Quien haya estudiado latín alguna vez se acordará de que uno de los casos de las declinaciones es el dativo. Por si no suena lo de rosa rosae, eso del dativo es (entre otras cosas) el complemento indirecto (CI); y para quien no tenga ni idea de qué hace el CI en una oración, es la parte de una oración que expresa a quién le pasa lo que dice el verbo o para quién va (el turrón duro le gusta a mi cuñada y el mazapán es para mi abuela); eso, en general y con poca precisión, pues no siempre es así (a menudo ese a quién es el complemento directo).
Pues bien, resulta que el CI es esquivo y contorsionista; puede aparecer en la oración aunque no sea imprescindible; otras veces no está y se le echa de menos para que el texto suene natural; y cuando parece que sobra, aporta expresividad.
Eso es justo lo que hace el dativo de interés: señala a quien resulta beneficiado o perjudicado por la acción; y, si bien el verbo no lo necesita, hay que ver lo redondas que quedan las frases si está.
—Mamá, que Rodrigo se me ha subido a las barbas —le dijo Alfonso a doña Sancha.
—Y a mí con el relente de León no se me seca la ropa —replicó ella desolada.
El beneficio o el daño hay que interpretarlos en sentido laxo porque seguro que doña Sancha no se quedaba sin camisetas si no se le secaba la colada. Más directo se ve el perjuicio cuando el dativo de interés se lo aplica Yúsuf ibn Tashufín a Alfonso.
—Alfonso se me ha subido a las barbas y me ha hecho un agujero en la línea de defensa de Aledo.
—No te quejes, Yúsuf; en Zalaca se te apareció la Virgen y le diste sopas con honda.
—Es que cuando se nos enciende la luz a los almorávides…
—Sin presumir, que a los ziríes y los aftasíes les robasteis las respectivas taifas.
Ese último les, además de ser dativo de interés, duplica el CI, lo cual casi siempre es posible y a veces, obligatorio, como explica otra dosis de atutía.
Por otra parte, que el dativo de interés sea un CI no exigido por el verbo no significa que no sea necesario. Sin él, queda claro que Alfonso es un gorrón:
—Se ha presentado Alfonso en Toledo; a mesa y mantel, ya verás —dijo al-Mamún.
Ahora bien, un dativo de interés da más información y aporta matices expresivos.
—Se me ha presentado Alfonso en Toledo; a mesa y mantel, ya verás —dijo al-Mamún.
El dativo de interés tiene una prolongación: el dativo ético, que señala el sujeto al que le afecta la acción, pero cuando esa afectación es menos material y más afectiva.
¡Qué mayor se está haciendo el niño! Le dejas unas tropas y asedia Zamora en un pispás. Ya se lo dijo a García: «No te vas a escapar; a Sevilla que vas».
Sin duda, doña Sancha está contenta de Alfonsito, pero la frase habría sugerido más orgullo materno así:
¡Qué mayor se me está haciendo el niño! Me le dejas unas tropas y asedia Zamora en un pispás. Ya se lo dijo a García: «No te nos vas a escapar; a Sevilla que te me vas».
Por cierto, ese dativo ético tuvo su momento mediático de gloria en un anuncio. Lo repitió mucha gente sin saber que estaba usando un aderezo gramatical tan elegante.
Además, el dativo ético tiene una variante: el dativo aspectual o concordado (este no tiene el nombre bonito, no), que concuerda en persona con el sujeto de la acción y sirve para requetenfatizar y dar intención.
No se conocía bien el percal y nos invitó. Nos bebimos hasta el agua de los floreros.
Y luego está el dativo simpatético, un invento del español al que asedian los posesivos calcados del inglés. Y mira que solo por el nombre ya vale la pena ese dativo: ¿¡o no es preferible un simpatético que un posesivo!? Vale, casi cualquier adjetivo suena mejor que posesivo; Y, sin embargo, eso es lo que hace este dativo: identifica el poseedor del sujeto de la oración. Ahí va el ejemplo:
Me tiemblan las piernas cada vez que tengo que dar una explicación gramatical.
A ver si no suena más natural eso que esto:
Mis piernas tiemblan cada vez que tengo que dar una explicación gramatical.
Desde luego doña Sancha le hablaba a Alfonso con dativos simpatéticos.
—Alfonso, el corazón de al-Muatamid se ha parado cuando ha visto que no vas a frenar a los almorávides.
—Madre, es que se había cariado mi muela y mi perro se comió mi espada y el corazón del caballo se paró y no llegué a tiempo de evitarle a él su exilio.
—Alfonso, a al-Muatamid se le ha parado el corazón cuando ha visto que no vas a frenar a los almorávides.
—Madre, es que se me había cariado una muela y el perro se me comió la espada y al caballo se le paró el corazón y no llegué a tiempo de evitármele el exilio.
Yo diría que el segundo y el tercero me son a la vez simpatéticos y de interés, que para unos simples pronombres es mucho ser. Pero vamos a lo importante: la gracia de esos dativos es que hacen que el texto suene natural y que esté mucho mejor que ese engendro lleno de posesivos que parece inglés aljamiado.
La utilidad del dativo simpatético es muy clara cuando se habla de partes del cuerpo, pero no es exclusiva y conviene estar atento a usarlo siempre que aligere el texto.
Se han muerto todos sus geranios y se ha escapado nuestro loro.
Se le han muerto todos los geranios y [a nosotros] se nos ha escapado el loro.
Incluso cuando no se expresa, en realidad, posesión.
Urraca, sube al jubón su bajo, que tu hermano Alfonso va hecho un adefesio.
Urraca, súbele el bajo al jubón, que tu hermano Alfonso me va hecho un adefesio.
Sí, el bajo es del jubón, pero no acaba de ser una posesión.
Así que poned dativos a discreción; mejor que sobren que no que falten.
Y, por si en este recorrido por los dativos con apellido no ha quedado claro, aquí va un aviso para laístas y loístas: los pronombres de tercera persona para escribir un dativo de interés fetén son los mismos que los del CI: le, les (nada de la, lo, las, los) y hay que concordarlos en número (singular, plural) con su antecedente.