Por petición popular masiva y reiterada (tres personas un par de veces; cada uno tiene su público), aquí va un tratamiento de atutía para curar los trastornos de la puntuación de los diálogos en narrativa.
La raya
El sistema más habitual para marcar los diálogos en narrativa es el que usa el signo raya, que no es el guion ni recibe ese nombre (ni siquiera guion largo); y no, no está en el teclado. Para ponerla hay varias opciones. La primera es buscar em dash en los símbolos e insertarlo; o, mejor aún, adjudicarle un atajo de teclado. También se puede usar una de las combinaciones siguientes: <AltGr ->, <Alt 0151> o <Alt 8212>. En Mac, me chiva el magnífico compositor y corrector de textos Fran Sánchez Mazo que se pone con <opción (alt) mayúsculas guion> o con insertar carácter especial em dash. Y para saber mucho sobre la raya y cómo convertir guiones en rayas, nada mejor que acudir al estupendo blog de la gran hacedora de libros Mariana Eguaras. Aparte de toda esa sabiduría, para darle apariencia de bien compuesto a un texto en Word, es útil el signo horizontal bar, que se pone con <Alt 8213>, ya que no se separa de la letra a la que vaya pegada.
Y ahora que ya sabemos poner la raya, solo hay que tener claro dónde colocarla. No puede ser más fácil:
• Al empezar una intervención en estilo directo (cuando habla un personaje).
• Dentro de las intervenciones, al principio de cada acotación del narrador.
• Al final de cada acotación si la intervención sigue.
Sí, muy fácil, pero, además de las rayas, están las comas, el punto final, la interrogación y las mayúsculas para amargarle la vida al inventor de historias más imaginativo, al traductor que mejor amaestre las palabras y al corrector con el boli rojo más afilado. Veamos, pues, caso por caso cómo evitar que sangren los ojos.
Habla uno, habla otro
Interviene el narrador con verbo de habla
Puede ocurrir que el narrador quiera contarle al lector quién acaba de expresarse. ¡Hala!, una raya más, pero solo una: la que marca el inicio de la acotación del narrador.
—Hartita me tienes —le advirtió Petronila a Jerónimo.
—Pues no me parece para tanto —le contestó él.
Dos son los detalles cuando la explicación del narrador contiene un verbo de habla: el primero, que el punto final de la frase que dice el personaje se desplaza al final de la acotación del narrador; el segundo, que la acotación empieza en minúscula. El narrador siente a menudo la necesidad de describir cómo es ese acto de habla (aunque sea obvio), así que la lista de verbos de habla es larga: decir, murmurar, afirmar, gritar, recriminar, replicar, interrogar, apostillar, implorar, repetir, admitir, responder, objetar…
Interviene el narrador sin verbo de habla
Si en la acotación del narrador no hay verbo de habla, tal vez tenga más interés lo que cuenta y, desde luego, modifica la puntuación. ¡Ah! y empieza con mayúscula.
—Hartita me tienes. —Ni siquiera lo miró.
—Pues no me parece para tanto. —Él regaba las mustias petunias.
El narrador interrumpe a un personaje
A veces al narrador se le ocurre interrumpir al personaje y luego dejarle seguir (preguntas para escritores: ¿por qué?, ¿aporta algo?, ¿molesta al lector?). Puede interrumpir con un verbo de habla porque, definitivamente, piensa que el lector es corto de entendederas; entonces, que la intervención se retome con mayúscula o con minúscula dependerá de la puntuación.
—Yo sí tengo motivos para estar harto —le advirtió—. Hasta aquí hemos llegado.
—¡Uy! —exclamó ella—, el discursito de costumbre.
Si la interrupción no tiene verbo de habla, hay que atender a la sintaxis (y, por tanto, a la puntuación) del texto que dice el personaje.
—Estoy hasta la coronilla. —Contemplaba las petunias—. No para de llover.
—Entonces no es tan grave —ni siquiera lo miraba— que no haya regado.
Cabe decir que en la primera intervención algunos autores de manuales de estilo ponen el punto antes de la raya de cierre de la intervención (entre petunias y la raya).
Por otra parte, la segunda intervención se podía haber resuelto de otras dos maneras:
♦ —Entonces no es tan grave —dijo sin ni siquiera mirarlo— que no haya regado.
♦ —Entonces no es tan grave que no haya regado —dijo sin ni siquiera mirarlo.
El narrador quizá se empeñe en anunciar que el personaje va a seguir hablando y eso hará que aparezca el signo de dos puntos.
♦ —Me voy —anunció. Sin esperar respuesta, gritó—: ¡Quédate las petunias!
♦ —Me voy —anunció y, sin esperar respuesta, gritó—: ¡Quédate las petunias!
En la primera de esas dos soluciones, algunos libros de estilo tienen el criterio (menos seguido) de que los dos puntos deben ir antes de la raya.
A veces el narrador anuncia que el personaje va a seguir hablando sin decirlo del todo; se hace el interesante y no pone verbo de habla, pero el verbo está por ahí, así que los dos puntos también deben aparecer.
—Peludín tiene hambre —anunció él—, que no te fijas en nada. —Y sin intención de dar tregua—: No podemos seguir así, hace tiempo que no te fijas en el gato.
