna cinta grabada de la radio.
Todos los nacidos antes del año 1970 guardamos alguna cinta grabada de la radio.

Ya de paso, veamos un asunto que da algún que otro quebradero de cabeza al hablar de fechas. Hasta el año 2000 vivíamos felices diciendo que en 1321 pasó esto o que en 1999 iba a suceder lo de más allá; ahora bien, cuando hubo que decir que algo pasaría en 2000, a todo el mundo se le torció la boca y el oído porque parecía que la cifra pedía un artículo. De repente apareció una norma: los años no llevan artículo; pero, como el oído es duro y los hablantes tozudos, se flexibilizó la directriz, que ha quedado un poco ambigua y suena como hablantes, so cansinos, decid lo que os salga de la lengua; o sea, tal que así:
• Del año 1 al 1100 es más frecuente poner el artículo, al menos en la lengua hablada, si bien por escrito se ve muchas veces sin él. Lo mismo ocurre con los años anteriores al 1, esos que suelen identificarse como antes de Cristo, a. C.
• Del año 1101 al 1999 es mayoritario el uso sin artículo, aunque hay ejemplos con él. No obstante, si solo se mencionan los dos últimos dígitos es obligatorio ponerlo: todo había ocurrido en el 68.
• Para referirse a los años a partir del año 2000, se tiende a usar el artículo.
• Si se menciona la palabra año, es obligado anteponer el artículo.
Así que es perfectamente correcto decir que en el 2001 la norma se cambió, pero quien quiera puede escribir o decir que eso ocurrió en 2000.

Por cierto, para expresar las décadas hay varias formas buenas, en ninguna de las cuales se usa el plural del número (ni mucho menos una letra ese con apóstrofo):
Corrían mediados los sesentas cuando la música empezó a mecer las melenas. En los años 70’s triunfaba la cultura hippy. La década de los 80s fue la de la movida. Sin embargo, en la década del 90 hubo cierto apalancamiento cultural. 
Corrían mediados los sesenta cuando la música empezó a mecer las melenas. En los años 70 triunfaba la cultura hippy. La década de los ochenta fue la de la movida. Sin embargo, en la década de los 90 hubo cierto apalancamiento cultural.

ESCRITURA DE LA HORA

Una manera de no pifiarla al escribir la hora es poner con todas las letras que abres la mercería a las dieciséis horas y treinta minutos; solo que queda un poco largo y no es muy visible. Para el lector es más fácil captar la hora expresada en cifras. Ahora bien, engendros como las tres y 22, las 17 y diez o las dos y ½ no son muy aconsejables; no es que haya una norma que diga que son incorrectos, pero quedamos en que somos elegantes escribiendo, ¿no?

Si te toca, por ejemplo, concretar horas precisas, lo más práctico es indicarlas con cifras y en el formato de veinticuatro horas. En ese caso, las normas ISO (que son internacionales) establecen que los dos puntos son el separador de las horas y los minutos (y los segundos si los hubiera).
Las visitas entran a las 15:31, 18:44 y 20:06, ni un minuto antes ni un minuto después.
No obstante, en textos comunes también se admite el punto; ¡pero nunca la coma!
Cita a las 12.45. Nota mental: seguro que no me visita el médico antes de las 13.30.

Y todo eso sirve para dar la hora, no para indicar un periodo de tiempo.
La peli dura 1:30 h.
La peli dura 1,5 h y los anuncios que ponen antes parece que duren 1 h 30 min.

Sí, las horas se indican con la palabra horas o con su símbolo, que es h; los minutos, con la palabra minutos o con el símbolo min; y los segundos, con su palabra entera o con el símbolo s.
El documental sobre el trigo es muy ameno. Dura 50′; las espigas aparecen en el 5′ y el crecimiento dura 42′ 35».
El documental sobre el trigo es muy ameno. Dura 50 min; las espigas aparecen en 00:05 y el crecimiento dura 42 min 35 s.

Es decir, eso que parece una comilla simple y una comilla doble tienen que estar bien lejos de cualquier expresión temporal.

