Concordancia con el antecedente

Te pones a escribir que Fulano ha hecho no sé qué, metes un inciso, se cuela una subordinada y, cuando vas a contar lo que ha pasado después del no sé qué, Fulano está representado por el pronombre las o es el sujeto de cantábamos. Es decir, el antecedente se ha perdido y la concordancia de género y número está a la virulé.

El antecedente puede ser un sustantivo, un pronombre, un adjetivo o, incluso, estar contenido en un verbo (porque en español la persona y el número identifican el  sustantivo —o el pronombre— que el verbo ha dejado atrás); y ese antecedente puede desempeñar diversas funciones sintácticas. Sea como sea, entre él y su representante (juntos forman una anáfora) hay que mantener el género y el número.

Hay una expresión que es un socavón en el que resulta muy fácil caerse.
Yo soy de las que pienso que las anáforas te cambian la vida.
Yo soy de los que piensa que las anáforas te cambian la vida.
Yo soy de los/las que piensan que las anáforas te cambian la vida.

Es frecuente —y un horrorismo— concordar el verbo con el pronombre que abre la frase, no tanto por equivocación en la relación sintáctica como porque el hablante quiere decir que piensa que las anáforas cambian la vida; así que podía formularlo así:
[Yo] Pienso que las anáforas te cambian la vida.
Pero al usar esa fórmula (que ayuda a no sentirse solo en una opinión o una experiencia) se introduce un relativo (que) y ya tenemos formada la anáfora, que exige que las piezas a un lado y otro del relativo tienen que concordar en número:
Soy de los que viven la sintaxis como quien consagra su vida al encaje de bolillos.

Las faltas de concordancia son como las cerezas: tiras de una y…
Yo soy de los que escribo una subordinada sin pensármelo y luego me arrepiento.
Yo soy de los que escriben una subordinada sin pensárselo y luego se arrepienten.
El sujeto de los verbos escribir y arrepentirse es los que (no yo), que también es el antecedente del pronombre se; este unido al verbo pensar identifica la persona gramatical que no piensa antes de actuar.

Ahora bien, como el sentido de toda la frase es que yo escribo sin pensármelo y luego yo me arrepiento, la gramática le da cuartelillo al sentido y en la segunda parte se admite el paso a la primera persona. La explicación de tal desenfreno sintáctico es que se puede considerar que las oraciones coordinadas son yo soy y yo me arrepiento.
Yo soy de los que escriben una subordinada sin pensárselo y luego me arrepiento.

Cuanto más se alarga una oración, más fácil es perder la concordancia. En el ejemplo siguiente, hay dos verbos en tercera persona del singular (resulta, conviene), pero sus subordinados se cuelan en primera del plural (liarnos, enfrentarnos).
Lo que resulta más habitual en estos casos es liarnos con las concordancias. Lo que conviene más es enfrentarnos a la sintaxis. 

La concordancia exige que en la segunda parte de cada oración se mantengan la persona y el número gramatical del antecedente. Hay, por tanto, dos opciones.
♦ Lo que resulta más habitual en estos casos es liarse con las concordancias. Lo que conviene más es enfrentarse a la sintaxis.
♦ Lo que nos pasa más a menudo es que nos liamos con las concordancias. Lo que nos conviene más es enfrentarnos a la sintaxis. 

La misma irregularidad se da en perífrasis verbales.
Habrá que comernos todos los torreznos, que para mañana se resecan.
♦ Habrá que comerse todos los torreznos, que para mañana se resecan.
♦ Tendremos que comernos todos los torreznos, que para mañana se resecan.

Se dan a menudo errores de concordancia cuando aparecen pronombres reflexivos.
A los dragones de Komodo nos gusta mantener las distancias entre sí. 
El pronombre recíproco es de tercera persona, mientras que el antecedente es de primera (nos gusta). Hay dos formas de concordar el complemento con su antecedente.
♦ A los dragones de Komodo les gusta guardar las distancias entre sí.
♦ A los dragones de Komodo nos gusta mantener las distancias entre uno y otro/ entre los unos a los otros/ entre nosotros.

Es muy pero que muy frecuente perder la concordancia de número cuando hay un complemento en plural y se duplica mediante pronombre átono.
Al morder a sus presas, los dragones de Komodo le inoculan bacterias infecciosas. 
El referente es sus presas y, por tanto, el pronombre debe ir en plural.
Al morder a sus presas, los dragones de Komodo les inoculan bacterias infecciosas.

Por su parte, el cuantificador cuanto es un adjetivo y pronombre relativo, por lo que si su referente es un sustantivo, debe concordar con él en género y número; o sea, no es invariable:
Cuanto más solecismos tiene el texto, más dudas le entran al corrector. Y cuanto más dudas le entran, más tendrían que pagarle.
Cuantos más solecismos tiene el texto, más dudas le entran al corrector. Y cuantas más dudas le entran, más tendrían que pagarle. 

También es fácil no identificar con qué va un adjetivo acompañado del artículo neutro:
Las birras tienen que estar lo más frías posibles.
El adjetivo posibles está mal concordado, pues va con lo, no con birras ni con frías:
Las birras tienen que estar lo más frías posible.
Aunque, si no estuviera el artículo antes del adverbio más, el adjetivo sí acompañaría al sustantivo y al adjetivo:
Busca las birras más frías posibles.

Con esta dosis de atutía, la de la concordancia de género y la de la concordancia de número, los textos ya deben quedar bastante pintureros. Claro que está el asunto de la concordancia temporal de los verbos…

La concordancia de número

En español el número gramatical solo tiene dos casos: singular y plural; o sea, las cosas las hace uno (una persona, un tornado, un dragón de Komodo…) o más de uno (impersonalidades al margen). Tiene pinta de que no pueda haber ningún problema. Pero en cualquier texto sale alguno.

