Tu amigo el dativo

Quien haya estudiado latín alguna vez se acordará de que uno de los casos de las declinaciones es el dativo. Por si no suena lo de rosa rosae, eso del dativo es (entre otras cosas) el complemento indirecto (CI); y para quien no tenga ni idea de qué hace el CI en una oración, es la parte de una oración que expresa a quién le pasa lo que dice el verbo o para quién va (el turrón duro le gusta a mi cuñada y el mazapán es para mi abuela); eso, en general y con poca precisión, pues no siempre es así (a  menudo ese a quién es el complemento directo).

Pues bien, resulta que el CI es esquivo y contorsionista; puede aparecer en la oración aunque no sea imprescindible; otras veces no está y se le echa de menos para que el texto suene natural; y cuando parece que sobra, aporta expresividad.

Eso es justo lo que hace el dativo de interés: señala a quien resulta beneficiado o perjudicado por la acción; y, si bien el verbo no lo necesita, hay que ver lo redondas que quedan las frases si está.
—Mamá, que Rodrigo se me ha subido a las barbas —le dijo Alfonso a doña Sancha.
—Y a mí con el relente de León no se me seca la ropa —replicó ella desolada.

El beneficio o el daño hay que interpretarlos en sentido laxo porque seguro que doña Sancha no se quedaba sin camisetas si no se le secaba la colada. Más directo se ve el perjuicio cuando el dativo de interés se lo aplica Yúsuf ibn Tashufín a Alfonso.
—Alfonso se me ha subido a las barbas y me ha hecho un agujero en la línea de defensa de Aledo.
—No te quejes, Yúsuf; en Zalaca se te apareció la Virgen y le diste sopas con honda.
—Es que cuando se nos enciende la luz a los almorávides…
—Sin presumir, que a los ziríes y los aftasíes les robasteis las respectivas taifas.
Ese último les, además de ser dativo de interés, duplica el CI, lo cual casi siempre es posible y a veces, obligatorio, como explica otra dosis de atutía.

Por otra parte, que el dativo de interés sea un CI no exigido por el verbo no significa que no sea necesario. Sin él, queda claro que Alfonso es un gorrón:
—Se ha presentado Alfonso en Toledo; a mesa y mantel, ya verás —dijo al-Mamún.
Ahora bien, un dativo de interés da más información y aporta matices expresivos.
—Se me ha presentado Alfonso en Toledo; a mesa y mantel, ya verás —dijo al-Mamún.

El dativo de interés tiene una prolongación: el dativo ético, que señala el sujeto al que le afecta la acción, pero cuando esa afectación es menos material y más afectiva.
¡Qué mayor se está haciendo el niño! Le dejas unas tropas y asedia Zamora en un pispás. Ya se lo dijo a García: «No te vas a escapar; a Sevilla que vas».

Sin duda, doña Sancha está contenta de Alfonsito, pero la frase habría sugerido más orgullo materno así:
¡Qué mayor se me está haciendo el niño! Me le dejas unas tropas y asedia Zamora en un pispás. Ya se lo dijo a García: «No te nos vas a escapar; a Sevilla que te me vas».

Por cierto, ese dativo ético tuvo su momento mediático de gloria en un anuncio. Lo repitió mucha gente sin saber que estaba usando un aderezo gramatical tan elegante.

Además, el dativo ético tiene una variante: el dativo aspectual o concordado (este no tiene el nombre bonito, no), que concuerda en persona con el sujeto de la acción y sirve para requetenfatizar y dar intención.
No se conocía bien el percal y nos invitó. Nos bebimos hasta el agua de los floreros.

Y luego está el dativo simpatético, un invento del español al que asedian los posesivos calcados del inglés. Y mira que solo por el nombre ya vale la pena ese dativo: ¿¡o no es preferible un simpatético que un posesivo!? Vale, casi cualquier adjetivo suena mejor que posesivo; Y, sin embargo, eso es lo que hace este dativo: identifica el poseedor del sujeto de la oración. Ahí va el ejemplo:
Me tiemblan las piernas cada vez que tengo que dar una explicación gramatical.
A ver si no suena más natural eso que esto:
Mis piernas tiemblan cada vez que tengo que dar una explicación gramatical.

Desde luego doña Sancha le hablaba a Alfonso con dativos simpatéticos.
—Alfonso, el corazón de al-Muatamid se ha parado cuando ha visto que no vas a frenar a los almorávides.
—Madre, es que se había cariado mi muela y mi perro se comió mi espada y el corazón del caballo se paró y no llegué a tiempo de evitarle a él su exilio.
—Alfonso, a al-Muatamid se le ha parado el corazón cuando ha visto que no vas a frenar a los almorávides.

