Ver, oír y no creérselo

En las obras literarias, sean escritas o audiovisuales, los anacronismos léxicos afean el texto y restan verosimilitud; los sintácticos, también, pero se notan menos.

Así, es una pena que en una obra audiovisual ―original o traducida― en la que se ha gastado un dineral en vestuario y maquillaje, tras un enorme esfuerzo de localización de exteriores, con un trabajo ímprobo de reproducción de mobiliario y con un estudio profundo de las armas y los animales, aparezca un tipo del siglo XVII y suelte un «y punto». Ya no se ven las flechas ni el caballo ni el castillo; parece que el pavo esté acodado en la barra de un bar con un botellín en la mano.

Resulta que me dio por ver la serie Isabel sin más ánimo que verla. Los hechos históricos parecen bien documentados, lo mismo que toda la ambientación; sí, claro, Isabel y Fernando debían de ser más feos, pero esto es una serie de televisión. O sea, que todo parece creíble y muy bien hecho… hasta que se oye en boca del rey Fernando de Aragón: «Lo más difícil está por llegar». Entonces el cerebro de un hablante entrado en años empieza a rebotar en el cráneo porque, sin saber desde cuándo se usa esa expresión, juraría que es bastante moderna y que, de hecho, es un calco que ha triunfado y que no le cuadra a un rey en una escena que ocurre antes de 1470. A partir de ahí, ya es imposible ver la serie sin más ánimo que verla: me pongo ante la pantalla con las orejas más enveladas que las de un podenco tras una liebre.

Vaya por delante que esto no es un análisis de uso histórico adecuado de la lengua en la serie (no tengo capacidad para hacerlo y seguro que hay errores que no detecto). Tampoco es una crítica de la simplificación de la lengua y otros trucos del medio audiovisual, que genera productos de ficción y debe usar todo lo que los haga atractivos. Ahora bien, la verosimilitud no puede perderla. A eso vamos.

De a día de hoy, decía yo que era un calco no aceptado, pero que no pasaría mucho tiempo antes de que se incorporara al elenco de locuciones adverbiales. Así es, pero, aunque incorporada y de uso masivo, no cuela que sonara a finales del siglo XV.
Torquemada (t2 e7): … hago saber que a día de hoy el tribunal de la Santa Inquisición comienza su labor en Sevilla.
Gonzalo de Córdoba (t2 e9): Las murallas de las plazas árabes a día de hoy son insuperables.
Luis de Tremoille (t3 e8): A día de hoy, nada os pedimos. (Este era francés; se lo podemos perdonar).

Las locuciones adverbiales en el pasado y en el futuro también son calcos impropios del castellano, más aún del medieval, y, por lo general, innecesarios. Ahí suenan:
Isabel (t2 e3; a Fernando): [Inglaterra] Ya fue invadida en el pasado…
Gutierre Gómez de Fuensalida (t3 e12; a Felipe el Hermoso): En el pasado, el rey Alfonso de Portugal invadió…
Gutierre Gómez de Fuensalida (t3 e12;  a Isabel): ¿Cómo esperar que no haga lo mismo en el futuro?

El verbo ostentar tenía un significado muy preciso, que se ve en el adjetivo ostentoso. El uso lo ha llevado a significar, también, ‘ejercer un cargo’, pero en boca de los personajes de la serie su significado debería ser el original, no el recién adquirido.
Isabel (t3 e2; se dirige a Cisneros, que de ostentoso tenía poco): Desde hoy ostentáis el cargo de provincial de la Orden Franciscana.

Peor es el mal uso del verbo detentar, que, de momento, no ha aumentado sus acepciones. Desde luego, Talavera nunca diría que Isabel hacía algo ilegítimo.
Hernando de Talavera (t2 e3; habla de Isabel): Ahora el poder lo detenta una mujer cuya rectitud y devoción el mismo san Jerónimo alabaría.

Y hablando de verbos anacrónicos, resulta que incautar no está en el Diccionario de autoridades (1726-1739) y su primera aparición en el corpus del actual Diccionario histórico de la lengua española (CHE, s. XII-1975) es de 1877. Sin embargo, en el episodio 11 de la primera temporada se oye tres veces:
Alfonso Carrillo (a Chacón): Las fuerzas del rey han entrado en Toledo y han incautado mis bienes.
Fernando de Aragón (a un prisionero): Y no incautaré vuestros bienes.
Enrique IV: Mandad soldados a todos los lugares, que incauten la carta…

Por lo visto, Enrique IV era un adelantado a su tiempo, pues en el mismo capítulo exclama: «Es dura de pelar mi hermana». Muy pertinente para referirse a Isabel; ¡lástima que la primera aparición de esa expresión ocurra en 1849! (cf. CHE).

El plural distributivo también es frecuente. Puede que ese calco del inglés se asiente en castellano, pero en esta serie, sobre todo acompañado de un posesivo, le da un aire moderno que, probablemente, refleja el habla del guionista:
Isabel (t2 e3; a su hija Juana): Ese día comprenderéis… cuán diferentes serían vuestras vidas de no haber nacido del vientre de una reina…
Fernando (t3 e3; a Isabel): Son muchos los que han cruzado la mar océana arriesgando sus vidas por Castilla. (Curiosamente, en la transcripción arregla: … arriesgando la vida).
Isabel(t1 e11): Y no les culpo […] Que los soldados abrillanten sus espadas. […] Nadie ha de notar preocupación en nuestras caras.

Ese leísmo podría ser un rasgo incorporado a propósito para caracterizar el habla del personaje (¡ojalá!). Quizá esa era también la idea al hacerle decir al desabrido Carrillo: «Que mováis pieza de una puta vez». ¿Suena a finales del siglo XIV?