OTRO SÍMBOLO RARO

Además, no son tales comillas ni apóstrofos, sino prima simple y prima doble. En esta oración hay un apóstrofo pa’que lo veas y también varias tildes. Y ahora van una prima simple y una doble, para nombrar por ejemplo ƒ′ (x) y ƒ″ (x). Y como a alguien se le ha ocurrido hacer claras las diferencias, copiaré una imagen de la Wikipedia que lo muestra muy bien.

apóstrofo-tilde-comilla-prima

Acento agudo (en negro) sobre I mayúscula; apóstrofo (en verde); comilla simple recta (en rojo); prima (en azul); acento agudo (en negro) sobre i minúscula; en los tipos de letra Arial, Calibri, Tahoma, Times New Roman y Linux Libertine.

¿Que cómo se ponen? Pues con alt+8242 (′) y alt+8243 (″) o buscándolas entre los símbolos que se insertan. Habrá a quien le parezca que no tendrá nunca oportunidad de escribirlos, pero igual sí, porque resulta que son los símbolos que se usan para expresar los minutos y los segundos de las coordenadas geográficas y de los ángulos.
Que conste que Teruel está a 40° 20′ 37″ de latitud norte y a 1° 06′ 26″ de longitud este, que luego dirán que no existe. Allí si se divide una pizza en seis porciones, cada una sale de 60°, si bien no es raro que alguna salga de 61° 48′ y alguna de 58° 12′.

Puede que si no vas a escribir una tesis de matemáticas ni de física ni de geografía, no uses nunca las primas; y si vas a hacerla, o para saber sobre ellas y sobre muchas otras cosas, lo mejor es que, sin esperar más, te hagas con el magnífico libro de Gonzalo Claros Cómo traducir y redactar textos científicos, que, además de ser una joya, es gratuito.

Cifras o letras -1-

Ni 1 ni 2 ni 3, sino casi 4 meses son los que llevo sin dispensar una dosis de atutía. Aunque quizá quedaría mejor escribir que no son ni uno ni dos ni tres, sino casi cuatro los meses. Eso hace ciento dieciocho días, o sea, ciento sesenta y nueve mil novecientos veinte minutos, que parece que se lee peor que si hubiera escrito 169 920 minutos. Lo cierto es que, a la hora de escribir cantidades, siempre surge la duda de si escribir palabras o cifras; y disiparla no es fácil ni tiene una respuesta única.

Para empezar, hay que pensar en el tipo de texto. En un libro de matemáticas, física, biología o cualquier otra disciplina que maneje conceptos mensurables o cuantificables, es lógico escribir cifras. En el otro extremo, en textos literarios no se suelen usar cifras, salvo para años, siglos, milenios y, quizá, incluso la fecha completa; si se trata de una narración, es habitual que en los diálogos no haya ninguna cifra.
—Solo tú puedes pensar que vivo en el número trescientos cincuenta de un callejón que a duras penas llega a los doscientos metros.
—¡Yo qué sé! Como me diste la dirección a las tres cuarenta y dos de la madrugada del treinta y uno de diciembre y nos habíamos bebido ya mil ciento veinticinco mililitros de tintorro, igual no retuve el número en la memoria ni cero coma cinco décimas de segundo.
Esa conversación se desarrollaba un 29 de febrero, así que iba a ser difícil celebrarla en los años siguientes.

A pesar de que no hay normas, si el texto no es narrativo, se suelen seguir algunos usos y costumbres, que indican cuándo es preferible escribir los números con guarismos y cuándo con palabras.

EN CIFRAS

• Cuando se trata de números formados por más de cuatro palabras.
En lo que va de año, he oído a 23 703 personas que creen que poner en valor es más preciso o expresivo que destacar, resaltar, valorar, reconocer

• Si hay decimales y en las cantidades a las que sigue un símbolo.
Si el trabajito me sale a más de 35,6 €/h, le dedicaré el 17 % más de tiempo.
Por cierto, se puede leer y escribir treinta y cinco con seis o treinta y cinco coma seis, es decir, uniendo la parte entera y la decimal mediante la preposición con o mediante el sustantivo coma.