—Madre, es que se me había cariado una muela y el perro se me comió la espada y al caballo se le paró el corazón y no llegué a tiempo de evitármele el exilio.

Yo diría que el segundo y el tercero me son a la vez simpatéticos y de interés, que para unos simples pronombres es mucho ser. Pero vamos a lo importante: la gracia de esos dativos es que hacen que el texto suene natural y que esté mucho mejor que ese engendro lleno de posesivos que parece inglés aljamiado.

La utilidad del dativo simpatético es muy clara cuando se habla de partes del cuerpo, pero no es exclusiva y conviene estar atento a usarlo siempre que aligere el texto.
Se han muerto todos sus geranios y se ha escapado nuestro loro.
Se le han muerto todos los geranios y [a nosotros] se nos ha escapado el loro.

Incluso cuando no se expresa, en realidad, posesión.
Urraca, sube al jubón su bajo, que tu hermano Alfonso va hecho un adefesio.
Urraca, súbele el bajo al jubón, que tu hermano Alfonso me va hecho un adefesio.
Sí, el bajo es del jubón, pero no acaba de ser una posesión.

Así que poned dativos a discreción; mejor que sobren que no que falten.

Y, por si en este recorrido por los dativos con apellido no ha quedado claro, aquí va un aviso para laístas y loístas: los pronombres de tercera persona para escribir un dativo de interés fetén son los mismos que los del CI: le, les (nada de la, lo, las, los) y hay que concordarlos en número (singular, plural) con su antecedente.

Pronombres andarines

En español hay palabras que viajan de un lado a otro de la oración sin problema ni de sintaxis ni de comprensión. Por ejemplo, los pronombres que hacen de complemento directo o indirecto tienen una gran libertad de movimientos; grande, sí, pero de ahí a largarse de parranda…
Vanesita díjole a su mamá que no obligárala a se comer los macarrones, que rodaballo mejor. La opinión del pobre rodaballo no conócese; sus sentimientos menosprecian los.

No hace falta un curso de sintaxis para recomponer ese texto con los pronombres en su sitio (cierto, algunos están en su sitio… pero varios siglos atrás, con permiso de los asturianos).
Vanesita le dijo a su mamá que no la obligara a comerse los macarrones, que rodaballo mejor. La opinión del pobre rodaballo no se conoce; sus sentimientos los menosprecian.

Y tristemente famoso es aquel se sienten, ¡coño!, que, salvo que se quiera indicar una variante local de habla propia de ciertas áreas o condiciones (más cerca del cachirulo que del tricornio), debería ser siéntense, ¡coño!

En cambio, para indicar lo contrario, el pronombre va en otra posición.
No siéntense.
No se sienten.  

También produce extrañeza, incluso en un acto de habla muy informal, algo así:
Al se la beber, se le atragantó la horchata y no veas la que montamos en la heladería.
Al bebérsela, se le atragantó la horchata y no veas la que montamos en la heladería.

Sin embargo, otros bailes de pronombres no sobresaltan ni los ojos ni los oídos.
♦ Le tengo que hacer el rodaballo a la niña, nada de macarrones, que me puede montar un pollo si se los vuelvo a poner.
♦ Tengo que hacerle el rodaballo a la niña, nada de macarrones, que puede montarme un pollo si vuelvo a ponérselos.

Aunque algunas danzas exigen demasiadas contorsiones de las ternillas de la lengua.
Pensaba pasar a os explicar esas contorsiones y quería os las empezar a detallar.
♦ Pensaba pasaros a explicar esas contorsiones y os las quería empezar a detallar.
♦ Os pensaba pasar a explicar esas contorsiones y quería empezároslas a detallar.
♦ Pensaba pasar a explicaros esas contorsiones y quería empezar a detallároslas.

De los ejemplos precedentes, el primero le chirriará a cualquiera y, desde luego, no lo escribiría nadie. Sin embargo, estructuras como las de los ejemplos segundo y tercero no les producirán extrañeza a la mayoría de los hablantes y lectores. Ahora bien, quizá pierdan fuste al compararlas con la cuarta forma de expresar lo mismo. La razón es que en la última los pronombres van con el verbo que les corresponde.