Una particularidad de la narrativa es que, por lo general, las intervenciones de los personajes son cortas. No obstante, a algunos autores se les ocurre que su personaje se largue una intervención extensa y que, en su transcurso, algo requiera un cambio de párrafo. Para eso están las comillas de seguir, que son las de cierre latinas.
—Hice el esfuerzo de ir a buscar esa planta que tanto te gusta. No sé si sabes que el vivero está en casa Dios y que tuve que coger tres autobuses para llegar. No, claro, ¡qué vas a saber!
»La tabla de planchar no la toques. A mí me gusta que esté en medio del comedor y me da lo mismo si te tropiezas cada vez que entras.
¡Ojo!, que las comillas de seguir no sirven si sigue hablando un personaje tras la intervención del narrador. Eso tiene otra solución.
—¡Has ahogado los cactus! —gritó antes de encararse con ella.
»Es que no piensas antes de regar las plantas.
—¡Has ahogado los cactus! —gritó antes de encararse con ella—. Es que no piensas antes de regar las plantas.
Un personaje narra un diálogo
¿Te suenan esas conversaciones en las que alguien cuenta una conversación y lo hace en estilo directo? Pocos diálogos más naturales («y la charla fue así…», «y entonces me contestó…»). Sin embargo, ¡qué pocas veces se ve en una novela! Y la ortotipografía viene en ayuda del escritor para que pueda reflejarlo.
—El perro se ha largado. Ha hecho lo mismo que aquella vez que tus padres se enzarzaron en una discusión —le recordó Petronila.
[Ahora Petronila va a contar un diálogo que presenció].
»—No vuelvas a decirme que me calle —dijo tu madre.
»—Es que no parabas y estaba todo el mundo aburrido —se justificó tu padre.
»Aquella conversación me mostró lo mucho que te pareces a tu padre ―remató Petronila mientras a Jerónimo se lo comía la ira.
—Sí, ya sé que me quedaré calvo y no tardaré mucho ―dijo, imprudente, Jerónimo, a quien le costaba entender los subtextos.
Los personajes no dicen todo lo que piensan
Para esas ocasiones están las comillas, ahora con apertura y cierre.
—Lo que pasa es que no tienes paciencia.
Los dos pensaron lo mismo: «Esto no va a acabar bien». Ella no dijo ni mu; él fue capaz de verbalizarlo:
—No sé si va a tener remedio lo nuestro, por si no lo sabías.
Ella se acordó de su madre. «Fíate de la Virgen —decía— y no corras».
Avisos varios
A veces los diálogos no se marcan con rayas, sino con comillas. Es más frecuente en otros idiomas, pero en español también se da, por ejemplo, en La saga/fuga de J. B., de Gonzalo Torrente Ballester.
Como las comillas en la narrativa ya tienen algunos usos claros, hay que buscar otro recurso para la ironía, el énfasis y el metalenguaje: nada como una cursiva.
Hans oía ruidos.
—No veo el momento de que se aburra de estudiar trompeta —le dijo a su mujer, que pensó: «Yo lo prefiero a oírte a ti».
Y, como la raya ya hace un montón de cosas en narrativa, mejor no atribuirle, además, la función parentética (tan anglófila, por otra parte). ¿Quieres hacer un paréntesis? Pues usa el paréntesis (o comas si el inciso no se aparta mucho del texto).
Quizá el narrador aproveche que tiene voz para describir lo que hace el personaje al tiempo que habla. Nada como un gerundio de simultaneidad (el de Jero); eso sí, con su coma para que no sea un CC de modo (el de Petro).
—Voy a estrenar las zapas que me compré justo antes de que apareciera el puto virus —anunció Jero, calzándose unas Quechua que aún tenían el precio.
—¿Zapas nuevas para una caminata de cuatro horas? ―preguntó Petro enfatizando la cantidad de horas.
Para resumir: ¿tienes una historia? Vale, cuéntanosla, pero puntúala bien y, sobre todo, piensa si el narrador puede estarse callado la mitad de las veces que lo haces hablar. Y, si quieres que tu texto quede lo mejor posible, nada como contratar un corrector profesional; los diálogos se pueden complicar mucho.
—¡Amanciaaa! —grité, oteando por encima de la superficie del agua. Las últimas letras resonaron en el aire y se oyó: «Aaa». Volví a gritar aún con más fuerza, como si llamara a la última persona viva del mundo―: Amanciaaa… Amanci… aaa. ―Pero en mi cabeza había otras palabras: «Que no esté muerta, que no esté muerta». Entonces, mirando al cielo, imploré en voz alta―: Ya sé que sin ella no se altera el equilibro del ecosistema, pero en esta charca hay pocas ranas y me hace mucha compañía.
—Croac. Croac. Croac ―se oyó; tres veces, cada una contundente y separada de la otra. ¿Era un grito de socorro? No, porque luego siguió―: Croac, croac, croac. ―Recordaba que esa secuencia respondía a ciertas ganas de jugar.
—Croac, Amancia, croac ―canturreé intentando imitar su voz―. Vuelve, que te prepararé el mejor sitio entre las carófitas ―dije, ahuecando los tallitos de Chara que poblaban tupidos la charca y tanto le gustaban a Amancia para tomar el sol del mediodía.
¿Que las ranas no son personajes de un texto narrativo? ¿Que ningún diálogo se complica tanto? Hola, bienvenidos a mi mundo ortotipográfico y al de la imaginación de la gente que tiene ganas de contar una historia.