• Cuando la cantidad indica un orden y va detrás del sustantivo.
♦ Hay que abrir el libro por la página 17 en la habitación 4 del piso 2.º.
♦ Hay que abrir el libro por la diecisiete en la cuarta habitación del segundo piso.

• En números codificados, como el DNI, el número de teléfono, el código postal o una referencia comercial, entre otros muchos. Claro que si un personaje de una novela le da a otro el número de teléfono en un diálogo, volvemos al principio de esta dosis, lo más adecuado es que se lo diga con todas las palabras.

¡Ah!, sí hay una norma, internacional por más señas: en las cantidades escritas en cifras no se usa punto para separar grupos de tres guarismos. Las cantidades formadas por cuatro cifras no se separan de ninguna manera y cuando tienen más de cuatro se separan de tres en tres mediante un espacio fino, sobre cuyo uso y escritura hay una dosis de atutía.
Te lo he dicho 3.705 veces: que quites los 24.618 puntos que has puesto en la lista de poblaciones de más de 5 000 y menos de 50.000 habitantes.  
Te lo he dicho 3705 veces: que quites los 24 618 puntos que has puesto en la lista de poblaciones de más de 5000 y menos de 50 000 habitantes.  

EN LETRAS

Para evitarse un problema, se podría decir que va en letras siempre que no va en cifras, pero antes o después eso va a dar un quebradero de cabeza. Una vez más, hay que recordar que no hay normas, pero sí costumbres y las recomendaciones siguientes sobre cuándo escribir las cantidades en palabras.

• Como se deduce del apartado «En cifras», cuando se trata de números formados por menos de cuatro palabras, sobre todo si son de una sola palabra.
Son ya diez las ovejas que pasan del perro; habrá que pactar con ellas para que vuelvan al redil a las cinco.

No obstante, hay ocasiones en las que el texto pide números para ganar claridad y transmitir de un solo vistazo la información relevante.
Limite de aforo: 500 personas.
Datos para el censo: 1000 ovejas, 50 pastores y 5 perros.
Mezcla los 2 tomates cortados en trocitos con los 2 aguacates y 10 ml de zumo de lima. Déjalo reposar 10 min, o sea, recorre 20 veces los 5 metros del pasillo.

• Cuando se expresa un cantidad aproximada.
Con unas 200 ovejas sacaremos aproximadamente 400 jerséis de aquí a 6 meses más o menos.
Con unas doscientas ovejas sacaremos aproximadamente cuatrocientos jerséis de aquí a seis meses más o menos.

Atención, que en unas treinta y tres ovejas sobra el unas, en aproximadamente cuatrocientos veintiún jerséis, el aproximadamente, ya que esas cantidades no tienen nada de aproximadas.

• Si se usan números en expresiones puramente orales se escriben siempre en palabras.
Con 4 pingos te haces un disfraz de carnaval en 2 patadas, aunque lo hayan sacado ya 1000 veces.
Con cuatro pingos te haces un disfraz de carnaval en dos patadas, aunque lo hayan sacado ya mil veces.

• Los números fraccionarios si no se trata de un texto técnico.
De los asistentes al entierro, 1/3 no conocía al muerto de nada.
De los asistentes al entierro, un tercio no conocía al muerto de nada.

¿Y PUEDO MEZCLAR CIFRAS Y LETRAS?

Cuando haya magnitudes y sus unidades en textos que no sean técnicos, se puede escribir la cantidad en cifras y la unidad en letras (10 mililitros, 5 metros) o todo en letras (diez mililitros, cinco metros), pero no en letras la cantidad y con símbolo la unidad (diez ml, cinco m), porque no hay quien lo lea y, además, queda feísimo.