El verbo pensar no tiene en esa oración complemento indirecto, tampoco el verbo pasar, pero sí el verbo explicar; por eso el lugar óptimo del pronombre os es detrás de este y unido a él: explicaros; lo mismo ocurre con detallároslas.  Lo que ocurre es que así se forman palabras largas y un poco trabalenguas, de manera que en el habla se tiende a trocearlas y mover los pronombres (y eso es una pista para darle rasgos de oralidad a un texto o quitárselo cuando no le convienen tales rasgos).

Aquí, sin embargo…
Ni rastro de rodaballo en la pescadería. Me lo toca pescar.
Ni rastro del rodaballo en la pescadería. Me toca pescarlo.

Un pronombre que cuesta mantener quieto es el de los verbos pronominales (me escaqueo del asunto del rodaballo) y se mueve mejor que cuando es complemento (me toca = tocar a mí ≠ tocarme). Además, por lo general, el pronombre del verbo subordinado (cocinarlo) puede ir al principal, pero no al revés.
No me quiero escaquear; toca pescármelo. Lo quiero cocinar. 
No quiero escaquearme; me toca pescarlo. Quiero cocinarlo. 

 Por otra parte, mover el pronombre puede cambiar el significado.
♦ Te voy a hacer unas preguntas que ayudarán a comprenderte.
♦ Voy a hacerte unas preguntas que te ayudarán a comprender.
♦ Voy a hacerte unas preguntas que te ayudarán a comprenderte.

A veces entiendes el texto, pero tienes que echar un rato pensándolo. Eso ocurre con algunas perífrasis verbales y está explicado en su sitio, pero aquí va un repasito:
Se fue contemplando que el rodaballo no se prestara a los fines de la familia.
¿Hay alguien que abandona un lugar, pensando en sus cuitas con el rodaballo? ¡Nooo!
Se contemplaba que el rodaballo no se prestara a los fines de la familia.

Y es que en español ir e irse tienen diferente significado y, además, irse no forma perífrasis verbales, pero ir, sí y, en ese caso, no indica desplazamiento, sino que algo va a empezar. Las lenguas —sus hablantes— tienden a economizar recursos, así que usan las mismas piezas para varios significados y funciones; eso no obstaculiza la comunicación, pero sí las explicaciones gramaticales.

Y, una vez más, el registro oral, sobre todo en algunos contextos, es bastante libre…
♦ Mari, Mari, ¡no vas a creértelo! Esos zapatos vas a poder ponértelos para la boda.
♦ Mari, Mari, ¡no te lo vas a creer! Esos zapatos te los vas a poder poner para la boda.
♦ Mari, Mari, ¡no te lo vas a creer! Esos zapatos vas a podértelos poner para la boda.

Pero nada de ¡no vas a te lo creer! ni de ¡no vástelo a creer!

También conviene observar cuál de los dos verbos que van seguidos es impersonal, ya que en algunas posiciones el pronombre se queda raro:
No puede entrarse en la pescadería porque está todo el pescado vendido.
No se puede entrar en la pescadería porque está todo el pescado vendido.

En noviembre empezaba a pensarse en el besugo navideño.
En noviembre se empezaba a pensar ya en el besugo navideño.                                     

Y otras veces no hay quien lo mueva de su sitio.
Si los pulpitos han dejado convivirse con su caldo tres horas, quedarán duros.
Si los pulpitos se han dejado convivir con su caldo tres horas, quedarán duros.

Y para tardes de tedio, nada como hacer que los pronombres bailen por el texto a ver qué efecto expresivo se consigue, porque yo…
… no lo sé explicaros mejor.
… no os sé explicarlo mejor.
… no os lo sé explicar mejor.
… no sé explicároslo mejor.

Verbos con recovecos

Vamos a resolver de entrada el asunto de entendernos: una perífrasis verbal es una unidad formada por dos verbos, uno de los cuales dice qué se hace y el otro cuenta cómo se hace (la clasificación de las perífrasis en función de lo que dicen está muy bien presentada con ejemplos en la Wikilengua); por ejemplo:
Alodia viene observando que Nunilo descuida las tareas domésticas. Nunilo, que lleva fregado mucho en ese castillo, se echa a llorar y, pasado el primer sofoco, se propone sugerirle que tengan servicio, como todos los condes.

Alodia observa desde hace tiempo pero no viene de ningún sitio. Por su parte, Nunilo ha fregado muchas veces el castillo pero no carga con nada. Y no se pone una colonia que se llama a llorar, sino que da comienzo a la acción de verter lágrimas. Además, se propone sugerirle algo, tal cual: proponerse y sugerirle; como el primer verbo no hace una pirueta, no es una perífrasis. Pues ya está, vistas tres perífrasis verbales y, a poco que nos fijemos, de ellas podemos sacar tres conclusiones.