TÉRMINOS COMPUESTOS

El primero es el plural de términos como metomentodo y sacacorchos, o como piso piloto y guardia civil. Los dos primeros ya están fijados como una palabra; cada uno de los dos segundos está formados por dos palabras en aposición y tuvieron su dosis de atutía con explicación del plural. Los primeros hay que mirarlos como una palabra y pluralizarlos sin complicarse (si las palabrejas lo permiten).
Las metomentodo usaban los sacacorchos y pensaban en cómo meter varios sofás cama(s) en los pisos piloto.

Algunos colores son un caso particular de sustantivos en aposición: falda berenjena, lazo rubí, uniforme gris claro. Eso hace que el concepto en plural se pueda expresar en singular: faldas berenjena, lazos rubí, uniformes gris claro; pero, si se perciben como adjetivos, se pueden pluralizar (aunque algunos suenan raros): faldas berenjenas, lazos rubís, uniformes grises claros. Ese claros es ambiguo porque no se sabe si califica a uniformes o a grises. La solución es usarlo en singular. Se puede incurrir en ambigüedades más inconvenientes: Se veían rostros amarillos pálidos (¿los rostros estaban pálidos o el color era amarillo pálido?).

NOMBRES COLECTIVOS

Ante algunos sustantivos, la gramática va por un sitio y la cabeza por otro.
La parentela llegó al convite una hora antes y se jaló las croquetas en un santiamén.

Que la parentela acudiera pronto suena a catástrofe pero no provoca extrañeza lingüística (porque imaginamos que los parientes llegan todos al mismo tiempo como una masa compacta). Ahora bien, cuando te imaginas el asalto a las croquetas, ves unas cuantas personas que se abalanzan sobre las mesas y el singular comió chirría porque las croquetas van a varias bocas. Pero desde el punto de vista gramatical, la concordancia se hace en singular. Otra cosa es el registro oral, que podría ser así:
La parentela llegó al convite una hora antes y se jalaron las croquetas en un santiamén. 

Hay un truco para tratar los nombres colectivos con respeto y que no se cortocircuite la neurona encargada de representar la escena. Consiste en dividir la secuencia con un punto, de manera que en la segunda oración se supone un sujeto plural elidido.
La parentela llegó al convite una hora antes. Se jalaron las croquetas en un santiamén.  

SUJETOS MÚLTIPLES

Que la cigüeña crotora y los elefantes barritan está claro. Pero la vida no siempre es tan sencilla; y no digamos la lengua. En efecto, a menudo el sujeto tiene varias partes unidas por una conjunción coordinante. Veamos unas cuantas posibilidades.

1. Sujeto formado por varios sustantivos unidos por una conjunción copulativa. Por si hace falta recordarlas, las conjunciones copulativas son y, e, ni, y también las compuestas tanto… como…, tanto… cuanto…, así… como…

1.1. El sujeto está antes que el verbo. Como normal general, el verbo va en plural.
La cigüeña, el elefante y el ñu hacen ruidos. Ni la jirafa ni la culebra emiten sonidos.

Pero no pocas son las circunstancias que hacen que el verbo vaya en singular.
— Cuando el conjunto del sujeto se ve como un solo concepto.
♦ La cópula y reproducción de los animales resultan muy difíciles de filmar.
♦ La cópula y reproducción de los animales resulta muy difícil de filmar.
— Si los elementos que forman el sujeto son pronombres neutros.
Esto y eso se llevan mucho este año.
Esto y eso se lleva mucho este año.
— También si son construcciones de infinitivo.
Comer y rascar todo son empezar.
Comer y rascar todo es empezar.
— Y si son oraciones completas.
Que me ponga a comer y suene el teléfono ocurren casi todos los días.
Que me ponga a comer y suene el teléfono ocurre casi todos los días.
— Cuando los elementos empiezan por cada.
Cada melocotón, cada ciruela, cada paraguayo llevan su puñetera etiquetita.

Cada melocotón, cada ciruela, cada paraguayo lleva su puñetera etiquetita.
— O si hay un elemento final en singular que los engloba a todos.
El melocotón, la ciruela, el paraguayo, la fruta llevan su puñetera etiquetita.
El melocotón, la ciruela, el paraguayo, la fruta lleva su puñetera etiquetita.

1.2. Cuando el verbo va delante del sujeto, se puede concordar en singular o en plural. Con sujeto referido a personas es más natural el plural.
Entró Romualdo y sus coleguitas en el bar, y ya no hubo birras para nadie.
♦ Entraron Romualdo y sus coleguitas en el bar, y ya no hubo birras para nadie.
Por otra parte, el singular resulta más natural con la conjunciones ni, o.
♦ Atemorizaban la pose o el gesto o la voz bronca de Romualdo cuando entraba al bar. Pero no causaban admiración ni su peinado a raya ni sus pantalones de pinzas.
♦ Atemorizaba la pose o el gesto o la voz bronca de Romualdo cuando entraba al bar.  Pero no causaba admiración ni su peinado a raya ni sus pantalones de pinzas.
Y también si los sustantivos enlazados no llevan determinante.
♦ Le sobraba chulería y pasado para imponer su ley.
♦ Le sobraban chulería y pasado para imponer su ley.

2. Cuando los elementos del sujeto están unidos por una conjunción disyuntiva, el plural es siempre correcto.

2.1. Si el sujeto va antes que el verbo, se concuerdan en plural.
Aníbal o su lugarteniente pondrá orden.
Aníbal o su lugarteniente pondrán orden.

2.2. Si el verbo va antes que el sujeto, también está bien el singular.
♦ Pondrá orden Aníbal o su lugarteniente.
♦ Pondrán orden Aníbal o su lugarteniente.