Ocurre lo mismo con algunos símbolos.
El cuarenta y uno % de los matriculados en Ortografía y Ortotipografía se arrepienten cuando llegan a la escritura de las cantidades.
El 41 por ciento de los matriculados en Ortografía y Ortotipografía se arrepienten cuando llegan a la escritura de las cantidades.
El 41 % de los matriculados en Ortografía y Ortotipografía se arrepienten cuando llegan a la escritura de las cantidades.
La segunda forma se da por correcta, pero si ya has puesto una cifra, ¿por qué asustarte al llegar al símbolo? Si ya le has facilitado al lector que tenga la información a simple vista, ¿para qué le camuflas entre las letras algo que es esencial?

Es correcto escribir en cifras los millares, millones, billones, etc., pero no los miles.
Por debajo de los 10 mil habitantes, una ciudad es un barrio.
Sobrepasados los 10 millones de habitantes, una ciudad es un pandemónium.

Y con eso parece que estaría todo solucionado; pero no. Ocurre, muy a menudo, que en una frase, una página o un libro se dan condiciones que prescriben palabras y otras que prescriben cifras; si se siguen estrictamente, el texto acaba teniendo una cosa y la otra, y la sensación que da es de descuido, de no haber unificado criterios.
La previsión es que acudieran unas veinticinco mil personas, pero la venta de entradas certificó que solo acudieron 23 579.

La primera cantidad es aproximada, así que mejor ponerla en letras; la segunda es precisa y formada por más de cuatro palabras, así que le corresponde ir en cifras. ¿Qué hacer? Como parece un informe técnico y debe primar la claridad, parece sensato poner todas las cantidades en cifras. Bien, una decisión tomada; salvo que en la misma página puede aparecer la frase siguiente:
De las personas que se colaron sin acreditación, 3 se marcharon enseguida y 1 no quería abandonar la sala.

El 3 no queda muy elegante, pero ese 1 ya es un horror, así que la decisión de poner todas las cantidades de personas en cifras parece hacer agua. En casos así (y siempre que hay cantidades en el texto acabas encontrándote con ellos), hay que tomar decisiones, sabiendo que nunca serán buenas.

Un criterio que se sigue con frecuencia es escribir en palabras todas las cantidades inferiores a 10 y con cifras de 10 en adelante; con eso se evita que quede un guarismo solo, que siempre parece un poco perdido en medio de las letras.

Y ya de mi cosecha y sin que los avale autoridad alguna, un par de criterios que favorecen a todo tipo de escritos:
• Que el lector no se encuentre un texto lleno de obstáculos para la lectura (evitar cosas como de los trescientos cincuenta y siete mil doscientos sesenta y dos millones de euros, solo el quince por ciento…).
• Que la visión del texto no sea chocante para el lector (evitar cosas como había 1 solo asistente y se sentaba en 1 de las 50 sillas centrales).

Claro que también se podría debatir si la uniformidad es mejor que la diversidad en un texto; si unificar es lo que hay que hacer en vez de pensar qué va mejor (más legible, más fácil de retener, más estético…) en cada párrafo  o en cada frase o para cada concepto.

Para otra dosis de atutía quedan las respectivas escrituras de fechas, horas, coordenadas y alguna expresión más habitual en textos corrientes.

Y punto

Hay pocas cosas que se pueden mal hacer con un punto, pero se ven mucho.

♠ Ponérselo a un título. Los títulos no acaban en punto, precisamente porque son un título: ni siguen a nada ni le ponen final de nada; y, por lo general, no forman una oración completa. Ocurre a veces que un título es largo y contiene varias expresiones (sintagmas) que precisan ir separadas; pues bien, incluso en el caso de complicarse la vida y poner un punto en medio del título, este no acaba con otro punto.
El arte de poner títulos largos. Cómo complicarse la vida sin necesidad.
El arte de poner títulos largos. Cómo complicarse la vida sin necesidad