1) Hay un verbo conjugado en forma personal y otro que va en forma no personal (invariable, por tanto). Como viene siendo costumbre en español, el verbo tiene que concordar en número y persona con el sujeto. Eso si naces angloparlante te lo ahorras, pero a cambio tienes un spelling que tela.
♦ Alodia viene observando… / Yo vengo observando…
♦ Nunilo lleva fregado… / Las limpiadoras llevan fregado…
♦ Él se echa a llorar… /Nosotros nos echamos a llorar…

En [Nunilo] se propone sugerirle… también se cumple, así que podría ser una perífrasis verbal si no fuera por la segunda conclusión.

2) El verbo conjugado no significa lo que significa cuando va por su cuenta; resulta que es el verbo auxiliar.
Alodia viene observando a Nunilo. / Alodia viene de la fuente con el cántaro roto.

La primera oración dice que la buena de Alodia hace tiempo que observa a Nunilo, pero nada indica que se desplace. En cambio, en la segunda oración dice que ha ido a por agua y allí se le ha roto el cántaro; y de eso nos damos cuenta cuando se traslada desde allí hasta aquí, o sea, cuando viene.

Sin embargo en [Él] se propone sugerirle que tengan servicio el verbo proponer(se) significa exactamente ‘proponer(se)’; así que eso no es una perífrasis. Como seguro que alguien está en un sinvivir por saber qué es, lo diré ya: es una oración compuesta en la que [Él] se propone es la oración principal; por su parte, sugerirle que tengan servicio es la oración subordinada y le hace de complemento directo a la principal. (A su vez, esa subordinada también es compuesta y tiene una principal y una subordinada en función de complemento directo. Menuda tarde de diversión se puede pasar jugando a poner una subordinada dentro de otra hasta formar una frase de cinco o seis líneas; claro que si eres abogado, tienes las de ganar).

3) El segundo verbo puede estar en una de las tres formas no personales del verbo: infinitivo, participio o gerundio. Es el principal y, por cierto, entre él y el auxiliar puede haber algo aunque no tiene por qué haberlo.

¿Que para qué sirve distinguir una perífrasis verbal de una oración compuesta? Pues para saber cosas, que no está mal. ¡Ah!, y para escribir con más precisión y elegancia, porque resulta que no reconocer bien la naturaleza y la estructura de las perífrasis verbales lleva a un anacoluto y a un horrorismo.

HAY QUE CONCORDAR LOS VERBOS
Para detectar el anacoluto hay que acordarse de la conclusión 1 al componer una perífrasis en pasiva refleja, porque, como se explica en otra dosis de atutía, la pasiva refleja tiene un sujeto, paciente, pero sujeto, que tiene que concordar en número con el verbo. Como en la perífrasis el verbo que cambia de forma es el auxiliar, el peligro es no concordarlo con el sujeto.
Se sigue alquilando las caballerizas de Alodia. Ideal parejas, dicen; de caballo y yegua, claro.
Se siguen alquilando las caballerizas de Alodia. Ideal parejas, dicen; de caballo y yegua, claro.  

Si se necesita el truco, se convierte en pasiva y enseguida se detecta la falta de concordancia:
♦ Se debe analizar las causas de la escasa competitividad de Nunilo en los torneos.
♦ Debe ser analizada las causas de la escasa competitividad de Nunilo en los torneos.

Se deben analizar las causas de la escasa competitividad de Nunilo en los torneos.

LOS PRONOMBRES EN SU SITIO
El horrorismo en el que se puede caer tiene que ver con la posición de los pronombres y admite grados: desde casi-no-es-horrorismo hasta cómo-he-podido-escribir-eso. Además, hay que decir que la lengua hablada ofrece mucho más margen que un texto escrito, incluso en la interpretación de un texto ambiguo.
A mí me sigue sin gustar el pavo de Nunilo.

¿Significa eso que Nunilo me sigue y no me gusta (ni Nunilo ni que me siga)? Pues no y seguro que muchos hablantes entienden que significa algo así:
A mí sigue sin gustarme el pavo de Nunilo.

Si la perífrasis fuera de gerundio se produciría menos ambigüedad, pero el pronombre seguiría teniendo un lugar más adecuado que otro:
A mí me sigue gustando más el apuesto Elpidio que el pavo de Nunilo.
A mí sigue gustándome más el apuesto Elpidio que el pavo de Nunilo.