3. Cuando los elementos del sujeto están unidos por una preposición, el verbo concuerda en plural.
David con sus amigos os dará sopas con honda. Goliat con los suyos saldrá por patas.
David con sus amigos os darán sopas con honda. Goliat con los suyos saldrán por patas.
Pero si el elemento que lleva preposición va entre comas o después del verbo, se concuerda en singular. Y lo mismo si el inciso empieza con además de, así como, como, junto a, junto con.
David, con sus amigos, os darán sopas con honda. Goliat saldrán por patas con los suyos.
David, con sus amigos, os dará sopas con honda. Goliat saldrá por patas con los suyos.

4. A veces la frase empieza pareciendo singular pero, de repente, se hace plural; la verdad es que el sujeto ha sido plural desde el principio.

Ocurre cuando el sujeto lleva un sustantivo en singular pero con dos adjetivos porque, en realidad, se está hablando de dos cosas.
La misantropía aparente y real la llevó a tener un geranio como socio de tragos.
La misantropía aparente y real la llevaron a tener un geranio como socio de tragos.
Claro que hay formas más claras y elegantes de resolver esa situación.
♦ La misantropía aparente y la real la llevaron a tener un geranio como socio de tragos.
♦ Tanto la misantropía aparente como la real la llevaron a tener un geranio como socio de tragos.

LO QUE NO ES SUJETO

Cuando no es sujeto, las cosas funcionan igual: en principio, si hay varias cosas, la lengua pide plural; por ejemplo, con los adjetivos.
Llevaba casco y escudo negros.

Pero se admite el singular si entre ambos sustantivos hay una relación muy estrecha.
La exposición va de vestimenta y armería medieval.
Aun así, hay que tener cuidado si no existe tal relación o se puede malinterpretar.
♦ La camisa y la cota familiar lo distinguían de sus compañeros.
♦ La camisa y la cota familiares lo distinguían de sus compañeros.
En la primera oración se puede interpretar que la camisa era, por ejemplo, de color naranja y por eso llamaba la atención.

Y debe ir en singular el adjetivo que vaya con dos sustantivos que se refieren a la misma entidad, están en singular y comparten determinante.
Quedo a menudo con mi ex y, sin embargo, amigo austrohúngaros.
Quedo a menudo con mi ex y, sin embargo, amigo austrohúngaro.

Si el adjetivo va delante, suele ir en singular salvo que los sustantivos estén en plural.
¡Qué gran sorpresa y alegría! Nos esperan grandes emociones y novedades.

ESTRUCTURAS COPULATIVAS

Si tanto el sujeto como el predicado de una oración copulativa son sustantivos (o pronombres o sintagmas nominales), la estructura es flexible.
 El mar es el pulmón del planeta.
 El pulmón del planeta es el mar.

Ahora bien, con independencia del orden, si una de las dos partes —sea el sujeto, sea el atributo— es plural, el verbo suele ir en plural.
♦ Lo que me estremece es los ruidos permanentes de la selva.
♦ Lo que me estremece son los ruidos permanentes de la selva.
♦ Los ruidos permanentes de la selva son lo que me estremece.

Hay otras estructuras que provocan vacilación acerca de la concordancia de número del verbo y ya tienen sendas dosis de atutía:
Las estructuras partitivas y pseudopartitivas: La mayoría de los tontos no se dan/da cuenta nunca de que lo son.
Las pasivas reflejas y sus perífrasis: Se regalan seis zambombas bien afinadas. Se iban a alquilar los anillos para ver la cabalgata desde la distancia.
La impersonalidad: Se critica a los poliplacóforos. Amanece (que no es poco) en Brazzaville y llueve a cántaros. Ya hace semanas que hace unos días muy malos.
El verbo haber: Había nueve planetas, pero el pobre Plutón se quedó en enano.

También es habitual patinar en el número cuando hay que mantenerlo en un elemento cuyo referente ya ha salido. Eso es otra dosis de atutía, que esta parece una sobredosis. Con lo sencillito que parecía poner singular con singular y plural con plural.

La concordancia de género

Como en la moda, en la lengua la elegancia está, muy a menudo, en coordinar bien todo el outfit conjunto. Y mira que es simple: masculino con masculino, femenino con femenino, singular con singular y plural con plural. Pues no debe de resultar tan fácil, porque se prodigan unos cuantos errores.

Seguro que la concordancia de género forma parte del currículo de párvulos, porque la complicación es nula. Eso sí, hay que tener cuidado de que todo esté en su sitio para saber con qué va cada complemento.
Me he comprado una extensión para la melena de materia natural nueva.
¿Qué es nuevo: la extensión, la melena o el material? Si cambiamos extensión por postizo, se complica la concordancia de género.
Me he comprado un postizo nuevo para la melena de materia natural nueva.
Y si en vez de materia natural se especifica que era de pelo natural, más aún.
Me he comprado un postizo ¿nuevo? para la melena de pelo natural ¿nuevo?
Eso por no decir que la melena entendemos que es suya y, por tanto, de pelo natural y la aclaración del material iba para el postizo.
Me he comprado un postizo nuevo de pelo natural para la melena.

También nos complican los textos las palabras que tienen género pero son iguales en masculino y en femenino (sustantivos comunes en cuanto al género).
La psiquiatra estaba enamorada del periodista. Era muy buena profesional. Ya no veía en él un paciente, pero estaba preocupada porque él se había obsesionado con una criminal y una psicópata que actuaban juntas.