♠ No va punto en una firma, ni tras el nombre aislado de un autor ni como remate de una dedicatoria. Una firma, al final de un mensaje —en papel o electrónico— o cualquier tipo de documento, no debe rematarse con un punto. Y lo mismo se aplica al nombre del autor si está él solito en una línea.
Hola, abuela:
Te escribo este mensaje con la sola intención de firmarlo y así poder poner un punto que no hacía falta.
Cordialmente,
Atutía.
Atutía
P.S. Como el mensaje me parece un poco escueto, voy a poner una cita del libro
Publicar con calidad editorial, que yo que tú no dejaría de leer:
«Vas a hacer una publicación porque tienes algo que decir. Pues bien, hay que procurar decirlo de tal manera que sea comprensible y que esté bien dicho».
Mariana Eguaras Etchetto.
Mariana Eguaras Etchetto

♠  Tampoco se pone para finalizar una dedicatoria, tanto si se dirige a una persona con nombres y apellidos como si va para un pariente o, incluso, para seres extraños.
Al caballito de mar que inspira todas las atutías.
Al caballito de mar que inspira todas las atutías

Claro que si a la hora de la dedicatoria te acuerdas de todos los integrantes del coro del colegio, habrá que separar a sus integrantes con signos de puntuación; en ese caso hay un no sé qué en el texto que pide un punto final.
Al caballito de mar que inspira todas las atutías,
al escritor que se lía con las preposiciones y las comas,
a la vecina que pone Julio Iglesias a todo trapo y abre el balcón,
a los clientes que me ponen unos plazos de entrega que ya les vale.

♠  No se pone punto tras un signo de exclamación o de interrogación. Es una convención y de las más arbitrarias, sí, ya que no hay ninguna razón para no poner ese punto, salvo el aspecto estético. Lo cierto es que quedan muy feos dos puntos juntos; parece que el boli se haya quedado pegado al papel o que te hayas dormido con el dedo sobre la tecla del punto.
¿De verdad eres de los que ponen un punto tras el signo de interrogación?. ¡Pero si hasta el corrector automático del Word te marca que hay algo ahí que no va bien!.
¿De verdad eres de los que ponen un punto tras el signo de interrogación? ¡Pero si hasta el corrector automático del Word te marca que hay algo ahí que no va bien!

♠  Ponerlo tras el signo de puntos suspensivos no está bien y, además, si ya van tres, ¡¿pa qué?! Y lo mismo tras el punto que indica que se ha abreviado una palabra.
Norberto, al cruzar la calle mira a izda. y dcha.. Fue ver esa nota y saber que la madre de Norberto siempre se interpondría entre nosotros; a menos que….
Norberto, al cruzar la calle mira a izda. y dcha. Fue ver esa nota y saber que la madre de Norberto siempre se interpondría entre nosotros; a menos que…

♠  Las siglas parece que van a llevar puntos, pero no (si los llevaran serían abreviaturas en vez de siglas). Tampoco hay punto que valga en las unidades de medida (que serán una dosis enterita de atutía).
C. O. C. I. D. A. S. son las siglas de Correctoras Obsesionadas con Corregir Imprecisiones, Deixis, Anacolutos y Solecismos.
COCIDAS son las siglas de Correctoras Obsesionadas con Corregir Imprecisiones, Deixis, Anacolutos y Solecismos.

♠  ¡Ah! y los años hace muchos ídem que se escriben sin punto. Tampoco va en la numeración de las páginas, los portales de las calles y los artículos de las leyes. Antiguamente los formados por cuatro cifras se escribían con punto de millar, pero ahora se considera una falta de ortografía.
En el 1.725 los libros no llegaban a la página 1.500 ni las avenidas al número 1.000.
En el 1725 los libros no llegaban a la página 1500 ni las avenidas al número 1000.

Para acabar, una adivinanza: ¿cuáles son las dos circunstancias en las que es correcto que haya cuatro puntos seguidos?
¿Se te habrá ocurrido que…? ¡Venga!… Todo tiene su explic., su descrip., su justif.…
Efectivamente, una manera es que se junten un signo de interrogación o de exclamación de cierre con los puntos suspensivos. La segunda circunstancia consiste en que estos vayan detrás de una abreviatura; ahora bien, esa abreviatura no puede ser etc., que como ya indica que siguen más elementos de la enumeración sería redundante con los puntos suspensivos.