La primera oración no da ningún problema de comunicación y no es incorrecta; no obstante, entra en la categoría (de dudoso rigor lingüístico pero muy útil a la hora de redactar o corregir textos) de poco elegante. Y como cuesta lo mismo, mejor escribir la segunda para respetar que ahí el verbo pronominal es gustar y no seguir.

Dos perífrasis que pueden ser ambiguas según dónde se ponga el pronombre son volver a + infinitivo e ir a + infinitivo. Imaginemos que Nunilo, harto de los reproches de Alodia, le dice:
Me vuelvo a encontrar mis fantasmas.
—Pues que te vaya bien con tu vuelta a la choza: menos que fregar, pero ya te digo que vas a perder mazo de ringorrango —le contesta Alodia con gesto displicente.
—¡Qué más quisieras tú que que me fuera! Lo que digo es que Sabanito anda otra vez por aquí y cada dos por tres me lo encuentro en el pasillo —le aclara el pavo de Nunilo—. Pero no me voy a rendir.
—¿Que no te vas a dónde? ¿Han abierto otro bar y se llama Rendir?
—Que digo que esta vez insistiré hasta que confiese de qué siglo es.
—Pues a ver si dices bien las cosas: Vuelves a encontrarte tus fantasmas por los pasillos y no vas a rendirte, que ni para poner los clíticos en su sitio sirves —sentencia Alodia, que está hasta el colodrillo de la sintaxis de Nunilo.

Lo mismo ocurre con la partícula se cuando se construye la perífrasis en forma impersonal.
Llegará a celebrarse una fiesta de bienvenida para Sabanito y empezará a construirse una gran bola de discoteca que el pobre arrastra desde hace varios siglos a ver si así se le acaba cambiando el carácter.
Se llegará a celebrar una fiesta de bienvenida para Sabanito y se empezará a construir una gran bola de discoteca que el pobre arrastra desde hace varios siglos a ver si así acaba cambiándosele el carácter.

Las dos primeras suenan bastante mal con el se fuera de su sitio; en cambio, cuesta decirla con él en su sitio. Cuesta porque van sumándose clíticos al verbo y se hace largo, sobre todo hablando; por eso en el texto oral resulta bastante natural colocar los pronombres o la partícula de impersonalidad allí donde produzcan palabras más cortas (más fáciles de pronunciar). Y es que no se puede partir (mejor que no puede partirse) de una visión monolítica de la cuestión.
Me lo tengo que pensar si voy a la fiesta de Sabanito o no porque lo llevo esperando toda la eternidad. Resulta que soy su prima y se lo tengo que decir. Se lo iba a contar ayer pero estaba por allí Sisebuto y me lo puse a considerar como confidente. No le puedo hablar como si me entendiera: «Sisebuto, esto; Sisebuto, lo otro» y él venga a ladrar, que no puede aguantarse ya tanta incomprensión.
Tengo que pensármelo, si voy a la fiesta de Sabanito o no, porque llevo esperándolo toda la eternidad. Resulta que soy su prima y tengo que decírselo. Iba a contárselo ayer pero estaba por allí Sisebuto y me puse a considerarlo como confidente. No puedo hablarle como si me entendiera: «Sisebuto, esto; Sisebuto, lo otro» y él venga a ladrar, que no se puede aguantar ya tanta incomprensión.

No es que los clíticos y el se vayan atornillados pero, si los hay que poner hay que ponerlos por escrito, mejor pensar dónde quedan más elegantes y sin ambigüedades.

Esto es lo que era (relativos -y 2-)

Al final de la anterior dosis de atutía quedaban sobrevolando unos trastornos relacionados con el uso de los pronombres relativos. Si alguien creía que no hay manera de meter la pata con los relativos, aquí empieza la diversión.

EL RELATIVO donde NECESITA UN ANTECEDENTE DE LUGAR

El uso de donde como relativo da lugar a horrorismos tan frecuentes como inexplicables, así que insistiremos: el relativo donde necesita un antecedente de lugar; por tanto no sirve cuando el antecedente es temporal; ahí va bien un cuando:
La tía Perfecta cenaba crema de zapallo los jueves, donde iba a verla su sobrino.
La tía Perfecta cenaba crema de zapallo los jueves, cuando iba a verla su sobrino.

Además de ese cuando, siempre funciona un relativo general formado con que o cual:
¡Qué pena de época!, donde cuesta más un pantalón roto que un mantón de Manila.
¡Qué pena de época!, en la que cuesta más un pantalón roto que un mantón de Manila.