No es que esas palabras sean un problema, pues, según su referente sea masculino o femenino, se concuerda todo lo que las rodee y ya está. Lo que da lugar a vacilaciones es que a muchas de esas palabras, a medida que designan una realidad que antes no existía, les brota una nueva terminación que cambia el género: dependienta, alcaldesa (pero no consulesa), jueza, bachillera… Por ejemplo, se empezó a plantear si es correcta la palabra cancillera cuando Angela Merkel accedió a ese cargo, pero bachillera se había fijado mucho antes (sí, desde que nos dejaron acabar el bachiller hasta que conseguimos presidir algo pasó mucho —demasiado— tiempo).

Como llegó ese cancillera (Diccionario del español actual, de Andrés, Seco y Ramos), es posible que lleguen miembra, agenta, representanta, testiga e, incluso, portavoza. Y puede que también periodisto y pediatro, como lo hizo modisto, pero, de momento, son invariables y se concuerdan los determinantes y los adjetivos que los acompañen. Además, hay que andarse con ojo.
Mi amiga la poeta me dice que ella y su colega la músico no son ni poetisa ni música. Y a su prima la médico le parece muy bien.

Y con tanto ojo que hay que andarse, porque han pasado a ser palabras de género común algunas que no se movían —pariente, familiar, bebé (esta última va embalada y ya ha dado el salto a desdoblarse: el bebé/la beba; y mejor en diminutivo: el bebito/la bebita)— y que, por tanto, hay que concordar.
Tengo una familiar que acaba de tener una bebita.

Quién sabe en qué momento darán el salto el/la víctima, un/una persona. Esas palabras se dice que son epicenas y tienen género, claro que sí, por eso hay que tener buen cuidado en concordarlas gramaticalmente, no por el sentido.
Atilano es un persona muy sencillo y un víctima resignado de su mujer, Clotilde, que se cree una magnate y es una mangante.
Atilano es una persona muy sencilla y una víctima resignada de su mujer, Clotilde, que se cree un magnate y es una mangante.

Y eso que, a veces, hay que ingeniárselas para que los epicenos sean precisos.
♦El hormigo se puso como un foco de gordo de tanto mordisquear los diminutos floros, que están en los pocos palmeros del oasis.
♦La hormiga macho se puso como una foca de gordo de tanto mordisquear los diminutos flores macho, que están en los pocos palmeros macho del oasis.
La hormiga macho se puso como una foca de gorda de tanto mordisquear las diminutas flores macho, que están en las pocas palmeras macho del oasis.

Luego están los vocablos indecisos; en realidad, los indecisos somos los hablantes, las palabras se dice que son ambiguas en cuanto al género.
♦Atilano, por no oír a Clotilde, atravesó la puente, pasó a la otra margen del río y, tras echarles un poco de azúcar triturada a las ánades, se fue a correr una maratón hasta la mar. Ella se quedó bebiendo el vodka y contemplando ese web de la internet donde aparecen las cobayas con un armazón medieval.
♦Atilano, por no oír a Clotilde, atravesó el puente, pasó al otro margen del río y, tras echarles un poco de azúcar triturado a los ánades, se fue a correr un maratón hasta el mar. Ella se quedó bebiendo la vodka y contemplando esa web del internet donde aparecen los cobayas con una armazón medieval.

Tampoco es que les demos vueltas a muchas palabras, pero, a veces, se las damos a las que no deberíamos; por eso se ponen siempre los mismos ejemplos.
Las tarifas de corrección de muchos editoriales son míseras. Y en los periódicos, quien escribe la editorial no espera que un corrector le anote las correcciones en la margen.
Las tarifas de corrección de muchas editoriales son míseras. Y en los periódicos, quien escribe el editorial no espera que un corrector le anote las correcciones en el margen.

AES TRANSFORMISTAS

También vacilamos cuando un sustantivo femenino empieza por a/ha tónica. Con lo fácil que es recordar que van con el, un, algún, ningún, al, del. La verdad es que una, alguna y ninguna valen, pero no son frecuentes. ¡Eh!, si la primera sílaba no es tónica ―como alacena—, no les pasa nada; y si no son sustantivos, tampoco.
♦Una hada rubia empuña una hacha afilada y se bebe la agua fría con la azúcar. Al entrar en la aula alta, mira la águila disecada con la ala extendida dentro del alacena.
♦Un hada rubio empuña un hacha afilado y se bebe el agua frío con la azúcar. Al entrar en el aula alto, mira el águila disecado con el ala extendido dentro del alacena.
Un hada rubia empuña un hacha afilada y se bebe el agua fría con el azúcar. Al entrar en el aula alta, mira el águila disecada de la alacena.

Resulta que algunas de esas palabras dan otras que ya no empiezan por a/ha tónica; lo que ocurre entonces es que ya no son tónicas y, por tanto, no les pasa nada.
El aguanieve que ha caído se parecía poco al agüita. Se veía en el alita del avión.
La aguanieve que ha caído se parecía poco a la agüita. Se veía en la alita del avión.

Y tampoco les pasa nada en plural ni si hay algo entre el determinante y la palabra.
El solitaria alma del arrebatada águila surge en un silencioso habla, pues en el asamblea animal lee los actas y recorre los áreas de los aulas.
La solitaria alma de la arrebatada águila surge en una silenciosa habla, pues en la asamblea animal lee las actas y recorre las áreas de las aulas.

Claro que hay unas cuantas excepciones que, por mucho que cumplan las condiciones, mantienen el determinante femenino. Ahí van las principales:
— Las palabras comunes en cuanto al género que empiezan por a/ha tónica (el determinante es lo que refleja el género y permite identificar el sexo del referente).
La habitante de aquella casa era una árabe y alojaba a una ácrata.
En este grupo hay una excepción a la excepción (los hablantes y sus cosas): se prefiere la árbitra; por lo visto, como estábamos acostumbrados a la árbitro y la terminación femenina es reciente, no acabamos de acostumbrarnos a el árbitra (que es lo que le tocaría).
— El nombre de las letras.
Me gusta más una hache intercalada que una a monda y lironda.
— Los nombres comerciales.
Vete a cenar a la Alma en Pena, que es una pizzería estupenda.
— Los nombres y apellidos de mujer cuando se les pone artículo.
La Adelaida que sale en la novela es una tipa, no la ciudad.
— Las siglas y los acrónimos cuya primera palabra desarrollada es femenina.
Soy socia de la ARPyC (Asociación Revitalicemos el Punto y Coma).