La serie no escapó a la moda de calcar expresiones molonas; solo que su calco ha empezado a molar en el siglo XXI.
☢ Isabel (t2 e9): Habéis hecho lo correcto.
Peralta (t2 e9; a Fernando): Lo supe por un emisario francés que está de camino.
No parece probable que la católica reina estuviera influida por la expresión the right thing y el emisario estaba camino de algún sitio, pero no de camino.

Y Muley Hasan quizá no tenía claro que se equivoca quien decide, pero que no yerran las cosas ni las decisiones; o tal vez era un visionario y vislumbraba que este calco léxico también iba a ponerse de moda más de quinientos años después:
☢ Muley Hasan (t2 e8): Una vez más habéis tomado la decisión equivocada.

Entre los anacronismos que más me irritan está el uso adocenado y bobalicón de la preposición desde.
☢ Riudecanyes (t3 e1; a Andrés de Cabrera): Desde el Consejo de Ciento haremos todo lo posible para que los reyes lo encuentren todo a su gusto.
☢ Luis de Tremoille (t3 e3; al papa): Desde la sensatez os sugiero que reconozcáis a su majestad como rey de Nápoles cuanto antes.

Parece ser que quien escribió los diálogos de Luis de Tremoille se tomó muy en serio que se notara que era francés y su castellano tenía sus cosillas; y, sin embargo, la estructura galicada, que tan bien le hubiera cuadrado, se la puso al rey de Portugal:
Manuel I de Portugal (t3 e8): Es por eso que os tiendo la mano… (En la transcripción, mejora: Os tiendo la mano).

Y, como no podía ser de otra manera aunque era fácil evitarlo, aparece uno de los anacronismos léxicos más comunes en los textos de ficción:
Isabel (t1 e11): Traedme pergamino y pluma… Responderé lo menos deshonesta y más templada que pueda.
La reina Isabel podía ser muchas cosas, pero ¡¿deshonesta?! Probablemente querían decir ‘insincera, poco veraz, falta de honradez…’, pues la honestidad tenía su significado propio y exclusivo hasta hace muy poco y no aludía a la honradez ni, mucho menos, a la sinceridad).

En otro orden de cosas, resulta curioso que, a lo largo de toda la serie, los musulmanes llaman Alá a Dios. Se puede argüir que muchos musulmanes usan esa palabra árabe, que designa al dios abrahámico, como si fuera distinto en su religión que en las otras dos; venga, sí, pero es que, en esta ficción, los judíos usan el nombre Yahvé, que un judío no pronuncia nunca (una sola vez se emplea la denominación más usual Adonai). ¡Uy!, otro descuido relacionado con la lengua: claro que, si no se ha cuidado mucho el castellano, ¡cómo iban a pensar que alguien se fijaría en los detalles relacionados con el hebreo y con el árabe! También es un detalle, sí, pero un texto árabe con las letras sueltas es tan irreal que hace daño a la vista. Provoca cierta ternura pensar en la persona a la que le endilgaron la tarea de generar un texto en árabe con un «busca algún programa en Internet que lo traduzca». (Al Ayuntamiento de Barcelona le colaron el mismo gol en las luces de Navidad que colgaban por toda la ciudad en el 2012).

Cierto, es una obra de ficción; por tanto, los diálogos no son reales, como no lo son los muebles ni los vestidos ni los castillos, pero los muebles, los vestidos y los castillos lo parecen; es decir, son verosímiles, que es lo que debe ser la ficción. Sin embargo, a veces, los diálogos no lo son. Por otra parte, todos los personajes hablan igual: reyes, damas, soldados, Colón, Cisneros, viejos, jóvenes, moros, cristianos, judíos… De nuevo, se trata de verosimilitud.

Seguro que algún tipo de asesoría hubo, porque nadie se atrevería a usar a lo largo de tres temporadas el tratamiento «su alteza» sin estar seguro de que ese era el que se daba a los reyes. No obstante, a mis oídos, no fue suficiente para pensar que la serie estaba cuidada en todos sus aspectos.

Dicho de otra manera, se entiende todo y casi nada es incorrecto, pero eso no basta para crear un buen texto y ofrecerle al lector o al espectador un buen producto. Es una serie de televisión y su elemento principal es la imagen; ¿el principal o solo uno de ellos? ¿Tendría el mismo tirón si fuera muda? ¡Ah!, entonces, el texto es fundamental también; de hecho, en esa serie apenas hay momentos sin diálogo.

El hecho de que una palabra ya esté en el diccionario con un significado concreto no la hace idónea para cualquier uso y que una construcción sintáctica sea de pleno uso no implica que sea adecuada para todos los personajes ni para todos los textos. Así que los guionistas, los escritores y los traductores deberían poner un cuidado exquisito en que cada obra y cada personaje se caractericen lingüísticamente; y los productores y los editores tendrían que velar por ello.

Iba a escribir que los correctores también deben estar atentos a esas circunstancias, pero para eso tendrían que contar con correctores en las producciones audiovisuales (no revisores de la traducción, sino correctores profesionales y, a ser posible, buenos). En los créditos finales de la serie Isabel aparecen más de 150 personas, entre ellas, ayudantes, refuerzos y becarios de aspectos muy diversos. Es, por tanto, admirable el cuidado que han puesto en los detalles. ¿En todos? No; entre esos nombres no hay ni un solo corrector, asesor lingüístico ni revisor de textos… y seguro que el coste de una persona que hiciera ese trabajo sería una minucia en el monto total. Por qué poquito se pierde lustre y prestigio a ojos y oídos de algunos que nos fijamos en la lengua.

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