Tampoco sirve un donde cuando parece que el antecedente es un lugar, pero, en realidad, se refiere a un ente:
Ya no dan acelgas con patata los restaurantes de mi barrio, donde quieren parecer tan modernos que todo lo verde lo pasan por la minipímer y dicen que es un esmuzi.
Ya no dan acelgas con patata los restaurantes de mi barrio, que quieren parecer tan modernos que todo lo verde lo pasan por la minipímer y dicen que es un esmuzi.

O, incluso, un concepto:
Marcel no se acostumbra a esa situación, donde para vender unas magdalenas hay que tener el First Certificate.
Marcel no se acostumbra a esa situación, en la que para vender unas magdalenas hay que tener el First Certificate.

Y, lo que es peor, a veces aparece un donde sin que haya oración de relativo:
Esa casilla de señora o señorita la va a contestar Rito el Cantaor, donde una mujer no tiene por qué dar más explicaciones de su vida que un hombre.
Esa casilla de señora o señorita la va a contestar Rito el Cantaor, ya que una mujer no tiene por qué dar más explicaciones de su vida que un hombre.

Hasta hay quien usa donde para introducir una explicación:
La situación se volvió insostenible donde llovían críticas de todas partes.
La situación se volvió insostenible y por eso llovían críticas de todas partes.

LO QUE DICE UNA COMA ANTES DE UN que

Vamos con la perogrullada: una oración explicativa es la que explica algo del antecedente y una oración especificativa es la que especifica el antecedente. ¿Que cómo se nota por escrito que es una cosa o la otra? Pues con unas comas:
♦ El abuelo, que no se quitaba la boina jamás en público, estaba calvo perdido.
♣ El abuelo que no se quitaba la boina jamás en público estaba calvo perdido.

En la primera frase se habla de un abuelo, el único posible, y de él se dice que no se quitaba nunca la boina. En la segunda frase, se dice que, de entre varios abuelos, uno llevaba boina y no se la quitaba nunca, lo cual no permitía verle la calvorota.

Esa diferencia se marca al hablar con sendas pausas y con una entonación característica. Es algo así como si dijeras: «El abuelo, que, dicho sea de paso, no se quitaba jamás la boina en público…». Y eso mismo se expresa mediante las dos comas que encierran la explicación. Por eso hay que fijarse en si se pone una coma detrás del relativo o no, para así decir lo que se quiere decir, no otra cosa:
♦ Soledad, no quiero que toques la nave intergaláctica nueva que está en el garaje.
♣ Saturio, no quiero que toques la nave intergaláctica nueva, que está en el garaje.

El extraterrestre que le habla a Soledad tiene más de una nave nueva y le da lo mismo lo que hagan con las que están aparcadas en la calle; sin embargo, la que tiene en el garaje debe de ser la niña de sus ojos. En cambio la extraterrestre que le habla a Saturio le advierte de que ni se acerque a la nave nueva, la única nave nueva; para más señas, está en el garaje.

CONDICIONES PARA UN cual

El relativo que es uno de los que da menos problemas y de los que más naturalidad le confiere al texto. Y otro de amplio espectro es cual/cuales; amplio, sí, pero no universal, ya que tiene algunas limitaciones.

Antes de el cual, y sus derivados, tiene que haber una preposición o una coma:
♦ La nave intergaláctica de la que te he hablado solo la tapizan de Vía Láctea.
♣ 
La nave intergaláctica nueva, la cual vamos a coger solo los fines de semana, estará tapizada de agujero negro; y no se hable más.

La segunda frase es explicativa. Si Saturio o Soledad tienen varias naves nuevas y quieren hacer la frase especificativa (quitando la coma) tienen dos soluciones: o cambiar de relativo o poner una preposición:
La nave intergaláctica nueva la cual vamos a coger solo los fines de semana estará tapizada de agujero negro; y no se hable más.
La nave intergaláctica nueva con la cual vamos a viajar solo los fines de semana estará tapizada de agujero negro; y no se hable más.
La nave intergaláctica nueva que vamos a coger solo los fines de semana estará tapizada de agujero negro; y no se hable más.

Nunca es correcto usar el cual sin coma o sin preposición; esa es la norma para escribir. Ahora bien, lo importante es percibir la diferencia de significado según haya una coma antes del relativo o no:
El camarero que tira bien las cañas es un borde. ⊗ El camarero el cual tira bien las cañas es un borde.
El camarero, que tira bien las cañas, es un borde. = El camarero, el cual tira bien las cañas, es un borde.