Y si la concordancia de género resulta singular, la dosis siguiente será para curar las faltas de concordancias en número, que eso sí que es plural.

La parte, el todo y su alrededor

Como casi nada es absoluto, a menudo se habla y se escribe sobre la mayoría de los tardígrados, sobre buena parte de los filisteos, sobre una selección de mis cazuelas de barro o sobre un montón de los tapones de corcho usados por la industria vitivinícola.

Lo que tienen en común esas expresiones (para los enteradillos, construcciones partitivas) es que se refieren a una parte (un merónimo) de un todo (el holónimo del merónimo) y que tienen esta estructura:
>>>>>  cuantificador + preposición + determinante + nombre del conjunto  <<<<<

O sea que para construirlas bien basta con el nivel de sintaxis de un estudiante de español A1 natural de Papúa Nueva Guinea. Sin embargo, hay una trampa en la que es habitual caer y un charco en el que más de un escribano se queda con los pies mojados y preguntándose cómo ha podido meterse ahí.

El charco es este:
♦ La mayoría de los tontos no se dan cuenta nunca de que lo son.
♦ La mayoría de los tontos no se da cuenta nunca de que lo es.

Sí, las dos son correctas. Es decir, hay dos formas de concordar el verbo y lo que lo sigue con el sujeto: bien por el sentido con los tontos (dan, son), bien por la gramática con la mayoría (da, es). Lo que no queda tan elegante es no acabar de decidirse:
La mayoría de los tontos no se da cuenta nunca de que lo son.

La idea subyacente es que por mucho que la mayoría sea gramaticalmente singular, la mayoría de los tontos señala a más de una persona y el sentido de la oración pide que el verbo esté en plural. No obstante, se recomienda que si en la oración no está el nombre del conjunto (lo que va en plural) se concuerde en singular; así:
El grueso de los romanos salían a la batalla sin depilar. La mayoría tenía las piernas como columnas jónicas.
Aunque no es incorrecto dejarse arrastrar al plural por la imagen de miles de romanos:
La mayoría tenían las piernas como columnas jónicas.
Además hay un truco para que el plural del verbo no tenga un pero:
La mayoría de ellos tenían las piernas como columnas jónicas.

Y ahora la trampa. En esas estructuras se habla de una parte de un conjunto determinado: los romanos, los tontos, lo decápodos, los socios del bufete…
La mitad de vecinos no asistieron a la reunión de la comunidad, ¡vaya sorpresa!
La mitad de los vecinos no asistieron a la reunión de la comunidad, ¡vaya sorpresa!

Es muy fácil olvidarse de poner el determinante, pero tiene que ir por la naturaleza de la estructura. Claro que no tiene que ser necesariamente el artículo; cabe un adjetivo posesivo o uno demostrativo.
♦ Solo el 63 % de las canciones del verano son veraniegas. El 37 % de ellas son de entretiempo. 
♦ La mayoría de tus apariciones son una filfa —le dijo a aquel compañero fanfarrón e ignorante; aunque puede que lo pensara pero no llegara a pronunciarlo.
♦ La mitad de estas olas las provoca el tontolaba de la motito acuática —le dijo la espatarrada ofiura a la pizpireta medusa—. Ve y dale un viaje, anda.

Para que conste y no nos liemos: hay estructuras que se parecen mucho a las partitivas, pero no son iguales (por eso se llaman pseudopartitivas). La diferencia es, mira por dónde, que el conjunto del que se señala una parte no es determinado, así que no lleva determinante:
Tras los últimos recortes en sanidad, mogollón de ciudadanos se han encomendado a san Geroncio y entonan una ristra de jaculatorias, que son igual de efectivas que la homeopatía y el reiki juntos.

Pero si el conjunto es determinado, tiene que llevar determinante; una perogrullada, sí, pero voy a insistir:
◊ La mayoría de santos eremitas no lee revistas de moda.
♦ La mayoría de los santos eremitas no lee revistas de moda.
◊ El 17,23 % de toallas de playa tienen estampada una original sombrilla.
♦ El 17,23 % de las toallas de playa tienen estampada una original sombrilla.

Ya que estamos, es difícil ser más determinado que un porcentaje, así que le corresponde llevar un artículo fetén y no ese impostor un, que determina pero poco. ¿Verdad que no se habla de dos quinces por ciento ni de dos mayorías?; pues tampoco queda muy preciso escribir un quince por ciento o una mayoría.
Un 47,3 % de traductores no les ponen artículo determinado a los porcentajes. Una minoría de correctores no lo corrigen en una mayoría de ocasiones.
El 47,3 % de los traductores no les ponen/pone artículo determinado a los porcentajes. La minoría de los correctores no lo corrigen/corrige en la mayoría de las ocasiones.

Que quede claro que la mayoría de los ejemplos de este blog son fantasiosas ficciones.

 

Es pasiva refleja, no impersonal

Se puede decir que las pasivas reflejas son oraciones pasivas elegantes. Como definición gramatical no es muy ortodoxa, pero ayuda a entender que se prefieran a las pasivas de verdad. Por ejemplo:
Se esperaban novedades importantes sobre los villancicos y todo apuntaba a que se iban a prohibir. Eso se decía en los círculos próximos al poder. Desde que se habían trasladado habitantes de Saturno se padecía menos la contaminación acústica. Ellos, con su oído limpio y claro, todavía no sojuzgado por la internacional centrocomercialera, pensaban que así se revertirían los casos diagnosticados de navidaditis y se volvería a imponer el buen gusto musical en la muy decadente y embrutecida sociedad terrícola.

Haz la prueba: todas las oraciones del texto anterior se pueden transformar (pueden ser transformadas) en oraciones pasivas; tal que así:
Eran esperadas novedades importantes sobre los villancicos y todo apuntaba a que iban a ser prohibidos. Eso era dicho en los círculos próximos al poder. Desde que habían sido trasladados habitantes de Saturno la contaminación acústica era menos padecida. Ellos, con su oído limpio y claro, que todavía no había sido sojuzgado por la internacional centrocomercialera, pensaban que así serían revertidos los casos diagnosticados de navidaditis y volvería a ser impuesto el buen gusto musical en la decadente y embrutecida sociedad terrícola.

Está claro por qué se prefiere la pasiva refleja y no son preferidas las pasivas, ¿no?

La construcción de la pasiva refleja es muy sencilla; basta prestar atención a las características siguientes:

  • Siempre aparece la partícula se precediendo al verbo.
  • El verbo es transitivo y se conjuga en tercera persona.
  • Sujeto y verbo concuerdan en número. Eso es muy importante porque diferencia las oraciones pasivas reflejas de las impersonales (la siguiente dosis de atutía irá destinada a calmar la impersonalidad; la gramatical, claro).
  • El sujeto es sujeto paciente y suele ir detrás del verbo (también habrá una dosis de atutía dedicada al orden de los elementos en la oración).
  • Nunca aparece el sujeto agente, pero se puede recuperar o, al menos, imaginar.

Uno de los peligros sintácticos que acechan es querer que quede claro el sujeto agente; en ese caso no hay más que construir una oración activa corriente y moliente:
Ahora se bailan los villancicos en las fiestas por los jípsters del pueblo.
Ahora los jípsters del pueblo bailan los villancicos en sus fiestas.

Así que la pasiva refleja tiene una sintaxis de bajo riesgo. Bajo, sí, pero cuando caes te estozolas:
Se vende los dos discos de villancicos que poníamos todo el rato en el centro comercial otros años. Se regala seis zambombas bien afinadas.
Se venden los dos discos de villancicos que poníamos todo el rato en el centro comercial otros años. Se regalan seis zambombas bien afinadas.

Resulta que los dos discos de villancicos y seis zambombas son sujetos pacientes, pero sujetos al fin y al cabo, por lo que tienen que concordar en número con el verbo. Si los villancicos y las zambombas te producen sarpullidos con solo imaginarlos, recuerda un modelo muy sencillo: se alquilan pisos.

Fácil, sí, claro…, hasta que aparece una perífrasis verbal y ríete tú de la duda metódica: ¿se seguirá poniendo el belén cuando lleguen los saturninos?
En el almacén de los magos se está preparando como presentes fragmentos de meteorito, luz de supernova y polvo de estrellas.
En el almacén de los magos se están preparando como presentes fragmentos de meteorito, luz de supernova y polvo de estrellas.

Lo primero es localizar el sujeto. No hay muchos candidatos; tiene que ser fragmentos de meteorito, luz de supernova y polvo de estrellas, y eso son tres cosas, así que se necesita un verbo en plural; como preparando es gerundio, hay que poner ese están, así, conjugado en plural. Si el segundo verbo es un infinitivo, ocurre lo mismo:
Se veía venir que se iba a alquilar los anillos para ver la cabalgata desde la distancia.
Se veía venir que se iban a alquilar los anillos para ver la cabalgata desde la distancia.
El sujeto es plural —los anillos—, por lo que hay que poner en plural el único verbo en forma personal que hay en la oración —iban—.

Entonces por qué, si está tan claro, es común errar usando el verbo en singular: Pues porque en los ejemplos hay una perífrasis verbal, estructura que se confunde a menudo con la oración impersonal. La manera de comprobar si se trata de una perífrasis y, por tanto, el verbo debe concordar en número con el sujeto es poner la oración en pasiva. ¿A que a nadie se le ocurre decir se veía venir que los anillos iba a ser alquilados? No hay duda de que se veía venir que los anillos iban a ser alquilados.

Eso con una impersonal no se puede hacer, pero eso es otra dosis de atutía.

Esto es lo que es (relativos -1-)

Un pronombre relativo es una palabra que representa a un nombre que ya ha aparecido en el texto (o se entiende que lo ha hecho) y que, además, introduce una oración subordinada.
Esa licuadora, que hace un año que no usas, es un armatoste.

O sea, que un pronombre relativo es una anáfora. Lo que ya se ha dicho (esa licuadora) es el antecedente y forma la oración principal (Esa licuadora es un armatoste). El representante de la licuadora, el pronombre relativo (que), inicia la oración subordinada y conviene que no esté muy lejos de su representado para que no se pierda en el proceloso mar del texto.
El órgano más peculiar del aparato digestivo de los equinoideos es la linterna de Aristóteles, aquel filósofo amigo de Platón, el cual, a su vez, seguía a Sócrates, que al final se enfadó con él, y que también fue maestro de Alejandro, el Magno, no el que va al gimnasio con tu cuñado, el del concesionario de coches de lujo, que tiene cinco dientes de crecimiento continuo.

Vete a saber quién tiene cinco dientes de crecimiento continuo, cuándo vendió Alejandro Magno el concesionario de coches de segunda mano, con quién se enfadó Sócrates y si Platón iba al gimnasio; y todo porque un pronombre relativo (el que en negrita) está a varios renglones de distancia de su antecedente (El órgano más peculiar del aparato digestivo de los equinoideos).