La suerte es que, ante la duda, el relativo que bien combinado con una preposición, y con unas comas si las necesita, funciona siempre:
Ese jersey, que pica una barbaridad, se lo hizo su suegra, y claro…
La piscina en la que me bañé tenía mucho cloro y demasiadas pirañas.
Las pinzas con las que te depilas las cejas son una porquería.
Va y el concierto es justo la noche en la que me toca guardia.
El pequeño es el geranio al que siempre tengo que quitarle los pulgones.
Esa es la amiga con la que no querría ir de vacaciones.

Esto es lo que es (relativos -1-)

Un pronombre relativo es una palabra que representa a un nombre que ya ha aparecido en el texto (o se entiende que lo ha hecho) y que, además, introduce una oración subordinada.
Esa licuadora, que hace un año que no usas, es un armatoste.

O sea, que un pronombre relativo es una anáfora. Lo que ya se ha dicho (esa licuadora) es el antecedente y forma la oración principal (Esa licuadora es un armatoste). El representante de la licuadora, el pronombre relativo (que), inicia la oración subordinada y conviene que no esté muy lejos de su representado para que no se pierda en el proceloso mar del texto.
El órgano más peculiar del aparato digestivo de los equinoideos es la linterna de Aristóteles, aquel filósofo amigo de Platón, el cual, a su vez, seguía a Sócrates, que al final se enfadó con él, y que también fue maestro de Alejandro, el Magno, no el que va al gimnasio con tu cuñado, el del concesionario de coches de lujo, que tiene cinco dientes de crecimiento continuo.

Vete a saber quién tiene cinco dientes de crecimiento continuo, cuándo vendió Alejandro Magno el concesionario de coches de segunda mano, con quién se enfadó Sócrates y si Platón iba al gimnasio; y todo porque un pronombre relativo (el que en negrita) está a varios renglones de distancia de su antecedente (El órgano más peculiar del aparato digestivo de los equinoideos).

Pronombres relativos hay los que hay y ninguno más: que (que puede ir precedido del artículo: el, la, lo, los, las), quien (y su plural, quienes), cuyo (y cuya, cuyos, cuyas), el cual (este y sus variantes van siempre con artículo: la cual, lo cual, los cuales, las cuales). Por supuesto, los que tienen flexión de género y de número tienen que concordar con el antecedente; y eso da precisión.
La estantería gris marengo y la butaca amarilla, los cuales a ti no te gustaban, quedan muy bien en la salita.
La estantería gris marengo y la butaca amarilla, las cuales a ti no te gustaban, quedan muy bien en la salita.
La estantería gris marengo y la butaca amarilla, la cual a ti no te gustaba, quedan muy bien en la salita.

La primera oración no es correcta. Las otras dos sí lo son, pero no dicen lo mismo. En la primera al interlocutor no le gustan ni la butaca ni la estantería, mientras que en la segunda no sabemos qué le parece la estantería, solo nos dice que la butaca amarilla no es de su gusto.

Ya que estamos, antes de tener que fundar la Asociación contra la Extinción de Cuyo, mira qué útil resulta ese pronombre relativo:
Ese geranio que sus hojas están amarilleando parece que va a morir.
Ese geranio del que sus hojas están amarilleando parece que va a morir.
Ese geranio cuyas hojas están amarilleando parece que va a morir.

En una frase de relativo (que es la que tiene un pronombre relativo) no siempre es necesario que el antecedente aparezca explícito ya que el cerebro va trabajando por su cuenta.
—Quería pedirte disculpas por lo que te dije el otro día.
—Bueno, es que la que te lie fue buena.
Los dos hablantes saben a qué se refieren, así que los pronombres relativos de esas frases tienen antecedente implícito.

Pero los antecedentes implícitos imponen algunas condiciones.
El cual venga detrás que arree. Y cuya vela aguanta es un palo fuerte.
El que venga detrás que arree / Quien venga detrás que arree. Y el que su vela aguanta es un palo fuerte.
Conclusión: el cual y cuyo (y los derivados de ambos) deben llevar siempre el antecedente explícito; pero que y quien, no lo necesitan. 

ADVERBIOS Y ADJETIVOS RELATIVOS

Hay un adjetivo y unos cuantos adverbios que pueden desempeñar la función de pronombre relativo, es decir, representar a algo que ya ha salido para no andar repitiendo, que queda muy feo y aburrido. Son cuanto (cuanta, cuantos, cuantas), donde (adonde, a donde), cuando y como.
La playa donde encontraste la holoturia está llena de sombrillas.
El erizo localiza las algas y devora cuantas encuentra a su paso.
Cuando sale la ofiura de caza, la estrella ya se lo ha zampado todo.
Me fascina la manera como se desplazan los equinodermos. 