Pronombres relativos hay los que hay y ninguno más: que (que puede ir precedido del artículo: el, la, lo, los, las), quien (y su plural, quienes), cuyo (y cuya, cuyos, cuyas), el cual (este y sus variantes van siempre con artículo: la cual, lo cual, los cuales, las cuales). Por supuesto, los que tienen flexión de género y de número tienen que concordar con el antecedente; y eso da precisión.
La estantería gris marengo y la butaca amarilla, los cuales a ti no te gustaban, quedan muy bien en la salita.
La estantería gris marengo y la butaca amarilla, las cuales a ti no te gustaban, quedan muy bien en la salita.
La estantería gris marengo y la butaca amarilla, la cual a ti no te gustaba, quedan muy bien en la salita.

La primera oración no es correcta. Las otras dos sí lo son, pero no dicen lo mismo. En la primera al interlocutor no le gustan ni la butaca ni la estantería, mientras que en la segunda no sabemos qué le parece la estantería, solo nos dice que la butaca amarilla no es de su gusto.

Ya que estamos, antes de tener que fundar la Asociación contra la Extinción de Cuyo, mira qué útil resulta ese pronombre relativo:
Ese geranio que sus hojas están amarilleando parece que va a morir.
Ese geranio del que sus hojas están amarilleando parece que va a morir.
Ese geranio cuyas hojas están amarilleando parece que va a morir.

En una frase de relativo (que es la que tiene un pronombre relativo) no siempre es necesario que el antecedente aparezca explícito ya que el cerebro va trabajando por su cuenta.
—Quería pedirte disculpas por lo que te dije el otro día.
—Bueno, es que la que te lie fue buena.
Los dos hablantes saben a qué se refieren, así que los pronombres relativos de esas frases tienen antecedente implícito.

Pero los antecedentes implícitos imponen algunas condiciones.
El cual venga detrás que arree. Y cuya vela aguanta es un palo fuerte.
El que venga detrás que arree / Quien venga detrás que arree. Y el que su vela aguanta es un palo fuerte.
Conclusión: el cual y cuyo (y los derivados de ambos) deben llevar siempre el antecedente explícito; pero que y quien, no lo necesitan. 

ADVERBIOS Y ADJETIVOS RELATIVOS

Hay un adjetivo y unos cuantos adverbios que pueden desempeñar la función de pronombre relativo, es decir, representar a algo que ya ha salido para no andar repitiendo, que queda muy feo y aburrido. Son cuanto (cuanta, cuantos, cuantas), donde (adonde, a donde), cuando y como.
La playa donde encontraste la holoturia está llena de sombrillas.
El erizo localiza las algas y devora cuantas encuentra a su paso.
Cuando sale la ofiura de caza, la estrella ya se lo ha zampado todo.
Me fascina la manera como se desplazan los equinodermos. 

De estos hay uno que da lugar a un sinfín de anacolutos. Ahí lo dejo, por si no tenéis nada en lo que pensar hasta que llegue la próxima dosis de atutía, que también servirá para tratar un error muy común al que da lugar el cual (y derivados). Y la misma dosis actuará de tratamiento preventivo del efecto de combinar un relativo con una coma.

Había una vez un verbo haber

No tengo nada en contra de que cambien las normas ortográficas, el significado de las palabras y las reglas gramaticales. Es más, me parece una suerte que las lenguas se transformen radicalmente; incluso que unas mueran y otras nazcan; no me quiero imaginar cómo serían las cosas si el Imperio romano hubiera tenido un Ministerius Politicae Lingüisticae.

Así que no opondré ninguna resistencia ni me quejaré si quien tenga autoridad para ello decide que el verbo haber deja de ser impersonal y se concuerda en número con lo que, llegado ese caso, sería su sujeto. Entonces, leeremos algo así:
mesangranlosojos2Han ocho planetas en el sistema solar. Habían nueve, pero el pobre Plutón se quedó en enano. Claro que, tal como van la materia cósmica y los asuntos interestelares, no sería de extrañar que puedan haber doce. Habrán astrólogos que lo esperen como agua de mayo y ya han habido algunos que lo han propuesto para darle un poco más de rollo a lo del horóscopo, en plan tu mes, tu planeta. Que los hayan es signo de su majadería.
La palabra astrólogos es correcta y está bien escrita; la he puesto en rojo porque lo del horóscopo… tela, ¿no?

¡Ah!, ¿que no cambiamos (de momento) la sintaxis de las oraciones impersonales? Pues entonces vamos a ver si recordamos que haber se conjuga siempre en singular. (Otras oraciones impersonales tendrán su propia dosis de atutía). Lo repetiré en voz alta: Con el significado de existir, el verbo HABER se conjuga SIEMPRE en SINGULAR. Nadie lo usa mal en presente; nadie dice han ocho planetas; en cambio, es muy frecuente caer en el plural en los otros tiempos y modos verbales.

Lo mejor del caso es que es más simple la norma que el error porque solo son siete formas: hay, hubo, había, habrá, habría, haya, hubiera/hubiese (sí, claro, más los compuestos); y quien se empeñe en conjugarlo en plural tiene que manejar catorce.
Hay ocho planetas en el sistema solar. Había nueve, pero el pobre Plutón se quedó en enano. Claro que, tal como van la materia cósmica y los asuntos interestelares, no sería de extrañar que pueda haber doce. Habrá astrólogos que lo esperen como agua de mayo y ya ha habido algunos que lo han propuesto para darle un poco más de rollo a lo del horóscopo, en plan tu mes, tu planeta. Que los haya es signo de su majadería.

Ya sabéis: si me queréis, conjugad bien el verbo haber y lanzadles un conjuro a quienes no lo hagan, que los hay (¿a que no funciona que los han?) como garrapatas en la chepa de un camello.

Ya que estamos con el verbo haber, una de esas frases hechas que el uso transforma:
Quien construya mal las frases impersonales tendrá que vérselas conmigo.

¿Qué es lo que verá? ¿Las mitocondrias? ¿Las uñas de los pies? Pues nada, porque la expresión es habérselas con alguien. Que sííí, que es habérselas, no vérselas. No se lo cree nadie cuando lo digo, como si fuera más lógico y lleno de sentido vérselas que habérselas. Como habrán habrá incrédulos, aquí lo dice el DLE[1].
Quien construya mal las frases impersonales tendrá que habérselas conmigo.

¿Que a qué alude ese –las? Quizá a las armas, o a las uñas, pero casi seguro que no a las mitocondrias, porque si bien cuando esa expresión estaba a la orden del día ya habían había células, no parece probable que se invocaran para amedrentar a un adversario.


[1] No obstante, como la forma vérselas con es tan frecuente, la recogen el Diccionario de uso del Español (María Moliner) y el Diccionario del español actual (Manuel Seco, Gabino Ramos y Olimpia Andrés).

Lengua y sexismo

Las personas tienen sexo y las palabras género; y ni las palabras tienen sexo ni las personas género.

¡Qué treinta jóvenes en bañador! Con esos pechos y esos culos no hace falta que tengan cerebro ni que hablen bien. 

La frase podría ser tildada de machista, sí… si no fuera porque está pronunciada al ver un desfile del concurso de Míster España; así que puede ser frívola y banal, pero machista, no. Sin embargo, es posible que sí haya algo de machismo en la cabeza del lector que en cuanto ha leído pechos y culo ha pensado en mujeres, es decir, en objetos sexuales.

Hay muchas personas que piensan que el lenguaje es sexista, más en concreto, que es machista. Pero es difícil entender que pueda tener ideología algo inmaterial, sin voluntad. No, el lenguaje no es machista; tampoco puede ser feminista, ni justo ni injusto, ni racista ni xenófobo, ni simpático ni maleducado. Las personas pueden ser todo eso y para serlo pueden usar el lenguaje.

Un argumento que suele usarse es que el hecho de establecer como género no marcado el masculino, es decir, usar el masculino para referirse a un conjunto en el que hay hombres y mujeres (o machos y hembras) va conformando un universo mental en el que los hombres son los protagonistas y las mujeres desaparecen. Hay un dato con el que cada cual podrá hacer lo que quiera. En la lengua árabe se establece una diferencia muy marcada entre masculino y femenino, hasta el punto de que la conjugación verbal tiene género (tú comes se conjuga distinto si come Fátima o si come Mohámmad); además, cuando el sustantivo designa plural de cosas no animadas (o sea, ni personas ni animales), todo lo que acompaña a ese sustantivo (adjetivo y verbo) va en femenino singular. Se podría deducir de esos rasgos del idioma que en el universo mental de los árabes lo femenino es preponderante y que las sociedades árabes son más igualitarias y justas que otras. Cada cual que saque sus conclusiones.

Es cierto que el uso de algunas palabras refleja una sociedad machista, aunque haya cambiado mucho. No es raro hablar de médicos y enfermeras, de secretarias y amas de casa, y, en cambio, de directores y ministros; pero la sociedad es como es y no será  decir los alumnos y las alumnas, los enfermeros y las enfermeras lo que la haga cambiar. Que hay más mujeres que hombres ejerciendo la enfermería, el secretariado y el magisterio es una realidad social, no lingüística; y que son más las madres que dejan el trabajo para cuidar a sus hijos que los padres que hacen eso mismo, también; y que en las parejas españolas es más frecuente que ella planche y él ponga estanterías que lo contrario, también.

Asimismo hay sustantivos que durante mucho tiempo han tenido significado distinto en masculino y en femenino: El alcalde era el que mandaba y la alcaldesa, la esposa del alcalde. Incluso el mismo adjetivo servía para ensalzar a unos y denigrar a otros: hombre público era el que tenía visibilidad por su importancia social mientras que mujer pública era un eufemismo de prostituta. Pero eso no justifica hablar de juezas, puesto que no hay juezos. Juez servía perfectamente para ambos sexos porque era una palabra sin flexión de género (epicena); y con el artículo —el juez y la juez— era suficiente para identificar el sexo. No obstante, se ha forzado la lengua y están aceptadas jueza, presidenta y otros femeninos inventados; no, miembra, todavía no, incluso las ministras son miembros del Gobierno. Tampoco hay indicios de que vaya a aceptarse persono, policío, motoristo o electricisto. La lengua la hablan personas, que viven en una sociedad; y ocurre (demasiado a menudo para mi gusto) que algunas personas y las sociedades son machistas. A ver si de verdad conseguimos dejar de ser sexistas y, si es posible, hablar y escribir bien.

La reflexión precedente la escribí para el libro Ortografía y gramática para Dummies, pero me ha vuelto a la cabeza y me reafirmo en ella por dos motivos. El primero es que acabo de corregir un libro sobre actitudes de los progenitores y la conducta de sus vástagos; apréciese ese progenitores y ese vástagos, imbuida como estoy de padres y madres, paternidad y maternidad, y otras expresiones tan inútiles e innecesarias como pesadas. El segundo motivo es que acaban de nombrar a la primera fiscal general de España, así que estamos de enhorabuena; y más que lo estaremos cuando no llame la atención que una mujer desempeñe un cargo elevado. Sí, es fiscala (DRAE mediante) y a ver cuánto tarda alguien en llamarla fiscala generala; de paso le pueden feminizar el nombre y el apellido: Consuela Madrigala, para que rime, digo.