De estos hay uno que da lugar a un sinfín de anacolutos. Ahí lo dejo, por si no tenéis nada en lo que pensar hasta que llegue la próxima dosis de atutía, que también servirá para tratar un error muy común al que da lugar el cual (y derivados). Y la misma dosis actuará de tratamiento preventivo del efecto de combinar un relativo con una coma.

Le, le, le, lo, la y lo, la

Tengo una costumbre: al tercer leísmo no aceptado que encuentro en un libro que acabo de comprar, voy y lo devuelvo. No es que no entienda lo que dice el texto; es que denota que la editorial vende como producto en buen estado algo que tiene tara. Un libro (cualquier texto) tiene dos materias primas: las ideas y la lengua; ambas las suministra el autor, pero el editor  tiene la responsabilidad y la obligación de desbastarlas y aplicar los controles de calidad que hagan falta. Entre esos controles están las correcciones; era práctica común hacer tres[1], se pasó a dos, a una… y ahí están: libros a precio de producto en buen estado con agujeros y descosidos por todos lados y sin aviso de tara.

Y cumplido el desahogo y la advertencia, vamos a por ese síntoma de que no se ha cuidado un texto. El leísmo consiste en usar el pronombre le como complemento directo (CD), es decir, el que recibe la acción que expresa el verbo.
 Anacleto es muy bueno. Le contratarán seguro.
– *El chucho no para de ladrar. Si le cojo, le corto las cuerdas vocales… a la dueña.

– *Tu cuñada y sus complementos luigüitón y cristiandiós. No hay quien le aguante.
– *Mis vecinos ponen tecno a todas horas; por eso les odio.

Anacleto, el chucho, la cuñada y los vecinos son el CD de sus frases respectivas, porque reciben la acción de ser vistos (¿ves que acabo de poner el verbo ver en pasiva?  Eso también es una pista para reconocer el complemento directo: le das la vuelta a la oración y hace de sujeto). Y si los tres son CD, ¿por qué he puesto el primero en verde y los otros en rojo? Pues porque se admite el uso del pronombre le como CD cuando se refiere a una persona, en masculino y singular; pero nunca para femenino ni para plural, y tampoco para sustituir complementos directos que no sean personas[2]. Así que lo correcto es:
 El chucho no para de ladrar. Si lo cojo, le corto las cuerdas vocales… a la dueña.
 Tu cuñada y sus complementos luigüitón y cristiandiós. No hay quien la aguante.
– Mis vecinos ponen tecno a todas horas; por eso los odio.

También se admite el leísmo singular y plural referido a masculino en oraciones impersonales con se (parece que se ha arrastrado por afinidad fonética el pronombre y lo ha llevado hasta les). Sin embargo, no se tolera en femenino. Por otra parte, es perfectamente correcto (y común en Hispanoamérica) usar los pronombres lo/los..
A los amigos del novio se les/los espera por la tarde, pero a las amigas de la novia                   no se las espera hasta el día siguiente.

Cada pronombre tiene su función. El leísmo, el loísmo y el laísmo están muy arraigados en el habla de algunas zonas; nada que objetar a los usos de los hablantes. Quizá la lengua evolucione en ese sentido y algunos de esos rasgos, o los tres, se consideren correctos, pero de momento conviene evitarlos en los textos, incluso el leísmo tolerado (salvo que caracterice el habla de un personaje), porque es muy fácil dejarse llevar y no usar más pronombre que le aunque el antecedente del CD no sea un sustantivo que designe persona masculina y singular.
*Mariloli y el novio venga a hablar del perro de su cuñada. Yo quería avisarle, que para             eso somos parientes, de que tienen que vacunarle y por eso tardará.

Y no sabes si quería avisar a Mariloli o a su novio, ni si vacunaron a la cuñada o al perro.


[1] Era práctica habitual que de esa tarea se encargaran correctores de oficio y experiencia probados, buenos conocedores de la gramática y de la ortografía, así como de los usos y costumbres en la puntuación y la ortotipografía, y con un léxico rico y preciso. Todo eso tiene muy poco que ver con lo que se estudia en una carrera de Filología y no se tiene por el mero hecho de ser aficionado a la lectura.

[2] Los pronombres que actúan como complementos pueden complicar bastante la sintaxis; por ejemplo, con los verbos de percepción (ver, oír, etc.) o psíquica (convencer, asustar, etc.) y con los de influencia (ordenar, permitir, etc.). Mejor lo dejo para otra dosis de atutía.